Back to top
Día Internacional contra el Racismo

Estados Unidos, el color púrpura

La disparidad racial persiste sustentada en un imaginario racista.

Madrid

"En Estados Unidos, destruir el cuerpo de los negros es una tradición", fulmina en Entre el mundo y yo (2015) Ta-Nehisi Coates, uno de los intelectuales afroamericanos más influyentes de los últimos años.

El libro fue escrito poco después de que quedara libre de cargos el policía que había matado al joven negro Michael Brown en Ferguson (Misuri), en el verano de 2014. Un caso similar había ocupado los titulares apenas un año antes, el de Trayvon Martin, otro joven afroamericano que murió por los disparos de un vigilante en Sanford (Florida).

Ninguno de los dos estaba armado ni delinquiendo al ser abatido. Son dramas como estos los que originaron la creación del movimiento Black Lives Matter (las vidas de los negros importan), el cual le ha dado un nuevo impulso a la movilización contra la violencia racial en Estados Unidos.

Y es que estos hechos, más que incidentes aislados, evidencian un fenómeno social. Así, en 2017, los hombres negros representaron el 22% de las 987 personas abatidas por la Policía, cuando constituyen apenas el 6% de la población estadounidense.

En su ensayo, Coates no duda en acudir a una sentencia lapidaria de Malcolm X para definir la situación de los afroamericanos: "Si naciste en Estados Unidos con una piel negra, entonces naciste en prisión".

La cita suena exagerada. Y sin embargo, las estadísticas no la desmienten del todo. Los afroamericanos detrás de las rejas o bajo tutela judicial suman 2,3 millones, es decir el 34% de los convictos estadounidenses, cuando solo representan el 13% de la población del país.

Su tasa de encarcelación es pues cinco veces superior a la de los blancos. Lo cual deja al desnudo una cruda realidad: el 6,25% de los afroamericanos vive bajo régimen penitenciario.

La persistencia de los estereotipos racistas

La población carcelaria estadounidense ha aumentado de forma exponencial en las últimas décadas, pasando de aproximadamente 400.000 presos a principios de los 80 a más de dos millones en la actualidad. Tomando en consideración que la principal causa es la guerra contra las drogas, vale la pena detenerse en las cifras al respecto.

Si bien las estadísticas muestran que el consumo y la venta de estupefacientes conciernen —en proporción— de modo similar a blancos y negros, el sistema penal no deja de presentar sesgos notorios: el 29% de los arrestos y el 33% de las encarcelamientos por delitos de droga recaen sobre los afroamericanos.

¿Cómo se explica este desfase? La abogada Michelle Alexander, en su libro El color de la justicia (2010), insiste en la paradoja de seguir contando con un entramado judicial que afecta especialmente a los afroamericanos, justo en el momento en que el racismo parece más que nunca rechazado por el conjunto de la sociedad. Prueba de ello, la llegada a la Presidencia de Barack Obama.

Sin embargo, una cosa es la actitud consciente y otra el inconsciente social. Gracias a un nutrido cuerpo de estudios sociológicos, Alexander demuestra la persistencia del imaginario racista en la sociedad, incluso entre los afroamericanos.

Pese a que las estadísticas den cuenta de lo contrario, dice, la gran mayoría de los estadounidenses (independientemente de su procedencia étnica) asocia consumo y venta de drogas, y también los comportamientos violentos, con los negros.

La peligrosidad es pues un estigma que continúa siendo vinculado a la comunidad afroamericana y, en particular, a sus hombres. Una predisposición que explicaría, en parte, el gatillo fácil de la Policía o la tendencia de los jueces a mostrarse más implacables con ellos.

Otros datos que dejan en evidencia la disparidad racial se atienen al nivel de vida de los afroamericanos: el 27% está por debajo del umbral de pobreza y el 26% de los hogares padece inseguridad alimentaria, una mujer de cada cuatro no posee cobertura médica.

La espiral de la precariedad

El empobrecimiento de una franja considerable de la comunidad afroamericana responde en gran parte a las mismas dinámicas que han dejado al 12% de la sociedad estadounidense viviendo prácticamente sin recursos: desindustrialización, desempleo, precarización del mercado laboral, reducción drástica de las políticas redistributivas del Estado.

Los ingresos del 10% más pobre de la población no han progresado en 30 años. Pero, debido a que partían de una situación mucho más vulnerable, en los afroamericanos estas dinámicas han acentuado con mayor virulencia la pauperización de los más desfavorecidos.

No en balde, el ingreso medio de los hombres negros es un 32% inferior al de sus semejantes blancos.

De ahí que un estudio reciente de la Universidad de Stanford hable de "Dos Américas". Y es que indios nativos, hispanos y afroamericanos, a diferencia de los blancos, no solo tienen más probabilidades de nacer en familias con menos bienes, educación e ingresos, sino que también tienen más probabilidades de vivir en barrios pobres, donde es más difícil encontrar escuelas de calidad, la tasa de criminalidad es alta y escasean los servicios públicos.

En este contexto, la apuesta por la represión (en lugar de la prevención) de los problemas sociales, que ha dominado en la esfera pública estadounidense desde fines de los 70, se revela particularmente funesta.

No solo porque la encarcelación masiva destruye sistemáticamente a las familias y fisura el tejido social, sino que a la vez perpetúa (y hasta fomenta) las condiciones de la pobreza y de las situaciones límite que conducen a la delincuencia.

Baste con señalar algunos obstáculos para la reinserción en la sociedad con que se enfrentan quienes salen de prisión: privación del derecho de voto, exclusión de las viviendas sociales, estigmatización que dificulta sobremanera la búsqueda de empleo.

Dada la amplia franja de afroamericanos que queda así marginada, Michelle Alexander no vacila en definir la situación actual como una reintroducción larvada de la segregación racial.

Más atinado sería, sin embargo, hablar de una comunidad atenazada, de un lado, por un inconsciente colectivo aún fuertemente impregnado por el racismo y, del otro, por el auge de las desigualdades socio-económicas que, en los últimos decenios, ha venido desgarrando al conjunto de la sociedad.

De esta forma, pese a los avances que ha registrado Estados Unidos respecto a la cuestión racial, la constatación de Coates mantiene absoluta vigencia: "en este país, el agravio no está en el hecho de nacer con una piel más oscura, unos labios más llenos y una nariz más ancha, sino en todo lo que ocurre después".

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.