Back to top
Irán

Maquiavelo en Irán

La república islámica sigue atenazada por la pugna sin fin entre conservadores y reformistas.

Madrid

Para mantener el dominio de sus estados, pretendía Maquiavelo, algunos príncipes llegaban a fomentar hostilidades contra ellos mismos. Algo parecido puede haber sucedido en las últimas semanas en Irán, con su fondo de intrigas palaciegas y lucha de facciones.

La oleada de protestas que sacudió a decenas de ciudades y de comunas rurales de la república islámica, entre los últimos días del año pasado y los primeros de este, dejando una veintena de muertos y más de un millar de detenciones, tomó por sorpresa a los observadores internacionales.

La fuente de la contestación estaría en la filtración el mes pasado, por parte del propio presidente Hasan Rohaní, de ciertos datos del próximo presupuesto nacional. Estos contemplan un aumento de las partidas destinadas al Ejército, a la Guardia Revolucionaria y a las instituciones religiosas (en las que se sustenta la élite clerical), a la vez que reducen los gastos sociales y los subsidios a productos y bienes básicos (pan, combustible, etc.).

En un país en el que aproximadamente el 40% de los jóvenes está sin empleo, la inflación ronda por encima del 10%, la corrupción de la administración lastra el día a día de la ciudadanía y los réditos del crecimiento económico quedan cada vez más concentrados en las élites, semejante reparto presupuestario no podía suscitar sino un profundo malestar.

A diferencia de las revueltas de 2009, propulsadas por las clases medias-altas urbanas, esta vez el origen de las manifestaciones radicó en jóvenes procedentes de las áreas rurales y de los estratos populares, tradicionalmente fieles al régimen de los ayatolas.

Esto se explica por la precarización de estos sectores en la última década, a raíz de la terrible sequía que ha asolado vastas regiones del territorio iraní, forzando un éxodo rural masivo hacia ciudades donde las condiciones de vida confinan a la supervivencia.

Facciones en pugna

Ahora bien, podría pensarse que a la Presidencia le salió el tiro por la culata. En efecto, las manifestaciones adoptaron al principio un tono hostil hacia la gestión de su Gobierno, incapaz de encontrarle salida al impasse económico en que vive buena parte de la sociedad.

Y, de hecho, fueron usadas por sectores conservadores, sobre todo afines al exmandatario Mahmud Ahmadineyad, para atacar al reformismo que encarna Rohaní.

Sin embargo, pronto aparecieron reivindicaciones de otro cariz: contra los gastos colosales de Irán en los conflictos de Medio Oriente (Siria, Irak, Yemen, Líbano) para asentar su predominio regional, contra la corrupción de las élites y la teocracia. Así, las protestas contra el Gobierno desembocaron en un cuestionamiento del propio régimen.

No en balde, las autoridades acudieron rápidamente a la táctica de choque habitual: por una parte, la movilización de masas a favor del régimen y, por otra, la represión liderada por la Guardia Revolucionaria.

En apariencia, Ahmadineyad, representante de la última camada del conservadurismo, sería quien mayor provecho sacara de la contestación, puesto que es un oponente abierto tanto de los reformistas como de la veterana cúpula de la Revolución.

Sin embargo, la magnitud de los disturbios ha suscitado vivas inquietudes en los estamentos del régimen y no sería de sorprender que el Gobierno y la vieja ala conservadora, encabezada por el líder supremo Alí Jamenei y la Guardia Revolucionaria, lleguen a un acuerdo tácito para responsabilizarlo por los hechos y así neutralizar a un rival que goza aún de cierto respaldo popular.

Por otra parte, las protestas le podrían servir al mandatario iraní para forzar el pulso que mantiene con los conservadores desde su llegada al poder en 2013. Estos se han empeñado en bloquear la gestión de Rohaní, ya sea obstaculizando las reformas de los sistemas sanitario y bancario, truncando acuerdos clave en el sector energético (gas y petróleo), o poniéndolo bajo presión al arrestar al hermano del actual vicepresidente e incluso amenazando con procesar a su propio hermano.

¿Desenlace?

Si Rohaní obtuviese ciertas concesiones de sus contendientes, evidenciando lo indispensable de los cambios para la estabilidad del sistema, entonces las filtraciones habrían resultado una apuesta peligrosa pero provechosa.

Sin embargo, dada la resistencia a la que se ha visto enfrentado durante estos años en el poder, la lucha por implementar algunas reformas capitales se anuncia todavía feroz. Además, si EEUU decide romper el pacto nuclear sellado en 2015, los conservadores se verían reforzados en su apego al statu quo.

Mientras tanto, como señalara la periodista iraní Azadeh Moaveni, Irán sigue atrapado en un atolladero: un Ejecutivo "cuyos poderes están limitados por instituciones militares y religiosas con agendas políticas y financieras a menudo contrarias; una república teocrática que nunca ha terminado por cuajar, mientras le impone reglas insostenibles a una sociedad desesperada por integrarse al resto del mundo."

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.