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España

Cataluña, el eterno retorno del independentismo

Sin un verdadero diálogo entre las partes en pugna, se corre el riesgo de que el impasse se eternice.

Madrid

De vuelta al punto de partida. Dos meses después de la fallida declaración de independencia, las elecciones autonómicas catalanas han dejado nuevamente una mayoría independentista en el parlamento regional.

Dado el singular contexto en que se celebraban (suspensión de la autonomía catalana, líderes políticos presos o exiliados), la gran interrogante de estos comicios era si el bloque independentista lograría revalidar su mayoría en el pleno autonómico.

Las votaciones se presentaban como una medición de fuerzas entre dos bandos, el independentista —Juntos por Cataluña (JxCat), Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), Candidatura de Unidad Popular (CUP)— y el constitucionalista —Ciudadanos (Cs), Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), Partido Popular (PP)—. Por lo tanto, en lugar de la tradicional línea divisoria izquierda-derecha lo que se plebiscitaba aquí era el independentismo o el unionismo con España.

Terminado el escrutinio, el bloque independentista queda con una mayoría absoluta de 70 escaños.

No obstante, la formación con más votos ha sido Cs, que no solo se agencia 37 escaños, sino que logra por primera vez, desde la instauración de la democracia, que un partido no catalanista sea el más votado en unas elecciones autonómicas en Cataluña.

Persistencia de la escisión entre independentistas y unionistas

La primera conclusión que se puede sacar de estos resultados deriva de la tasa de participación. Ha participado el 81,95% de los electores catalanes, el dato más alto en la historia de la democracia española. Lo cual indica que la supuesta "mayoría silenciosa", a favor de la permanencia de Cataluña en España, no existe. La sociedad catalana, tal como se ha visto en los últimos meses, está simplemente escindida (a partes prácticamente iguales) entre independentistas y unionistas.

Paradójicamente, esto potencia la relevancia de los partidos con mayor anclaje en la región. Así los partidos cuyo mando (u origen) no radica en Cataluña (PP, Podemos o aún PSC) se ven relegados en favor de las fuerzas regionales. No solo los independentistas, sino también Cs que, pese a tener presencia en todo el territorio español, es un movimiento surgido en el escenario político catalán.

Por lo tanto, lo que ha sido premiado en estas elecciones es un posicionamiento nítido a favor o en contra de la independencia, pero desde un enraizamiento catalán. Esto explica en parte que el PSC haya progresado apenas, demasiado constreñido por los designios de la cúpula socialista en Madrid.

O la pérdida de votos del izquierdista Podemos que, además de verse debilitado por luchas intestinas, no ha sido capaz de articular un discurso que supere esa línea divisoria.

O bien el desmoronamiento de la CUP. La formación de la izquierda radical se ha visto penalizada por seguir defendiendo, pese al fracaso evidente de tal estrategia, la vía unilateral hacia la independencia. Y, sobre todo, porque el contenido social de su programa ha quedado diluido en el fragor nacionalista.

Pero el caso más emblemático es el hundimiento del PP. El partido del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, ha sufrido un varapalo histórico. Es de suponer que los votantes le hayan pasado factura por haber instrumentalizado el tema catalán para sacar réditos electorales en el resto de la península, sin siquiera haber planteado una propuesta de fondo para dirimir el contencioso que ha terminado por enfrentar a parte de la sociedad catalana al Estado español.

No es de sorprender el juicio emitido por Rubén Amón en El País: "Mariano Rajoy no es solo el presidente de un partido. Es el jefe del Gobierno de España. Obligación suficiente para sustraerlo a la frivolidad partidista. Y para contrastarlo al ejercicio de una visión preclara del Estado, más allá del electoralismo. Nunca supo ofrecer un discurso a Cataluña. Y Cataluña lo ha terminado por evacuar a semejanza de un cuerpo extraño."

Necesidad de diálogo

La situación es de una complejidad asombrosa. En primer lugar, habrá que ver cómo el bloque independentista logra conciliar sus diferencias en aras de alcanzar un gobierno. La campaña electoral ha avivado las disputas por el poder entre JxCat y ERC. Además, para ambos la CUP sigue siendo un socio incómodo, debido a su renuencia a plegarse del todo al juego institucional.

Por si fuera poco, queda la incógnita de qué pasará con Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, líderes respectivos de JxCat y ERC. Los dos tienen por delante una larga contienda con la Justicia española por haber llevado adelante unilateralmente el proceso independentista. Pero mientras el segundo está bajo arresto, el primero ha preferido hasta ahora el exilio en Bélgica.

Si los independentistas no consiguen formar un gobierno, probablemente habrá que convocar nuevamente a elecciones. Si lo logran, el reto sigue pendiente no solo para la clase política catalana sino para la española en su conjunto: ¿cómo encontrar una solución viable al espinoso problema del independentismo catalán?

La vía unilateral, de un lado como del otro, está destinada a atizar el conflicto. Sin un verdadero diálogo entre las partes en pugna, se corre el riesgo de que el impasse se eternice. Y vaya deslizándose de lo malo a lo peor.

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