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Zimbabue

La hora final

Primero libertador, luego dictador, la carrera política de Robert Mugabe queda cercenada por la intervención del Ejército.

Madrid

Parece que en Zimbabue el largo reino de Robert Mugabe llega a su fin. Aunque las Fuerzas Armadas nieguen que se trate de un golpe de Estado, desde que el Ejército se hizo con el control del país en la madrugada del miércoles el presidente se encuentra detenido en su residencia.

La trayectoria política del "camarada Bob", como lo llaman sus simpatizantes, comienza en los 60 del siglo pasado, cuando se suma a la lucha contra la segregación racial y por la independencia del país africano, cuyo nombre en aquel entonces era Rodesia.

A mediados de los 70, después de haber pasado 11 años preso, se consolida como líder del movimiento guerrillero que obtendrá finalmente en 1980 la independencia de Zimbabue, como se llamará en lo adelante el nuevo Estado.

A partir de ese año, Robert Mugabe se hará con el mando de la nación africana; primero como primer ministro y, desde 1987, como presidente. Los primeros años de su Gobierno se caracterizan por la implementación de programas sociales, sobre todo en los sectores de la educación, la salud y la vivienda.

También destaca la política de conciliación que lleva a cabo con la antigua élite blanca, con miras a mantener la estabilidad económica y política.

En la escena internacional, se muestra como un férreo adversario al régimen del apartheid en Sudáfrica. Y, en consonancia con su procedencia marxista, como un aliado el Gobierno revolucionario cubano. En 1986 fue condecorado con la distinción más alta otorgada por el Estado cubano, la Orden José Martí.

Los demonios del autoritarismo

Durante ese mismo período, Mugabe da indicios de aferrarse al poder. La represión contra los seguidores de Joshua Nkomo, su antiguo compañero de armas, deja unos 20.000 muertos en la región de Matabeleland.

Desde entonces, la oposición es sistemáticamente amordazada y las elecciones pasan a ser un puro trámite para la perpetuación en el poder del partido presidencial, la Unión Africana Nacional de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF, por sus siglas en inglés).

A principios de este siglo, con el fin de frenar el debilitamiento de su legitimidad y las luchas intestinas en el seno de su partido, pone en marcha una reforma agraria caótica para expropiar a los terratenientes (por lo general, blancos).

En este tipo de instrumentalizaciones de la economía para la supervivencia política, radica en cierta medida el descalabro que ha vivido el país en las últimas dos décadas. Más del 70% de la población vive por debajo del nivel de pobreza, una inflación que en los últimos 15 años ha sido de una media anual superior a 1.000%.

La sombra de la senilidad

En semejante contexto, los pasos que ha dado Mugabe este año para dejar el mando en manos de su esposa han arreciado las luchas por la sucesión. Grace Mugabe, de 51 años, es más conocida por su adicción al lujo y los desmanes en público que por su capacidad política.

Como bien apunta Jason Burke, en The Guardian, quizás el fin de los 37 años de Gobierno de Mugabe haya comenzado con un "inhabitual error táctico". Es decir, enfrentarse directamente "al único hombre en la antigua colonia británica que tenía el poder para desafiar con éxito su autoridad".

Este hombre no es otro que Emerson Mnangagwa, antiguo héroe de la independencia y vice-presidente del país hasta que Mugabe, probablemente presionado por su esposa, lo destituyera el pasado 7 de noviembre.

Por lo visto, Mnangagwa cuenta con apoyos más sólidos de lo esperado por los Mugabe en el seno de la ZANU-PF, el Ejército y aun en la poderosa Sudáfrica, el árbitro en los asuntos regionales y donde se refugiara después de su destitución.

El desenlace es aún incierto. Queda por ver qué pasos dará el Ejército en las próximas horas, qué lugar se le asignará a la oposición. Pero lo que sí parece improbable es que el mandatario más longevo del continente vuelva a mover los hilos del poder.

Grace Mugabe, cuya ostentación de riquezas contrasta con la pobreza generalizada en el país, no goza de apoyo popular, sino todo lo contrario. En cuanto al camarada Bob, con 93 años y signos evidentes de senilidad, es poco probable que encuentre la manera de revertir la situación.

En alguna ocasión Mugabe declaró querer morir en el poder. Una jugada precipitada le habría costado la dictadura vitalicia.

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