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Política

El frenazo de la izquierda en América Latina

Pese a un saldo nada desdeñable en sus años de predominio, la izquierda continental parece atrapada en un callejón sin salida.

Madrid

"No nos alcanza para superar a nuestros adversarios". La declaración de Cristina Fernández de Kirchner, al aceptar su revés en los comicios del domingo pasado, bien podría ser el retrato de la situación delicada por la que atraviesa actualmente la izquierda latinoamericana.

La victoria del macrismo en las últimas elecciones argentinas, la fuerte resistencia a la que se enfrenta Evo Morales para buscar una posible reelección en Bolivia, las pugnas internas en el oficialismo en Ecuador, o la deriva autoritaria en que está atrapada Venezuela, corroboran la desaceleración que han experimentado los gobiernos de izquierda de América Latina en los últimos años.

Esta tendencia contrasta en principio con el saldo global de los 15 años de predominio de dichos gobiernos (en particular en el subcontinente suramericano): disminución de la pobreza, implementación de vastos programas sociales, desarrollo de infraestructuras, redistribución de la renta, inclusión en la esfera política de sectores tradicionalmente marginados.

Ahora bien, esta pérdida de respaldo se explicaría por una serie de factores que han terminado por atenuar el alcance de semejantes logros.

Desgaste político

En primer lugar, cabe mencionar el desgaste político que supone la gestión del poder durante varios mandatos. Ya sea en Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia o Ecuador, los gobiernos de izquierda han durado un promedio mínimo de diez años.

En este proceso de erosión confluyen elementos de diversa índole como, por ejemplo, la lucha feroz contra la oposición, inherente a la fuerte polarización que ha caracterizado el escenario político regional en lo que va de siglo.

O bien, con frecuencia, la utilización con dudosa eficacia de ingentes gastos públicos. En este sentido no menos relevante ha sido la incapacidad notoria de estos gobiernos para poner freno a la corrupción endémica que asola la región. El nepotismo y el clientelismo no han dejado de lastrar las instituciones del Estado.

Por otra parte, pese a las diferencias entre los distintos países, el modelo extractivista (que se cimenta en la exportación de materias primas) ha seguido siendo el paradigma de la economía regional.

Esto se explica por una implementación deficiente de los planes de diversificación del tejido productivo. Y a la vez por la dificultad, en el contexto de una economía global liberalizada y con predominio del sector financiero, de instaurar a gran escala políticas de industrialización.

Aunque la perpetuación del extractivismo se debe también a la prioridad que en general le concedieron los gobiernos locales, para sacar pingües beneficios del alza de las materias primas a mediados de la década pasada en el mercado mundial, y costear de ese modo el incremento de la inversión pública.

Estancamiento económico

Es justamente la dependencia de las materias primas lo que ha venido a socavar la posición de proyectos que habían basado en gran medida su legitimidad en la redistribución de la renta y los programas sociales.

La caída en picada del precio de los commodities ha dado lugar a una realidad morosa. Por un lado, la producción de riquezas ha tocado techo, dando comienzo a un ciclo de estancamiento, si no de recesión. Esto se traduce en una fuga de capitales y en la merma de las inversiones extranjeras.

Por otro lado, el agotamiento de las arcas del Estado implica un parón en el gasto social. Esto, ligado a la ralentización de la actividad productiva, vuelve a dejar con una cobertura mínima a los sectores más frágiles de la población que habían sido ampliamente beneficiados hasta hace poco por el despliegue de redes de protección social. Los índices de pobreza, por lo tanto, han empezado nuevamente a subir.

Riesgos de deriva autoritaria

Por último, los riesgos de deriva autoritaria (sobre en todo en Venezuela y, en menor medida, en Bolivia) han influido en la pérdida de popularidad de dichos gobiernos.

Pese a la mejoría considerable de las últimas décadas, las democracias de la región siguen atenazadas por la fragilidad institucional. Una inestabilidad en la que incurren actores de todo el espectro político, tanto de derecha como de izquierda. Se genera así un contexto en que la lógica del enfrentamiento precede, y se impone, a la de la búsqueda del consenso.

Algo propicio a la reactualización del caudillismo. Esto es ante todo evidente en los partidos-movimientos, como en Venezuela y Bolivia, donde la unidad de fuerzas heterogéneas (y hasta divergentes) depende de una figura carismática, fuerte, y de su perpetuación en el liderazgo.

Esta conjunción de factores (corrupción, fragilidad institucional, derivas autoritarias, sujeción a los ciclos de las materias primas) daría cuenta de los escollos que han frenado el impulso de la izquierda latinoamericana en el poder.

Pero también apunta a los retos que deberán superar los gobiernos venideros para remediar las altas tasas de pobreza, desigualdad social y violencia que caracterizan al continente.

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