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Opinión

Extraños aliados

América Latina recela de la presencia y agenda de EEUU, pero no de otras potencias como China y Rusia, cada vez con más presencia en el continente.

Ciudad de México

Los latinoamericanos, desde hace dos siglos, vemos a EEUU como la mezcla del superpoder imperial que nos amenaza y la sociedad próspera y abierta que envidiamos.

En política, aprendimos a odiar a la CIA y a admirar al movimiento por los derechos civiles; criticamos el legado de Bush y celebramos a Obama. Los más radicales, han cultivado un antimperialismo refractario, siquiera, a los cambios de época y estilo del hegemon vecino.

Sin embargo, recelamos poco de la presencia y agenda de otras potencias. Paradójicamente, esas potencias —cuya historia, cultura y regímenes políticos son tan distantes de nuestro republicanismo bicentenario, el progresismo democrático y los movimientos sociales latinoamericanos— están hoy muy activas en la región.

China, con su avasalladora mezcla de inversión de capitales, oferta crediticia y compra masiva de commodities, apuesta a un avance lento y firme.

Rusia, incapaz de competir con la pujanza china, adelanta jugadas mediante la colaboración técnico-militar y las alianzas geopolíticas bilaterales. Y en el cruce de ambas, las estrategias y tácticas heredadas de la KGB parecen cobrar nueva vida.

Llama la atención la renovada aparición en foros y publicaciones latinoamericanos de Nikolai Leónov, el veterano agente que fichó a Raúl Castro en tierra azteca, años antes del triunfo revolucionario. El mismo que preparó al FSLN nicaraguense para realizar sabotajes en la frontera mexico-estadounidense. Y que acompañó desde Latinoamérica la estrategia de Yuri Andropov de ir desprestigiando —mediante operaciones de guerra psicológica y propaganda— y cercando —con el triunfo de regímenes aliados— a EEUU en todo el Tercer Mundo, para coronar su derrota global en la Guerra Fría. El mismo Leónov que escribió hace dos años la biografía del actual presidente cubano, recargada con léxico leninista y rechazo a la democracia liberal.

Tambien cobra vigor la realización de eventos entre instituciones de ciencias sociales regionales y contrapartes rusas cercanas al Kremlin, como las academias diplomáticas, económicas y de historia, donde hacen vida y carrera curtidos ideólogos y aparatchiki de la era soviética.

La red de medios comunicativos de Moscú, como RTSputnik Mundo se convierte en fuente de información y tribuna de intelectuales orgánicos del populismo y antimperialismo latinoamericanos. Los mismos que exigen la necesaria ampliación de la democracia a sus gobiernos neoliberales, pero callan ante los visibles rasgos de conservadurismo social, autoritarismo político y vocación imperial del régimen de Putin.

Latinoamérica necesita forjar alianzas en un mundo complejo y convulso, donde el medio milenio de primacía global de Occidente parece declinar ante la pujante Asia. Pero hacerlo apostando a autocracias extracontinentales no traerá mayor equidad social y respeto a los derechos humanos.

No se trata de un choque de civilizaciones, con la cultura y la fe como pilares inconmovibles; el problema es más convencional. Vivimos en regímenes donde es posible adversar al gobierno y, por medios pacíficos, reformar el Estado. Se trata de elegir si nos aliaremos a poderes donde régimen, Estado y Gobierno es una misma y opresiva cosa; ajenos y hostiles a nuestra idea y experiencia ciudadanas. Si apostaremos a la satrapía —dejándole mano suelta a sus aliados criollos— para deshacernos de nuestros oligarcas.


Este artículo apareció en el diario mexicano La Razón. Se reproduce con autorización del autor.

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