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Opinión

En la nube de Putin

'No sé hasta cuándo los cubanos seguiremos dejándonos arrastrar por el deslumbramiento ante los tipos duros, después que tantas calamidades nos han proporcionado.'

Miami

Sembrar nubes. Una expresión con aire poético. Por más que nada tenga que ver con la poesía el último acuerdo entre la dictadura castrista y la de Putin para que los rusos siembren nubes en el cielo de Cuba, a ver si llueve un poco sobre aquella aridez en la que el fidelismo no ha dejado ni dónde amarrar la chiva.

Por lo demás, sembrar nubes, nunca poéticas, pero sí endemoniadamente metafóricas, parece estar en línea con las ínfulas imperiales de Putin. Y no solo en el caso de Cuba, donde ya se reacomoda a ojos vista el dominio ruso. De hecho, resulta asombroso, amén de muy preocupante, el modo en que este otro Vladimir, zar de la ávida Rusia, está sembrando nubes en tantos cielos a la vez.

Ya no solo cuentan sus negros nubarrones sobre el Cáucaso sur, o sobre Siria, Corea del Norte, Venezuela... Ni siquiera la política estadounidense, el más resonante hito democrático de la modernidad, ha conseguido evitar que Putin siembre nubes de puro ácido en su atmósfera. Y sin que hasta ahora mismo parezca ser apreciado el asunto como lo que es, un desafío sin precedentes históricos.

La relación de Putin con Trump me recuerda a la de un par de guapos barrioteros de La Habana cuando coinciden en el mismo espacio. Ambos quieren mantener el cartelito. Así que empujan y ceden según vayan dictando las reglas de convivencia. Sin novedad en el frente, claro. Es algo normal en la política.

Lo que no me parece normal son las expresiones de admiración hacia Putin que últimamente estoy leyendo a diario en Facebook. Muy especial por parte de cubanos residentes en el exterior, quizá sobre todo residentes en EEUU.

Sin duda es digna de elogio la negativa dada como respuesta por Putin al rey de Arabia Saudita, quien pretendía erigir una mezquita islámica en Rusia, pero sin admitir que en su país se erigiera una iglesia ortodoxa rusa. Con todo, no me parece que sea suficiente para que lo aupemos como al tipo duro que todos quisiéramos tener de jefe. El enemigo de las cosas que amas y respetas no deja de serlo por el simple hecho de que se comporte como uno de los guapos del barrio.

No sé hasta cuándo los cubanos (algunos, me gustaría decir) seguiremos dejándonos arrastrar por el deslumbramiento ante los tipos duros, después que tantas calamidades nos han proporcionado. Es como una especie de karma, que establece a priori nuestra subordinación ante el que más mea, por herencia genética.

No obstante, la moderación existe, aun para nosotros. Y por lo menos a mí me suena tremendamente inmoderado, e inoportuno, el deslumbramiento de nuestros paisanos del exilio y la emigración ante el nuevo zar de Rusia (y ante Trump de paso), dejando a un lado obviedades que pueden ser tan nefastas como la que en este mismo minuto dejan ver las nubes negras que Putin está sembrando sobre Venezuela. Con el soporte de la mafia rusa, que parece actuar como su punta de lanza, por más que tampoco se insista demasiado en ello.

Y mientras, América Latina se pronuncia por la paz (de los sepulcros venezolanos), olvidando aquello de "cuando veas las barbas de tu vecino arder…"  

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