Back to top
Opinión

Snowden como garante del Kremlin

El exanalista estadounidense dirigió a Putin unas preguntas en televisión y luego ha querido justificarse en el papel de héroe.

Madrid

El pasado 14 de abril fue otorgado el premio Pulitzer a The Washington Post y The Guardian por la publicación del material sobre espionaje estadounidense de telecomunicaciones que filtrara Edward Snowden, exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). De todas las categorías del Pulitzer, se trata de la más preciada, aquella que recompensa los servicios prestados a la sociedad. En su refugio ruso, Snowden, sobre quien pesa acusación de espionaje y traición, pudo haber entendido la noticia como descargo que le hacían: aunque indirectamente, aquel premio reconocía los servicios prestados por él a su país y al mundo.

Tres días después de la ceremonia del Pulitzer, el presidente Vladimir Putin celebró su comparecencia televisiva anual. Durante cuatro horas contestó las interrogantes de sus ciudadanos y, entre los rusos, apareció Snowden. Ucrania era el tema central. Las primeras preguntas llegaron de Sebastopol, tomaron la palabra el comandante de la Flota del Mar Negro y el comandante de la tropa antimotines de Crimea. Un grupo de jubilados quiso conocer qué suerte correrían sus pensiones en caso de que Europa se rehusara a comprar gas ruso. Una y otra vez surgía la interrogante acerca de la invasión a Ucrania.

El presidente fue interrogado acerca de su marca preferida de vodka, la ciudad donde le gustaría vivir y su película favorita. Habló de su exmujer y un nuevo matrimonio. Una niña de seis años le consultó si, en caso de que él estuviera ahogándose, Barack Obama se aprestaría a salvarlo. Y, llegado su turno, Edward Snowden le preguntó si Rusia interceptaba, almacenaba y analizaba los datos de millones de sus ciudadanos. Más aún, si el presidente consideraba justo y justificado un control de esa clase.

Pregunta y preguntador tenían la misma espontaneidad de las niñas que, en la etiqueta oficial soviética, entregaban flores a los dignatarios. Snowden tendió a Putin un racimo de oportunidades, y el presidente supo aprovecharlas todas. Para empezar, puso en su lugar a quien lo interrogaba. "Estimado señor Snowden, usted es un antiguo agente", dijo. Intentó hacer creer que su propia relación con el espionaje había cesado: "Yo también tuve relación con los servicios secretos". Y, dado el pasado de ambos, le propuso a Snowden hablar en términos profesionales.

¿Significaba esa advertencia que se apartaban del intercambio público para dialogar en clave solo descifrable entre ellos? Lo que siguió de su discurso es perfectamente comprensible sin contar con experiencia como espía. Si había mencionado su antigua pertenencia a los servicios secretos era solo para dejar claro que, a diferencia de otros mandatarios, él conocía aquel mundo desde adentro. Putin contestó a Snowden que en Rusia la vigilancia de individuos necesitaba de una orden judicial previa. No existía, por tanto, un sistema de espionaje masivo. Y dio gracias a Dios por que los servicios secretos se encontraran bajo control del Estado y de la sociedad. Dios, Estado, sociedad y, al fondo, bien atado, el espionaje…

Un día después de ese intercambio, Edward Snowden decidió responder en The Guardian a quienes lo criticaran por haber aparecido en él. Calificó de valedera la ocasión pues, gracias a sus preguntas, se había producido la más contundente negativa de un líder ruso a la cuestión del espionaje masivo. Ahora era de esperar que la sociedad civil y los verdaderos periodistas llevaran más lejos aquella cuestión, y él estaba seguro de que en el programa del año venidero Putin recibiría más preguntas sobre el tema.

A juzgar por su artículo, Snowden concibió su aparición televisiva desde la perspectiva de los asuntos internos rusos. En una comparencia centrada en el asunto de Ucrania, creyó abrir un frente de discusión dentro de Rusia. El exanalista de la NSA no parece haber entendido el alcance de la campaña propagandística y de su rol en ella. Le habían permitido salir en televisión porque servía de garante al Kremlin, porque su vida en Rusia era la más clara confirmación de que allí no espiaban masivamente. ¿Cómo alguien que había arriesgado su vida por unas filtraciones iba a refugiarse en un país que repetía aquellas prácticas combatidas por él?

Snowden fue un bulto de documentos comprometedores que el presidente ruso agitó hacia Occidente, un artículo más del arsenal de chantajista de Putin. En aquel diálogo representaba, no la conciencia crítica de la sociedad rusa que él pretendía ser, sino la mala conciencia de Estados Unidos y sus aliados. Comportándose tal como se esperaba de su fama, arrogándose en auditor del Kremlin, servía a Putin de testigo en la campaña contra Ucrania. 

El premio otorgado a The Washington Post y The Guardian ha conseguido renovar un argumento recurrente en la discusión del caso Snowden. Ese argumento considera que, por cuestionable que sea la filtración de documentos, la divulgación de estos devino en provecho público. (Quien esté interesado en esta clase de dilemas hará bien en buscar el libro Secrets and Leaks: The Dilemma of State Secrecy, donde Rahul Sagar estudia cuáles premisas justifican moralmente la filtración de secretos estatales.) 

Con su artículo en The Guardian, Snowden ha querido convencer a la opinión pública de que lo que le hizo entrar en la comparencia de Putin fue la defensa del bien común, de la libertad. En unos meses, en junio, él tendrá que renovar su permiso de asilo. Quién sabe lo que le espera de continuar bajo hospitalidad del Kremlin. Quién sabe a qué excusas tendrá que recurrir para justificarse en el papel de héroe.

 


Este artículo apareció en El País. Se publica con autorización del autor.

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.