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Historia

España, Inglaterra, Francia y Holanda compiten en el Caribe

La tradición cultural europea y su influencia en el presente antillano.

Nassau

Comienzo por hacer una precisión geográfica y anotar varios datos básicos: vamos a hablar de las Antillas y no exactamente del Caribe. Cuando hablamos del Caribe incluimos tierra firme.

Las Antillas comprenden las Bahamas, y las llamadas Antillas mayores y menores. Lo forman unas siete mil islas e islotes. Algunas son grandes, como Cuba, en cuya extensión caben Bélgica y Holanda perfectamente, y otras son tan pequeñas como la islita holandesa de Saba, que tiene apenas 13 kilómetros cuadrados.

Las Antillas fueron llamadas Indias Occidentales por los españoles, no por los ingleses, como mucha gente cree (West Indies). Las islas fueron denominadas de esa manera para distinguirlas de las Indias Orientales (East Indies).

Colón les llamó Indias porque estaba convencido de que había llegado a las Islas de las Especies en Indonesia. Hoy las Antillas son uno de los destinos turísticos más importantes del mundo.

El tamaño terrestre total de las Antillas es de 273.000 kilómetros cuadrados. Un territorio mayor que el de Inglaterra. La población alcanza los 40 millones de personas. La región tiene cierto peso diplomático por el número de estados independientes que la forman. Trece de esas islas, por ejemplo, son miembros de la OEA.

Son cuatro las culturas y las lenguas que se cruzan en la región: español, inglés, francés y neerlandés. El francés ha generado en Haití un dialecto o patois supuestamente emparentado con el normando. Al dialecto del neerlandés le llaman papiamento. Tanto el inglés como el español se hablan con ciertas peculiaridades, pero son perfectamente comprensibles en Gran Bretaña y España, las naciones de donde proceden.

La región, pródiga en escritores, ha dado tres Premios Nobel de Literatura: Saint John Perse nació en Guadalupe, un departamento francés; V.S. Naipul, en Trinidad y Tobago, y Derek Walcott en Santa Lucía. Estos dos últimos pertenecen a la cultura angloparlante.

El mayor peso demográfico antillano cae en el ámbito hispano: más de 25 millones de personas hablan español. También posee la mayor extensión territorial. Entre Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, tres de las cuatro grandes Antillas, bordean los 200.000 kilómetros cuadrados. España se concentró en la defensa de estos territorios. De las Antillas grandes, sólo perdió Jamaica, incapaz de defenderla del asalto de una impresionante flota británica enviada por Oliver Cromwell a mediados del siglo XVII.

La cultura francesa alcanza a unos nueve millones de personas, de los cuales ocho sobreviven muy precariamente en Haití. El otro millón se reparten entre Guadalupe y Martinica, con una presencia residual en el norte de la isla San Martín y en Bartolomé.

Son 16 las islas en las que se habla inglés, pero el total de hablantes de esa lengua sólo alcanza a algo más de cinco millones. Jamaica, con casi tres millones, y Trinidad-Tobago, con uno, son las mayores poblaciones angloparlantes. Bahamas y Barbados se mueven cerca de los 300.000 habitantes cada una.

Holanda sólo tiene dos islas densamente pobladas y notablemente prósperas, Aruba y Curazao, entre ambas tienen un cuarto de millón de personas. Saint Marteen se acerca a los 40.000. Saba y San Eustaquio apenas llegan a 5.000. 

El modelo de Estado que poseen las islas, y hasta las virtudes y defectos públicos que exhiben sus habitantes, guardan alguna relación con las culturas de donde proceden.

Las islas formadas en la tradición inglesa o en la holandesa presentan rasgos típicos de Gran Bretaña y de los Países Bajos, como el sistema parlamentario y el bipartidismo político.

Guadalupe y Martinica son territorio francés y, por lo tanto, son las instituciones francesas las que rigen.

Haití, en cambio, se independizó a principios del siglo XIX y es, tal vez desde hace mucho tiempo, un estado fallido. En ciertos periodos de su historia ha estado más cerca del despotismo de los gobiernos militares latinoamericanos que de la tradición francesa.

Las tres Antillas españolas han seguido caminos diferentes.

República Dominicana ha replicado la historia de América Latina, con su presidencialismo y su devoción por los caudillos fuertes. Afortunadamente, después de la guerra civil de 1965 comenzó una etapa de gobiernos democráticos en los que los gobernantes terminan sus mandatos y entregan el poder en elecciones libres.

Puerto Rico eligió mantenerse dentro del modelo autonómico que comenzó a ensayar con España en los últimos años de la colonia, a fines del siglo XIX, y luego siguió con Estados Unidos tras el cambio de soberanía en 1898. En esto coincide con otras islas del Caribe inglés, francés y holandés voluntariamente vinculadas a las metrópolis, pero con una diferencia: Puerto Rico es el único estado culturalmente diferente a la metrópoli a la que está vinculado.

Cuba ha tenido la evolución más radical. En 1959 dejó de ser una república latinoamericana, con sus penas y sus glorias y, de la mano de un puñado de aventureros dirigidos por Fidel Castro, durante la época en que formaba parte del mundo comunista dirigido por Moscú, calcó el modelo de estado soviético. Hoy parece alejarse en la dirección de un modelo híbrido de colectivismo, con algunos elementos de capitalismo, presidido por un dictador militar que forma parte de una dinastía familiar.

Un poco de historia

Esa variopinta procedencia histórica y cultural nos sirve para comparar, aunque sea someramente, qué sucede a principios del siglo XXI con los distintos países surgidos de esta experiencia. ¿Les ha ido mejor a los que fueron colonizados por los españoles, por los ingleses, los franceses o los holandeses? Hagamos un poco de historia.

Cuando un marino, probablemente genovés, Cristóbal Colón, se encontró con unas islas desconocidas a fines del siglo XV, la Corona castellana a la que le prestaba sus servicios reclamó la soberanía sobre los nuevos territorios sorpresivamente hallados allende el mar Atlántico.

La isla de Guanahani, llamada San Salvador por los españoles, precisamente en el archipiélago de las Bahamas, fue la puerta de entrada a América.

¿A quién podía Castilla solicitarle la soberanía? En aquella época, el Papa era la única figura que, hasta cierto punto, podía legitimar la autoridad de los príncipes cristianos sobre los territorios desconocidos o arrebatados a los paganos.

El silogismo funcionaba de la siguiente forma: Jesucristo era el señor del universo; el Papa, era su representante en la Tierra, su vicario y apoderado, de manera que heredaba y administraba la soberanía sobre todo el planeta, poseyendo la facultad de delegar esos poderes voluntariamente en los príncipes cristianos que acataran su autoridad.

Los príncipes o reyes cristianos, en suma, lo eran porque el Papa así los reconocía. De ahí la fórmula "Rey por la gracia de Dios. Pero esa gracia tenía una contrapartida. A cambio de la legitimidad, les asignaban la sagrada tarea de cristianizar a los paganos y enseñarles la religión "verdadera".

Tras el regreso de Colón con la noticia, todavía muy confusa, de los territorios hallados, Isabel y Fernando, los Reyes Católicos de Castilla y Aragón, se apresuraron a solicitar del Papa Alejandro VI, un valenciano de la familia de los Borgia, la legitimación que necesitaban para imperar sobre ese mundillo de islas e islotes sorpresivamente encontrado. Querían tener y exhibir lo que se llamaba "títulos justos".

En 1493, el papa Alejandro dictó unas bulas en ese sentido, y excomulgó a todo el que viajara a esos parajes sin permiso de la Corona castellana, pero el rey de Portugal, que también exploraba el Atlántico por aquellos años, se sintió agraviado y pidió un nuevo tratado internacional que reconociera sus derechos. Al fin y al cabo, las islas Azores, en el Atlántico, habían sido colonizadas por ellos. Era el primer litigio entre potencias surgido por América.

La sangre no llegó al río. El pacto se forjó en la ciudad de Tordesillas en 1494, y en él se estableció que Castilla y Portugal, mediante una curiosa división vertical, quedaban en posesión exclusiva de lo que unos años más tarde comenzaría a llamarse América. Según algunos historiadores, el Tratado de Tordesillas, delimitado con la ayuda de expertos cartógrafos, es el primer acuerdo internacional moderno. 

El Tratado de Tordesillas, sin embargo, no sería acatado por los demás monarcas europeos. A fines del siglo XV la autoridad del Papa estaba muy cuestionada en la Europa cristiana y ninguno de los reyes europeos tomaba demasiado en serio la idea de que el Papa era la cabeza de la cristiandad en cuestiones de carácter político, así que la disposición papal fue totalmente ignorada por Francia e Inglaterra en una primera instancia, y luego por Holanda y otros poderes de lo que pronto se llamaría "el viejo mundo".

Las Antillas como lugar de enfrentamiento

Las Antillas fueron lo que hoy calificaríamos como un gran "teatro de operaciones" militares entre Castilla, de una parte, y el resto de las potencias marítimas de la época de la otra.

Era lógico que así fuera, porque Castilla, inmediatamente, clavó su pabellón en las Antillas, concretamente en La Española, en lo que hoy llamamos República Dominicana y ayer Santo Domingo, iniciando un enérgico proceso de transculturación. El propósito era dejar en claro que se trataba de una colonización y conquista permanentes.

En esa ciudad, fundada en 1506 por Nicolás de Ovando, comenzaron a construir la primera catedral de América en 1514, junto a fortalezas, conventos y algunos palacetes. En 1518 La Española ya cuenta con una institución educativa que evolucionará hasta que en 1538 obtienen el permiso papal para crear la primera universidad del nuevo mundo.

Este breve recuento no es gratuito. Nos lleva de la mano a la siguiente reflexión: Castilla se proponía reproducir en América el mundo europeo que conocía. Para los castellanos, la conquista de América era una nueva fase de la reconquista que habían vivido en la propia España a lo largo de siete siglos de intermitentes combates con los moros.

No puede olvidarse que en 1492, el año del Descubrimiento, es también el de la toma del Reino de Granada, el último reducto islámico controlado por los árabes en la Península. Para los castellanos, como para el resto de los españoles, la conquista de nuevos territorios arrebatados a los paganos era vista como una expansión de la nación propia más que como una suerte de dominio sobre un territorio extraño. 

¿Por qué este dato es importante? Porque el espíritu de las otras potencias europeas cuando le disputaban la soberanía de América a los españoles era muy diferente. Ni Inglaterra, ni Francia ni Holanda pretendían reproducir su grandeza en suelo americano, al menos en las Antillas.

Para ellas, América era una oportunidad de hacer negocios y era una cuestión de equilibrio de poder militar y económico. Eso cambiaría un siglo más tarde con la colonización de Estados Unidos y Canadá, en una zona en la que no había presencia hispana.

En las Antillas, una Castilla que de pronto se convertía en el reino mayor del planeta y tenía acceso a enormes riquezas naturales, especialmente oro, se convertía en un inmenso peligro para Francia o Inglaterra.

Teatro de operaciones

Con bastante rapidez, los españoles se apoderaron de las islas antillanas y fundaron ciudades e instalaciones militares en muchas de ellas. Santo Domingo, La Habana, San Juan de Puerto Rico, Santiago de la Vega en Jamaica, fueron creadas en la primera mitas del siglo XVI.

En realidad, todas las capitales de América fueron fundadas en ese periodo. Los españoles buscaban oro y especias para enriquecerse, pero simultáneamente necesitaban defender los derechos soberanos otorgados por el Papa. Cada villa, cada ciudad, cada bastión militar, eran una trinchera contra las pretensiones de los otros dos poderes de la época: Francia, Inglaterra y, en menor medida, Holanda.

Las Antillas, además, como consecuencia de las corrientes marítimas y la fuerza y dirección del viento, eran el sitio ideal para organizar las flotas que navegaban rumbo a la Península o de ella provenían. Los barcos tenían que unirse para hacerles frente a los naufragios y a los piratas, corsarios y filibusteros que los acechaban.

La Habana, que era un buen puerto marítimo, fue la ciudad escogida como punto de reunión de la flota española. Por ello no tardó en convertirse en una ciudad notable, con edificaciones militares capaces de defenderla y una buena trama de establecimientos comerciales. Era, también, por su cercanía a territorio firme, el punto de donde salían las expediciones para explorar y conquistar otras tierras.

Cuando se supo de la existencia de imperios como el azteca o el inca, y cuando se agotó el oro en las islas del Caribe, o cuando casi desaparecieron los nativos como consecuencia de las enfermedades, a los españoles les resultó claro que ese mundillo de islas e islotes era la antesala de América. En un primer momento, su mayor importancia no provenía de la riqueza que tenía, sino de su valor estratégico.

Cuba, la mayor isla del Caribe, tan grande que Colón estaba seguro de que formaba parte del continente, sería llamada "llave del Golfo". Su extremo occidental, muy cerca de la península de Yucatán y de la península de la Florida, apuntaba hacia la cintura de América.

Todas las potencias europeas, pues, tenían otra razón por la cual tratar de arrebatarle parte del territorio al castellano. Mientras los piratas y corsarios se contentaban con robar los buques cargados de oro, especias y otras riquezas, o asaltaban las ciudades para saquearlas y exigir rescates, los Estados enemigos de España querían territorios con carácter permanente para situar sus dotaciones militares y desde allí tener acceso a América.

Aumentaba, pues la belicosidad en la zona. Cuando Francia e Inglaterra, además de España, estuvieron firmemente asentadas en las Antillas, cada vez que estallaba la guerra entre esas naciones en Europa, el mar antillano se convertía en un campo de batalla.

Como consecuencia de ello, cuando se firmaba la paz, generalmente algunos territorios cambiaban de soberano, lo que a veces quería decir cambiar no sólo de rey, sino también de lengua oficial, de religión y, en suma, de cultura.

En ese sentido, la historia de Jamaica es ejemplar. Jamaica, palabra que entre los arahuacos quería decir "tierra de madera y agua". Al ser una de las mayores islas del Caribe, los ingleses decidieron que valía la pena arrebatársela a España. De manera que Oliver Cromwell, entonces dictador en Inglaterra, envió una poderosa flota a conquistar la isla. Eso ocurrió en 1654.

Estudiar la historia de Jamaica en una manera de entender la diferencia entre la colonización inglesa y la española en el Caribe. Mientras España intentaba reproducir sus formas de vida en sus colonias americanas, los ingleses sólo pretendían crear mecanismos militares para proyectar su poderío internacional, mientras desarrollaban actividades económicas encaminadas a enriquecer a ciertas empresas relacionadas con los círculos de poder.

Santiago de la Vega, el soñoliento poblado que fungía como capital de la Jamaica española, pronto fue sustituido por Port Royal, un poblado alegre y violento dominado por los piratas y corsarios, del que se decía que llegó a tener una taberna por cada diez habitantes, y en el que muchísimas mujeres ejercían la prostitución para satisfacción de aquella variopinta colección de aventureros. Muy en consonancia con aquel espíritu, Henry Morgan, el temido pirata al servicio de Inglaterra, llegó a ser nombrado gobernador.

Azúcar, ron y esclavos

Esos cambios de soberanía a veces tenían efectos benéficos inesperados. El mejor tabaco que se cultivaba el mundo en el siglo XVII no era el habano cubano, sino el que los agricultores canarios cosechaban en Jamaica. Al convertirse la isla en territorio británico en 1670, aquellos expertos españoles en el cultivo de tabaco fueron a parar a Cuba, donde rápidamente pusieron en marcha la industria que tan bien conocían.

Lo mismo sucedió con el azúcar. Aunque Colón llevó a América la caña de la que se obtenía el azúcar, cultivo que los árabes habían trasladado a España varios siglos antes, y aunque en Cuba, a fines del siglo XVI, ya existían algunos centrales azucareros, fue en Jamaica donde más intensamente los españoles sembraron y cultivaron esta generosa gramínea.

En el siglo XVII Jamaica era el mayor exportador de azúcar del mundo. Tras el éxodo de los españoles, esa distinción, poco a poco, le tocó a Cuba.

Pero el azúcar, que era una bendición económica para los empresarios, resultó ser una tragedia para los negros africanos, utilizados como mano de obra esclava para el cultivo, acopio y molienda de la caña.

¿Cuántos negros esclavos africanos cruzaron el Atlántico? Según los cálculos más solventes, unos 20 millones, y el Caribe fue uno de los destinos favoritos para el tráfico y la venta de estos seres humanos.

Otra pequeña isla caribeña, Barbados, en poder de los ingleses desde principios del siglo XVII, territorio que no hubo que arrebatarle a España por la fuerza porque estaba deshabitado, hizo un aporte curioso a la historia de la región: el ron.

Era un nuevo destino para la caña de azúcar. Dejaban fermentar la melaza tras la obtención del azúcar, y el licor obtenido resultaba muy agradable al paladar.

Hasta ese punto parecía un fenómeno inocuo relacionado con la alimentación, pero tuvo unas consecuencias tremendas: como el consumo de ron se propagó rápidamente, se necesitaron más esclavos para las plantaciones.

Simultáneamente, dado que los reyezuelos que traficaban con cautivos en África apreciaban mucho las bebidas alcohólicas, el ron comenzó a aceptarse como forma de pago para adquirir nuevos esclavos, con lo que se completaba el círculo vicioso: utilizaban esclavos para producir ron y con el ron compraban más esclavos para aumentar la producción de ron.

Fue a partir del siglo XVII, y hasta finales del XIX, que el Caribe adquirió cierto perfil uniforme procedente del aparato productivo. Primero, reinaba su majestad el azúcar, luego los puros habanos y por último el café. Por eso se ha dicho, con cierta razón, que la región le debe su imagen a la sobremesa.

¿A quiénes les fue mejor?

Con el paso del tiempo y un notable cambio en la sensibilidad europea, fundamentalmente impulsado por los cuáqueros, eventualmente la esclavitud fue extinguiéndose en la zona. El primer país antillano que abolió esa práctica fue Haití, en 1804. El último fue Cuba, en 1886, entonces colonia española.

El fin de la esclavitud fue también el fin de un importantísimo rubro comercial que enriqueció a numerosos armadores, financistas y agricultores. Sorprende saber que para París, desde un punto de vista económico, significaba mucho más la producción azucarera haitiana que todo el Canadá francés.

Con el azúcar ocurrió otro tanto: el azúcar de remolacha producido en Europa y el procedente de Asia, disminuyeron el interés y el valor comercial de este alimento al aumentar el número y la fuente de los productores.

Por otra parte, con la derrota de España en la guerra de 1898, Estados Unidos se instaló en la región como un poder hegemónico que contaba con bases militares en Cuba, en Puerto Rico, y luego en las Islas Vírgenes adquiridas a Dinamarca en 1917, país que durante dos siglos tuvo una discreta presencia en el Caribe.

¿Les ha ido mejor a las Antillas españolas, a las inglesas, a las francesas o a las holandesas?

Antes de tratar de responder a esa pregunta vale la pena hacer algunas observaciones generales:

Como regla general, a la región, al menos en el terreno de la violencia, le ha ido razonablemente bien. Desde de que los europeos dejaron de hacerse la guerra, las distintas islas han vivido en paz sin agresiones entre ellas.

En el siglo XX, las únicas operaciones militares internacionales que han conocido son las intervenciones de Estados Unidos en Cuba, Haití y República Dominicana, con muy pocas bajas, generalmente encaminadas a pacificar las islas en medio de conflictos bélicos, o a tratar de evitar que otros poderes imperiales europeos se apoderaran de las islas con el pretexto de cobrar deudas impagadas, como sucedía a fines del siglo XIX y principios del XX.

La invasión de Granada en 1983 por los Estados Unidos fue un episodio de la Guerra Fría motivado por el temor a la expansión soviético-cubana en el Caribe. Algo parecido a lo sucedido en República Dominicana en 1965, en medio de la guerra civil. Poco después las tropas norteamericanas se retiraron de Granada como antes lo habían hecho de República Dominicana.

Es sorprendente, y en gran medida admirable, que las Antillas pequeñas, especialmente las poco pobladas, pese a la fragilidad de su potencial productivo y a los azotes frecuentes de los ciclones, hayan conseguido crear sociedades modernas con aceptables índices de desarrollo económico.

También, como regla general, se pueden hacer otras observaciones, algunas de ellas notablemente incómodas:

Casi siempre, los países que han sacrificado total o parcialmente su soberanía han tenido un mejor desempeño económico y mayor estabilidad social, seguramente por el amparo de la metrópoli.

A Guadalupe y Martinica les ha ido mucho mejor como parte de Francia que a Haití como estado independiente.

Aruba, Bonaire, Curazao, Saba y San Eustaquio, asociadas a Holanda, no conocen la pobreza extrema, son verdaderos estados de derecho y sus poblaciones tienen un notable nivel de vida.

A Puerto Rico, que posee el per cápita más alto de América Latina, le ha ido mejor que a República Dominicana o que a Cuba en el aspecto económico y en el de la estabilidad institucional.

En el siglo XX, las únicas verdaderas tiranías antillanas son las que han padecido los cubanos, haitianos y dominicanos. El resto de los antillanos no han padecido nunca nada parecido.

Los golpes militares y la violación de las normas constitucionales han sido mucho más frecuentes en Cuba, República Dominicana y Haití que en las de las otras islas.

Tal vez una de las razones que explican este fenómeno es que, con esas tres excepciones, las demás islas carecen de fuerzas armadas en el sentido convencional del término. Poseen policías capaces de guardar el orden, pero no estructuras militares que puedan tomar y conservar el poder.

Probablemente, la existencia de un poder tutelar (Inglaterra, Francia y Holanda), aunque lejano, disuada a quienes tengan tentaciones golpistas.

En cuanto a la estabilidad política, es posible que el sistema parlamentario, capaz de absorber las crisis más adecuadamente,  necesitado de partidos políticos fuertes, es más apto para transmitir la autoridad que el presidencialismo.

El Índice de Desarrollo Humano

En todo caso, Naciones Unidas, una organización obsesionada con las comparaciones entre sus miembros, desde la década de los noventa ha compilado el Índice de Desarrollo Humanopara tratar de establecer qué países van a la cabeza del planeta, cuáles se sitúan en el centro y cuáles están a la cola.

El Índice, cuya edición del 2010 clasifica a 169 países, combina y promedia datos sobre salud, educación, ingresos, desigualdad económica y por géneros, sustentabilidad y seguridad humana. En este índice 1 sería una sociedad totalmente perfecta y o totalmente imperfecta.

No todas las islas antillanas aparecen en el Índice. Unas, porque no son entidades independientes o no tienen las mínima dimensiones exigidas. Otras, como Cuba, porque pidió no ser medida a partir de este año y porque sus informaciones estadísticas son parciales, incompletas, y no se ajustan a la metodología general.

El Índice divide a las 169 naciones en cuatro categorías:

Desarrollo humano muy alto (1 al 42)

Desarrollo humano alto (del 43 al 85)

Desarrollo humano medio (del 86 al 127)

Desarrollo humano bajo (del 128 al 169)

El país que encabeza el Índice, el mejor, es Noruega. Le asignan una puntuación de 0.938. El último de los países clasificados, el peor, es Zimbabue, la antigua Rodesia. Alcanza 0.140.

Los otros cuatro países mejor evaluados son Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos e Irlanda, todos antiguas colonias inglesas.

Los otros cuatro países peor clasificados son el Congo, Niger, Burundi y Mozambique, todos del África negra.

Un análisis de la lista arroja ciertas informaciones interesantes. El único país de América, exceptuados Estados Unidos y Canadá, que aparece como tenedor de un muy alto índice de desarrollo humano es la isla de Barbados. Le adjudican 0.788.

A continuación, separados por apenas unas centésimas de diferencia, está Bahamas con 0.784, encabezando el pelotón de los 42 países de alto desarrollo humano.

Ningún país latinoamericano alcanza a Barbados y a Bahamas. Chile, Argentina y Uruguay, que son los tres países latinoamericanos mejor colocados, están por debajo de Barbados y Bahamas.

La circunstancia de que Barbados y Bahamas sean los dos países con el más alto índice de desarrollo humano de América, exceptuados Estados Unidos y Canadá, es afortunada, porque se trata de dos países cuya población negra en gran medida procede de los mismos sitios de donde fueron esclavizados los antepasados de los haitianos.

¿Por qué es importante el dato? Porque Haití es el único país de América que forma parte de los 41 países con menor índice de desarrollo humano, casi todos naciones africanas.

Eso prueba la decisiva importancia de la cultura y, por la otra punta, la nula importancia de la raza: los descendientes de las mismas tribus africanas son muy exitosos en Barbados y Bahamas y un desastre casi total en Haití.

Por último, no es fácil decidir cuál de las cuatro culturas ha sido más exitosa en las Antillas, pero es probable, en general, que las islas que poseen la tradición institucional británica han alcanzado el nivel más alto de desarrollo humano. El tema, sin embargo, está abierto a debate.

*Conferencia auspiciada por el Julius Baer Bank. Nassau, 22 de noviembre de 2010.

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