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Represión

'A mi papá se lo llevaron por las manos y los pies'

Detrás de los presos políticos cubanos están las duras realidades de sus familiares. Esta es la historia de la esposa y la pequeña hija del rapero Maikel Castillo.

La Habana

El 22 de junio de 2018, el rapero Maikel Castillo Pérez "El Osorbo" fue cargado en peso y llevado con violencia a la prisión conocida como el Vivac. Su hija, Jade Castillo Hernández, de dos años y medio entonces, quedó sola en el Parque del Cristo, de La Habana Vieja, donde estaba con su padre.

Maikel había ido a conectarse a la red WiFi. Los oficiales del Departamento Antidrogas, que hacían un operativo aquel día, consideraron que los filmaba y se abalanzaron sobre él para quitarle el móvil.

El músico estuvo 17 días en huelga de hambre en el Vivac. Comenta Rosmelis Hernández Hernández, su esposa y madre de Jade, que luego le pusieron una multa y salió en libertad.

"Seis meses después él dio el concierto en La Madriguera, donde habló mucho de lo que estaba pasando en el país. Al otro día lo fueron a buscar. Se lo llevaron para la prisión porque supuestamente el oficial con el que tuvo el problema se había quejado, diciendo que cómo podían ponerle una multa, que Maikel tenía que cumplir prisión".

"El 27 de septiembre de 2018 se lo llevaron. El concierto debió ser el 25 o el 26. El juicio fue el 20 de marzo de 2019, casi seis meses después. La fiscal pidió un año, pero cuando llegó la sentencia decía 'un año y seis meses'. Eso a él lo ha molestado mucho", relata Rosmelis.

La joven de 25 años es manicure y comparte con Maikel, además de una hija, la pobreza. Su casa, donde nos reunimos para hacer esta entrevista, es el fragmento derecho y trasero de un antiguo almacén al que llegó con su hija cerca de un año atrás, luego de que se derrumbara la vivienda que habitaba con su madre y su hermana en una construcción vecina.

Su hermana vive en un espacio similar un poco más adelante. El techo del almacén tiene descubiertas las cabillas que lo sostienen. Una cerca peerles enorme, colocada a la manera de un falso techo, hace la función de malla para evitar que los pedazos mayores de los escombros que caen lleguen al suelo.

La casa de Maikel está a unas cuadras del almacén donde viven su esposa e hija. Es un espacio mucho más pequeño de un antiguo caserón, donde las reformas dificultan discernir las funciones originales de las habitaciones que ahora ocupan familias enteras. Las cortinas sustituyen las puertas, placas añadidas entre el techo y el suelo multiplican el número de espacios, y escaleras casi perpendiculares procuran consumir la menor área posible.

Maikel Castillo, cuyo nombre artístico es "El Osorbo", nació en 1983 y todavía era un niño cuando su mamá se fue del país y lo dejó al cuidado de una hermana y un hermano. Esa tía fue quien lo crío. "Ella está enferma, necesita tratamientos psiquiátricos", explica Rosmelis. "En los últimos tiempos ha estado mucho peor, estuvo ingresada porque no había la inyección (que necesita). Ahora está un poco mejor".

El pasado jueves 2 de mayo, Rosmelis y Jade visitaron a Maikel. La visita es a las 2:00PM, cada 15 días. Rosmelis se levanta temprano y, a las 10:00AM, coge un carro en el Parque El Curita que va directamente hasta Valle Grande, la prisión en la que está ahora Maikel.

Solo el transporte para la visita le cuesta 100 pesos, cincuenta de ida y lo mismo de vuelta. Jade va sobre sus piernas.

Los desembolsos no terminan ahí. Rosmelis lleva a Maikel alimentos que pueda conservar: refrescos en pomos —las latas no están permitidas—, galletas, pan, cigarros, azúcar, leche.

La serie de gastos suma a la carencia emocional las dificultades económicas. "Maikel es un hombre muy luchador y buen padre. Su falta me la estoy sintiendo porque él es mi mano derecha. Compartimos la crianza de la niña y ahora yo estoy sola aquí", comenta Rosmelis, que se ve cansada, aunque no débil.

A la 1:20PM comienzan a llamar a los familiares y amigos que esperan en un salón de la prisión. "La visita dura dos horas. El lugar es algo parecido a un comedor. La relación de Maikel con los guardias no es buena, él me comenta que lo provocan. Yo le digo que no se deje provocar, porque a lo mejor ellos hacen eso para complicarlo más".

Rosmelis le habla de su familia. "Su tía pregunta mucho por él y se mantiene muy al tanto. Ella no lo visita porque tenemos miedo de que pueda hacerle daño a su salud".

Maikel sabe que tiene mucho apoyo y escribe notas para sus amigos en las que manifiesta agradecimiento y firmeza. Es una de esas personas a las que se admira por su capacidad lírica y sensibilidad hacia el mundo que le ha tocado conocer; un mundo que, cuando se enlistan las adversidades que le ha puesto, parecería diseñado para convertirlo en un antisocial.

Mientras entrevisto a Rosmelis, Jade se asoma. El deseo de jugar con su prima y otras amigas con las que convive en el viejo almacén puede más que su curiosidad. Aun así, da sus vueltecitas para discernir, con sus tres años y medio, qué se habla de su papá.

Cuenta Rosmelis que cuando la llevaron para la casa, el día que detuvieron a Maikel, la niña lloraba y decía: "A mi papá se lo llevaron por las manos y los pies".

Jade no la escucha, ya su prima la llamó. Cae la tarde para Rosmelis y para Maikel. Hay que estar una tarde en una prisión para saber cuántas cosas caen con ella.

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