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Béisbol

«El béisbol cubano mejorará cuando Cuba sea libre»

Al habla con Iván Davis, uno de los grandes del arbitraje en la Isla.

La Habana

Una noche de 1989, sentado tras el home del antiguo Estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, un grupo de fanáticos la emprende a gritos e improperios contra el umpire de home, Iván Davis. La causa fue un tercer strike, mal cantado según los exaltados hinchas, al formidable jardinero central Javier Méndez.

Bajo el fuego incesante de ofensas y palabras gruesas, aún tengo en la retina el sosiego con que Davis se quitó la careta, sacó del bolsillo su escobilla y se dispuso a limpiar el plato. Entonces los árbitros vestían como funerarios. En el terreno parecían hombres de cera. Mientras más les aullaba el graderío, más impasible se comportaban.

Muchos eran profesionales a prueba de bombas. Otros no tanto. Iván Davis fue uno de los grandes en el béisbol cubano de los años 80. Un tipo que parecía un vikingo nórdico. Alto y colorado. Y no le temblaba el pulso a la hora de cantar una jugada apretada o expulsar a un malcriado pelotero del equipo local con el estadio a reventar.

En ese momento, yo no sabía de dónde procedía ni cómo llegó al arbitraje Iván Davis, residente en Miami desde 1993, a punto de cumplir hoy 72 años. Gracias a las nuevas tecnologías, veintitrés años después de aquella noche en el Latino he podido entrevistarlo.

Pertenezco a la generación nacida con la revolución. Los medios oficiales cuentan poco o nada de esa etapa gloriosa del béisbol anterior a 1959. Hay que rastrear en bibliotecas, viejos diarios, o tener la suerte de que te caiga en las manos algún libro sobre el tema, como 'The Pride of Havana: The History of Cuban Baseball', de Roberto González Echevarría, para conocer el quehacer de peloteros y momentos estelares como la electrizante final de 1947. Desearía que me contara sobre su vida. ¿Dónde comenzó a practicar el béisbol? ¿Se formó como pelotero jugando en terrenos de centrales azucareros, en 'pitenes' de barrio o practicando pelota de manigua?

Nací en la barriada habanera de El Cerro, en la calle Zequeira 271, entre Consejero Arango y Saravia, muy cerca del Estadio del Cerro. Desde niño la pelota fue mi deporte favorito. Siendo adolescente mi familia se mudó para Jacomino. Fue allí donde comencé a practicar con sistematicidad el béisbol. Me hice pelotero en un excelente terreno que había en el Barrio Obrero, en Luyanó. En aquel entonces allí se jugaba un béisbol que no le envidiaría nada a la actual Serie Nacional. Jugaban peloteros que terminaban su temporada en Estados Unidos, y como algunos no tenían la oportunidad de jugar en la Liga Cubana, se iban a piquetear a ese terreno.

Para que tengas una idea, un año en que los Senadores de Washington no le dejaron participar en la liga invernal, Camilo Pascual se iba a jugar con nosotros. Hablo de uno de los mejores lanzadores cubanos de todos los tiempos. Ganó entre 179 y 185 partidos de por vida. Ese gigante del béisbol que se llama Ted William expresó que nunca había visto una curva tan pronunciada como la de Pascual.

Después jugué en la Liga Popular con la novena Las Galletas Billy y en Unión Atlética con el equipo de La Aduana de Cuba. También estuve un año en la Liga de Quivicán con el team de La Salud, donde jugaba Pedro Chávez y su hermano Antonio era el director. Yo fui como lanzador y jardinero. En un juego de exhibición contra Unión Atlética de Santiago de las Vegas, campeón esa temporada, lancé cinco entradas, creo que no me dieron hit y propiné seis ponches. Me vio un entrenador que trabajaba con los Cuban Sugars Kings, llamado Janero, y me preguntó si deseaba jugar como profesional.

¿Llegó a jugar en la pelota profesional cubana? ¿Se integró en alguna liga organizada en Estados Unidos?

Sí. Janero me recomendó con un preparador que se llamaba Antonio Pacheco (igual que el pelotero de Santiago de Cuba) y me hicieron algunas pruebas. Me firmaron ese año. Salí hacia Estados Unidos para jugar mi primera temporada como profesional. Debuté con el Geneva en la Nueva York Penn League. No me fue bien, no me cuidaba, gané un juego y perdí ocho. Al año siguiente jugué en el Palatka, del Florida State League. Me fue mejor. Gané 15 partidos y perdí 11. Todos de relevo, más los que salvé, aunque en ese tiempo no existían los juegos salvados. Fui el lanzador de la organización del Cincinatti con mayor participación en juegos, 59. Después jugué con el Topeka, gane cinco y perdí uno. Luego regresé a Cuba e integré el club Almendares. Aquí me enamoré de mi actual esposa. Estando en Cuba me llegó un contrato para firmar como Clase A.

¿Lanzó en el Estadio del Cerro? ¿Qué se siente al jugar en el coloso habanero repleto hasta la bandera? 

La primera vez que lancé en el Estadio del Cerro iba temblando en el jeep que por aquellos tiempos se usaba para trasladarte del bullpen al box. Había un murmullo que zumbaba en mis oídos como el vuelo de una abeja. Tal vez los fanáticos se preguntaban, y éste quién diablo es. Pero al momento de pisar tierra todo cambió. Lance dos entradas sin complicaciones y antes de marcharme escuché algunos tímidos aplausos del respetable. Eso fue en el año 1961. Lancé solo 11 entradas. Imagínate, en la novena había un cuerpo de pitchers repleto de monstruos como El Guajiro Peña, Mike Cuéllar, Naranjo, Andrés Ayón, Marcelino López, entre otros. Todos jugaron en ligas profesionales en el Caribe, algunos llegaron a Las Mayores.

Supongo que al triunfo de la revolución pudo optar por abandonar el país y competir en cualquier liga del Caribe o Estados Unidos. ¿Por qué no lo hizo? ¿Qué le motivó a convertirse en árbitro?

Si hubiera seguido en el béisbol quizás habría llegado más lejos. Condiciones y talento tenía. La única razón por la cual no me marché a jugar en ligas invernales del Caribe o Estados Unidos fue para no separarme de mi familia. El motivo de convertirme en árbitro fue puramente económico. Como pelotero, el Instituto Nacional de Deportes y Recreación (INDER) me pagaba 125 pesos, que no alcanzaban para mantener a mi familia. Había que buscar otras alternativas.

Hábleme de Amado Maestri. ¿Lo conoció? ¿Qué lo diferenciaba del resto de los umpires?

Tuve la suerte de conocer a Maestri cuando jugaba, pero no pude trabajar con él como árbitro, pues cuando yo comencé Amado ya había fallecido. Era un tremendísimo umpire, una excelente persona. Un referente ético. Y dejó un listón muy alto para cualquiera que se dedicara arbitrar.

¿Cómo era el nivel del arbitraje en los primeros años del béisbol revolucionario?

Como árbitro fui un triunfador. Comencé con solo 25 años. Me destacaba por mi seguridad en el conteo de bolas y strikes. Recuerdo que en un juego de la serie provincial en La Habana, Pablo Cruz, destacado pelotero, me dijo que no entendía cómo era posible que yo no estuviera arbitrando en Series Nacionales. Al fin, llegué a arbitrar en el máximo nivel.

En aquellos tiempos, muchos de los árbitros habían jugado béisbol profesional. Y otros venían de trabajar en las distintas ligas amateurs que existían entonces y eran fortísimas. Dentro del arbitraje cubano, en una época hubo una constelación de estrellas como Francisco Fernández Cortón, Francisco Belén Pacheco, Julio Ramón Véliz, Alejandro Montesinos y otros, casi todos ya fallecidos. En la carrera de un árbitro siempre hay buenos y malos momentos. Son más los malos que los buenos. Con los jueces nadie está de acuerdo. Cuando decides conteos o jugadas reñidas a favor de una novena, el fanático del equipo contrario piensa que te equivocaste. Ahí comienza la polémica.

Supongo que participó en algún clásico entre Industriales y Santiago de Cuba, en el Guillermón Moncada o en el Latinoamericano. ¿Qué se siente al salir a la grama con 55 mil espectadores, en el caso del Latino, silbando y gritándole improperios a los árbitros? Cuénteme algunas decisiones controvertidas. Anécdotas interesantes que se suelen dar en esos partidos jugados a cara de perro entre habaneros y santiagueros.

Tengo muchas anécdotas. Recuerdo un partido caliente entre Industriales y Santiago con el Guillermón a punto de reventar. El juego estaba muy reñido. Con Santiago al bate, Pedro Tanis, un jugador que terminó como corredor de 400 metros, dobla por segunda en una conexión de hit al jardín derecho, pero lo mandan a regresar, el torpedero corta el tiro y tira a segunda base. El camarero, que era Rey Vicente Anglada, lo toca en jugada apretadísima. Yo canto el out. Se desató un infierno. El estadio se me echó arriba. Anglada me dijo 'Colorao (así me decía Rey), hay que tener unos cojones grandísimos para cantar ese out aquí en el Moncada'. Imagínate, los fanáticos me querían matar.

Era una época que se jugaba pelota a camisa ripiada. Se veía cada cosa que para qué. Al finalizar el juego un policía me dice que debo acompañarlo a la Unidad por un gesto que él interpretó como una ofensa, yo me había puesto las manos en el pecho para señalar que se necesitaba corazón para decretar ese out. El policía, quizás fanático de Santiago, estaba empecinado en que yo había realizado un gesto obsceno. Le dije al guardia, aquí en el terreno mando yo, no voy a ningún lugar contigo. Y seguí mi camino. El policía, empecinado, me siguió hasta el cuarto de vestir de los árbitros. Las autoridades deportivas tuvieron que interceder.

Se dice que un árbitro de home es excelente cuándo se equivoca menos de diez veces en el conteo de bolas y strikes. Como promedio se suelen cantar más de 200 envíos en un partido. ¿Estaba usted por esa media cuando arbitraba detrás del plato? ¿Cometió errores de bulto que decidieron juegos?

Estoy de acuerdo con ese criterio de un margen de diez errores en el conteo de bolas y strikes. Donde no puedes fallar es con tres corredores en base y que la carrera del gane la decida un lanzamiento, pues ahí mismo se daña tu trabajo. No creo haber tenido errores que influyeron en la decisión final de un encuentro. A mí me gustaba arbitrar en estadios llenos. Me sentía más cómodo, pues así no escuchaba los improperios.

A finales de los años 80, algunos entendidos comentaban que el nivel de la pelota cubana era doble A. ¿Lo cree usted así? ¿Cuál es su opinión sobre la calidad actual de la pelota en Cuba? ¿Cuáles son para usted los cinco mejores peloteros de la Isla que juegan en Grandes Ligas?

Sobre la otrora calidad y clasificación doble A de la pelota cubana depende del lado que se analice. El gran problema es que en la Isla analizan la calidad del béisbol por el equipo nacional, pero yo pienso que la pelota cubana hay que analizarla por su Serie Nacional, que es donde está la mayor cantidad de novenas. A día de hoy, indudablemente, el nivel ha disminuido si se le compara con el de los años 80.

También se debe considerar la cantidad de peloteros que se marchan, firman como profesionales, y cuántos logran ser estelares en Grandes Ligas. A mí no me gusta hacer comparaciones de quiénes son los mejores, pero te daré el nombre de algunos: Kendrys Morales, Aroldis Chapman, Liván Hernández, Duque Hernández, Dayán Viciedo, Yoennis Céspedes y cubanoamericanos como Gio González, que ganó 21juegos esta temporada y a punto estuvo de llevarse el Cy Young; o Yonder Alonso, nacido en Cuba, residente en Miami desde los once años y formado como pelotero en Estados Unidos.

Cuál es su criterio sobre cómo se podría superar el bajón cualitativo que sufre la pelota nacional.

El béisbol cubano va a mejorar cuando Cuba sea libre. Los que gobiernan o dirigen sus destinos, como Antonio, hijo de Fidel Castro, pretenden hacer con los peloteros lo mismo que hacen con los artistas y médicos, chuparles la mayor parte de sus salarios cuando obtienen contratos en el extranjero, y explotarlos para seguir viviendo a lo grande.

¿Por qué abandonó Cuba?

Me fui de Cuba porque ya no estaba de acuerdo con lo que sucedía. Y decidí buscar mejores oportunidades para mis hijos. En mi patria los jóvenes tienen escasas oportunidades y los viejos mucho menos. Además, cuando uno tiene la posibilidad de viajar por el mundo, como lo hice yo, te das cuenta de que ese sistema no sirve. No me fui antes por no dejar a la familia atrás. Pero llega un momento que uno tiene que liberarse de esas ataduras y tomar la decisión que crea mejor.

En 1992 ya estaba pensado en fugarme. Se suponía que iría como árbitro a los Juegos Olímpicos de Barcelona, pero decidieron enviar a Nelson Díaz. A mí me dijeron que viajaría al tope beisbolero que se celebraba anualmente entre Cuba y Estados Unidos. Ese año tocaba jugar en Estados Unidos. Se me prendió el bombillo y pensé, "ésta es la mía". Llegué al aeropuerto de Miami, llamé a un primo y le dije: "Vine a quedarme". No me pesa en lo más mínimo. Creo que ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida como árbitro.

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