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Poesía

Lorena Montero

'Señoras y señores: aquí frente a ustedes tienen a Lorena Montero: está desnuda, es sonoramente blanca desde la frente hasta los pies y si no fuera una frase demasiado trillada podríamos decir que hay en su entrepierna un bosquecillo oscuro, ardiendo.'

Miami

 

En un hotel del centro de una ciudad cuyo nombre ya no es posible recordar, tú, hombre, aún estás mirando a Lorena Montero maquillarse, lentamente, luego de un acoplamiento más bien temerario, intempestivo casi, tal vez inesperado. Señoras y señores: aquí frente a ustedes tienen a Lorena Montero: está desnuda, es sonoramente blanca desde la frente hasta los pies y si no fuera una frase demasiado trillada podríamos decir que hay en su entrepierna un bosquecillo oscuro, ardiendo.

Aquí la tenemos mirándose en el espejo: eso que ven no es el perfil de un puñal, es el seno derecho de Lorena Montero. Dios lo bendiga, y al izquierdo también. (Tú, hombre, en esas tardes en una banca de un parque de esa ciudad olvidable, olvidada, mientras acariciabas por sobre la tela los senos de Lorena Montero, imaginabas que por ellos, tú pequeñito, te deslizabas como el esquiador que se ha lanzado en busca del relámpago; también Dios te bendiga a ti, hombre.)

Pero creo que es mejor ver aún a Lorena Montero en esa otra habitación de un hotel de paso. A Lorena Montero prendiendo flamas en la oscuridad bajo tu cuerpo, hombre. Ah, sus dientes, su vientre sonoramente blanco. Los ojos enrojecidos de Lorena Montero. Era domingo. Todavía es domingo. Lorena Montero está gimiendo como quien viene regresando de la muerte. Todavía es domingo: el tiempo se ha marchado para siempre hacia ese domingo en la habitación de ese hotel de paso; Lorena Montero ha quedado para siempre saboreando el posorgasmo encima de tu cuerpo, hombre, y en tu pecho están sus senos capaces de negar toda dialéctica, y su entrepierna húmeda escancia en tu entrepierna y tus manos —esto no debes olvidarlo nunca—: tus manos descansan, la izquierda, en la nalga derecha, la derecha, en la nalga izquierda de Lorena Montero (ambas crujientes, ambas a punto de percutir parece). Todavía es domingo. Todavía es aquel domingo. Ahora Lorena Montero va a hablar. Pero no: el tiempo habrá de detenerse en ese instante. Ella no hablará. Ella no habrá de decir lo que dijo. 

 

Ciudad de México, febrero de 1999

 


Félix Luis Viera nació en El Condado, Santa Clara, en 1945. Su más reciente libro de poemas es La patria es una naranja (Alexandra Library, Miami, 2013). Sus novelas publicadas más recientes son la versión definitiva de Un ciervo herido (Verbum, Madrid, 2015) y Un loco sí puede (Verbum, Madrid, 2017).

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