Back to top
Crítica

El soviet caribeño o una lección de equitación

César Reynel Aguilera narra en un libro la historia de la infiltración soviética en la historia republicana y revolucionaria de Cuba.

Montreal

César Reynel Aguilera ha escrito un libro. Un libro apasionante, polémico y brillante en exactas dosis.

El grupo editorial Penguin Random House recién lo ha publicado con el sugestivo título de El soviet caribeño. La otra historia de la Revolución cubana.

Si a usted, lector, de izquierda o derecha lo mismo da, que tiene un conocimiento rudimentario, leve o profundo de la historia de Cuba del siglo XX, incluyendo la etapa revolucionaria como plato fuerte, hasta más o menos la actualidad, usted, qué pensaría si le dijeran:

Que antes de la fundación del Partido Comunista de Cuba en 1925 hubo una sección comunista en La Habana, a la que le fue rechazada su solicitud de ingreso a la Tercera Internacional o Comintern en 1919. Y que el milagro no sucedió hasta 1925, gracias no a un cubano, sino a un polaco agente del Comintern, de muchos nombres, pero que en Cuba desembarcó usando un nombre romano junto a un apellido polaco, Fabio Grobart; hecho que relega los nombres de Julio Antonio Mella y Carlos Baliño, auténticos protagonistas de la fundación del Partido Comunista de Cuba según la narrativa que recogen todos los libros de textos, desde preescolar a sexto, de séptimo al preuniversitario y a la universidad.

Que Mella jamás llegó a nado al buque soviético Vastlav Vorovski, anclado en la bahía de Cárdenas —como tampoco dicen que Fidel Castro atravesó a nado la bahía de Nipe cuando el fracasado affaire de la expedición de Cayo Confite. ¡Esa pasión de los revolucionarios de acción por los deportes!—. Para la travesía de marras hasta el barco ruso, Mella y sus compañeros simplemente hicieron lo que cualquier ser humano hubiese hecho: alquilar un bote. Y si era de motor mejor. Del resto se encargaría una vez más la narrativa oficial. A fin de cuentas, las revoluciones también necesitan de la frivolidad de pasajes que parecen salidos de una novela de aventuras, seguro, eso engancha a los niños con el plot nacional.

Que el "tipo duro", alma del Núcleo Central de Inteligencia Soviética (NCIS) —y esto sí no es frívolo—, en el periodo histórico antes mencionado, no es Fidel Castro, sino el polaco antes aludido, Fabio Grobart, Quo Vadis Fabio, suerte de demiurgo o gran arquitecto y hacedor de la voluntad del Kremlin en estos lares, y quien por supuesto no se llamaba así, pero a los revolucionarios de acción aparte de los deportes, según el autor de El soviet caribeño…, también le gustaban los nombre romanos hasta la adicción.

Que el Partido Comunista de Cuba operaba a través de una estructura de diferentes niveles que iban desde las organizaciones de base, sociales y sindicales, hasta su entramado financiero, y que pasaban por la comisión militar y el aparato de inteligencia y espionaje, hasta llegar al alma y razón de ser del partido, que simplemente era una pantalla para encubrir su NCIS, destinado a defender los intereses de la URSS por encima de cualquier otra razón o evento.

Que el Partido Comunista de Cuba ejercía una política de penetración en todas las organizaciones, partido e instituciones de cualquier tipo siempre en interés del mencionado NCIS. A esta penetración o infiltración, que no discriminaba ninguna tendencia, no escaparon ni la policía, ni el BRAC, ni el ejército, ni partidos como el PAU de Batista, el Ortodoxo de Chibás, el Auténtico, el Directorio Revolucionario, el Movimiento 26 de Julio, sin dejar de mencionar a iglesias, logias masónicas, la radio, la televisión, orquestas de música bailable, el mundo de los guateques campesinos...

Que la histórica y cruenta invasión de las columnas del Che y Camilo hasta Las Villas, en lugar de una suerte de Anábasis a la cubana, fue poco menos que una romería gracias a una operación a gran escala del partido organizada por agentes del NCIS como el inefable Osvaldo Sánchez, apodado por el autor como el delfín de Fabio Grobart.

Que el tristemente célebre juicio de Marquitos no fue más que un ajuste de cuentas de lo más rancio y secreto del NCIS a otros comunistas, léase Joaquín Ordoqui y Edith García Buchaca, léase una ofrenda al NCIS, además de fusilar de paso al caído en desgracia y martirizado militante.  

Y así sucesivamente.

El soviet caribeño… es sin dudas un libro sorprendente en ese sentido revisionista, ¿refabulador?, especie de cuento al revés, en cuyas páginas el lector que sea (imaginemos que no se trate de un miembro del Instituto de Historia para evitarle el retortijón o el mal rato) se enterará que su autor ni es historiador, ni académico, ni cubanólogo, y ni siquiera estudió la carrera de Historia.

Un libro donde pesa el testimonio

César Reynel es no obstante alguien que proviene del mundo de las ciencias. A nuestra pregunta de cómo y de qué formas su background le permitió la concepción y escritura de El soviet caribeño…, el autor responde:

Es muy difícil de saber, dado que el libro, más que un descubrimiento, es el análisis crítico de algo que yo escuché desde joven. Lo que sí te puedo decir es que en casi todos los cursos de doctorado en ciencias de este mundo una de las asignaturas obligatorias consiste en aprender a hacer una lectura crítica de los artículos científicos (…) Te enseñan a leer los artículos de una forma específica. Primero las conclusiones, después los materiales y métodos, seguido de los resultados y por último, si hace falta, el resto (…) El objetivo es averiguar qué reclaman los autores del artículo, ver si los materiales y métodos permiten demostrar ese reclamo y si los resultados lo sustentan.

Otro elemento que pudo haberme ayudado es el concepto de Modelo Científico, que en esencia no es más que una narrativa que intenta explicar, de una forma coherente, hechos que en apariencia no están relacionados o que han sido pobremente explicados con anterioridad.

A lo explicado anteriormente, el autor agrega el peso que para la escritura del libro tuvo la búsqueda de pequeñas informaciones que, en muchas ocasiones, parecen insignificantes, pero que "encajan con otras pequeñas informaciones".

Lo que citábamos al comienzo a modo de publicidad pudiera resumirse en lo que sin dudas es la tesis fundamental del texto de César Reynel, o sea, el rol protagónico del Partido Comunista de Cuba en el citado periodo histórico, ya que "no hay un solo evento de la historia de Cuba —incluida la guerra de Angola— que pueda ser explicado sin tener en cuenta a la organización política más importante del país (...), el viejo Partido Comunista de Cuba, (…) organización fundada en 1925 y que en 1944 —siguiendo órdenes de Stalin— cambió su nombre por el de Partido Socialista Popular". Y para redondear dicha tesis, el autor insiste en que, cuando se habla de eventos, debe contemplarse el más crucial de todos: la capacidad intelectual y organizativa capaz de capitalizar una revolución social y enyuntar los destinos de la Isla a los de la URSS, todo gracias al NCIS dentro del Partido.  

También es importante señalar el peso que tiene el testimonio en el libro, algo que se redondea y se enriquece con su experiencia científica. César Reynel es, según sus propias palabras, "hijo de dos militantes del viejo Partido Comunista de Cuba". Su padre César Antonio Gómez fue secretario de la Juventud Comunista de la Universidad de La Habana desde 1957 hasta 1959; y su madre, Thais Orquídea Aguilera, "fue una de las pocas personas capaces de mostrar una doble militancia al triunfo de la revolución: en las células de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio y en la Juventud Comunista".

Una semblanza de Thais Aguilera como combatiente aparece recogida detalladamente en el libro La autobiografía de Fidel Castro, del escritor Norberto Fuentes. Este marco familiar le permitió a César Reynel conocer muchos testimonios e historias de muchísimos personajes, protagonistas en más de una ocasión, que casi a diario frecuentaban su casa. Todo un lujo sin dudas. Por eso son frecuentes los "una vez escuché" o los "en cierta ocasión alguien contó", recursos impensables para un historiador y ni que se diga de un académico, pero que le dan a El soviet caribeño… una curiosa cualidad heterodoxa que se integra de manera coherente. Gracias al estilo del autor y a las dotes de investigador, el resultado de la combinación de ambas cosas ha sido la creación de un texto de sumo interés.

Algo que merece atención en El soviet caribeño… es el rol protagónico, desde los mismos comienzos de la Revolución, de los hombres del partido que trabajaban para el NCIS y que actuaban desde las sombras, detrás de figurones de dudosa o escasa valía intelectual para realizar las grandes tareas organizativas, represivas, de difusión y exportación a gran escala de los logros revolucionarios. Al respecto Cesar Reynel nos informa en el capítulo XI, titulado "Amor a primera sombra": la escolta de Fidel Castro estaba a cargo de Florentino Aspillaga, padre, desde los primeros momentos del triunfo revolucionario, además de tener a Flavio Bravo, Aníbal Escalante y Carlos Rafael Rodríguez en calidad de consejeros.

Ramón Nicolau fungía como segundo al mando de la fortaleza de La Cabaña, regenteada por el Che Guevara. Antonio Núñez Jiménez operaba en Columbia detrás de Camilo Cienfuegos. A Díaz Lanz, jefe de la Fuerza Aérea, Víctor Pina no le perdía ni pies ni pisada. "Al iletrado Ramiro Valdés lo nombraron al frente de la Seguridad del Estado, pero era Osvaldo Sánchez quien sabía exactamente lo que debía hacerse, y cuándo y cómo había que hacerlo." Andrés González Lines era encargado de la Oficina Nacional de Asuntos Marítimos. Marcos Behemaras dirigía la Televisión Cubana. Mientras que Alfredo Guevara, Oscar Pinos y Núñez Jiménez prepararon el programa de la Reforma Agraria y de las expropiaciones a las empresas norteamericanas en la Isla.

Es, afirma César Reynel, gracias a estos hombres, y a otros, miembros todos del NCIS, que se "conjura el matrimonio secreto del castrismo con la URSS". A la vez que nada de esto sale de la nada, lo que demuestra la presencia del comunismo en los genomas del castrismo.  

Respecto a las relaciones de Fidel Castro con el viejo Partido Comunista, el libro es sumamente profuso. El autor dedica páginas y páginas del capítulo VIII, titulado "El Caballo", a este baile de máscaras repleto de mutuas ofrendas, que casi siempre son cabezas de tronados o triste vodevil con taquilla garantizada en el Kremlin y en Washington, sobre quién usó a quién para sus fines.

Para Cesar Reynel es asunto es claro: es el Partido —el NCIS o los hombres de Fabio Grobart, para ser más exactos—, quien doma y monta a "El Caballo". Pero también reconoce que dicho proceso de doma y monta fue algo complejo, un perfecto ejemplo de "estrategia fabiana", que pasa por una figura, también de nombre romano, Flavio Bravo, otro obrero de las tinieblas. No cabe duda de que el Partido conocía las limitaciones intelectuales de Fidel Castro, su escasa capacidad organizativa que no iban más allá de manejar a una partida de facinerosos, y supiera cómo hacer uso de ellas en su propio beneficio que no eran otros que velar por los intereses de Moscú en su recién adquirida geografía.

Ahora, creer a ciegas en la doma y monta absolutas le resta, a nuestro modo de ver, voluntad y capacidad operativa al Líder Máximo o Guajiro Mínimo, según César Reynel. No obstante, el capítulo constituye uno de los más apasionantes del libro por la cantidad de información y por el talento del autor para llevarnos a través del pacto tácito lector-escritor hacia su firme convencimiento: luego de una paciente labor de domesticación, el NCIS iba a lomo del invencible comandante.  

Los lectores podrían estar de acuerdo o no con muchos de los presupuestos y aseveraciones de El soviet caribeño… Podrían tildar al autor de poseer una mente perversamente policiaca o de ferviente lector de novelas de detectives y manuales de química, para arreglárselas en las zonas en la que no alcanza el dato investigativo. Pero, las palabras finales del libro son de una dureza visceral a la hora de valorar el quehacer de la ya sabida organización política cubana más importante y exitosa de todos los tiempos:

Uno no puede menos que sentir una especie de triste admiración por esas mujeres y esos hombres que le dedicaron su vida a una causa perdida. Es una lástima que no les hubiera dado por desarrollar a Cuba económicamente. Una verdadera pena que nunca alcanzaran a entender que la esencia del marxismo es un criterio objetivo, llamado desarrollo de las fuerzas productivas, y no las tonterías semirreligiosas de la justicia social, del futuro luminoso y el hombre nuevo.

Creemos finalmente que estamos ante un libro sufrido y digno —mucho más que digno— de tomarse en cuenta más allá de cualquier etiqueta: reescritura o refabulación de lo que sabíamos o pensábamos que sabíamos o sospechábamos. Su gran virtud es el aporte de un nuevo ángulo para comprender el periodo histórico que nos ha conducido al laberinto dentro del que hoy se debate la nación.


César Reynel Aguilera, El soviet caribeño. La otra historia de la Revolución cubana (Penguin Random House, 2018)

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.