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Narrativa

Canadian soccer

'Cada jugador debe ser respetuoso con el espacio del otro. Los encontronazos y faltas serán considerados como asalto si el agresor no tiene consentimiento del contrario'

Montreal

 

En el salón Sir John McDonald de la Universidad de Brodkin, situada en la pequeña ciudad de Colby, Ontario, se celebraba la reunión final que establecería las reglas y pautas a seguir para la próxima, y exitosa sin dudas, celebración del campeonato masculino de fútbol de verano. Aunque la reunión se celebraba en uno de los inmuebles del campus, el evento contaba con diez equipos e involucraba a representantes de los diferentes sectores de la comunidad.

En una de las cabeceras de la mesa se encontraba sentada la doctora Nancy Kurylo, una recia cuarentona con talante de amazona, flor de la academia y de los estudios de género de Brodkin. Si bien el fútbol no era su fuerte, la doctora odiaba la violencia, la homofobia y el machismo que minaban ese deporte. A erradicar semejantes males, al menos en la ciudad, dedicaba gran parte de sus desvelos y energía.  

En el otro extremo de la mesa estaba sentado Mr. Wolfe, del Colegio de Abogados de Brodkin. A diferencia de la doctora, Wolfe había sido guardameta del equipo universitario de Brodkin en su juventud. Y si temía algo respecto a ese deporte, era el sentimiento indefinido de culpa que le provocaba la presencia de Nancy Kurylo en la sala y en la directiva del Comité Organizador del que era presidente. 

En los flancos del mueble se sentaban Sabina Frank, en representación de la Asociación de Estudiantes; Roger Tencer, de la Compañía Telefónica; Roberta Teller, de los mercados Sara Food y de la organización caritativa Una Patata de Sueños; Paul Hirshfeld, de la Cámara de Comercio; Charles Humbert, de Asuntos de Arbitrajes; Gustavo Anaya, representante de Colby Latino; María Luger, del Grupo de Lucha Contra el Cáncer de Colon; Simon y Garfunkel, de GayHope y Amanda Sternthal de la sociedad protectora de mascotas Animales del Corazón.    

Quizás sonaba extraño, pero lo que hacía posible que aquellas personas de ocupaciones e intereses tan diferentes estuvieran reunidos bajo la dirección de Mr. Wolfe y la doctora Kurylo, eran la pasión por el más universal de los deportes y el sentido de pertenencia a la comunidad que se traducían en la fe en una liga respetabilísima y muy seguida por los habitantes de Colby y sus alrededores.

Mr. Wolfe carraspeó, bebió un sorbo de agua y evadió la mirada de rapaz de la doctora Kurylo. En lugar de mirar a la doctora clavó sus ojos en el retrato de Sir John McDonald.

Carraspeó otra vez.

"Repasemos el punto de la composición de los equipos", propuso. "Alcanzamos el acuerdo de que los equipos deben ser de 20 miembros, 11 en la cancha y nueve en la banca".

La cantidad de jugadores sobre la grama, y fuera de ella, había sido motivo de encendida polémica dos horas antes.  Algunos proponían que los 20 jugadores tenían derecho a estar en la cancha a la misma vez. Ya que una lectura desvirtuada de los objetivos de la liga, inducían a pensar que la finalidad del campeonato era garantizar el derecho a todos los fichados de participar en el partido igual cantidad de tiempo, en detrimento del talento deportivo y el espectáculo.  

La propuesta liderada por la doctora, y apoyada por algunos de los presentes, fue desestimada debido a la imposibilidad de encontrar un campo lo suficientemente extenso para acoger a 40 jugadores, incluyendo a los cuatro arqueros bajo sus palos respectivos.

"Espero verlo algún día, será una magnífica fiesta…", dijo la doctora con voz afectada, lo que significaba que no admitía su derrota tan fácil y que en el futuro seguiría dando batalla como era habitual en ella.

"Ahora pasemos al punto de la integración de los equipos", informó el presidente.

Acto seguido comenzó el revuelo en el salón bajo los ojos adustos de Sir John McDonald.

"Leo lo acordado no para someterlo a votación, pues sabemos que está aprobado, lo hago para que vean la redacción final del epígrafe".

El presidente, algo embarazado, dejó el papel a un lado, bebió otro trago de agua y se aclaró la voz.

"Declaramos en (me salto esa parte), que el certamen lleve el nombre de campeonato masculino de verano de Colby…"

Aquí los rostros de las mujeres se incendiaron de satisfacción, en especial los de la doctora Kurylo y Roberta.

Los hombres en cambio sonreían con disimulada pesadumbre.

"A condición de que el 60% de cada uno de los equipos esté integrado por mujeres".

El jolgorio femenino sacudió el lugar.  

Los hombres, sin dejar de sonreír, aplaudían con manos fofas.

Y todos estuvieron encantados, de acuerdo una vez más.  

Wolfe reparó en que Amanda debía sentirse algo incómoda.

"Amanda, por favor", recordó condescendiente. "Sé que es algo que te toca en particular, pero te imaginas que sobre el campo los jugadores se aparezcan con sus mascotas. Aquel seguido de su perro, el otro con una serpiente enroscada en el cuello, una pelea de gatos en medio del área de la portería, un chimpancé por allá, el cerdo de alguien corriendo detrás de la pelota".

Los presentes estuvieron de acuerdo.

Amanda hizo una mueca, aceptaba a regañadientes.

"Continúo", el presidente regresó a las actas. "De los 20 jugadores, 12 son mujeres como sabemos, lo que nos parece perfecto, y cada equipo tiene el derecho de contar con la suficiente cantidad de aborígenes, gays y/o lesbianas, transexuales, afrodescendientes e inmigrantes".

Wolfe miró a los participantes.

María Luger parecía complacida, a pesar de que le había costado trabajo comprender que respecto a los enfermos de cáncer de colon, o de cualquier otro tipo, era mejor que jugaran al fútbol una vez recuperados de su sufrimiento.  

"En caso de que la misma persona reúna todas, o algunas, de esas características”, preguntaron Simon y Garfunkel, "¿invalidaría eso la presencia de algún seropositivo reconocido como tal en las estadísticas locales en los equipos?"  

Era una pregunta extraña para la que nadie parecía tener respuesta.

La doctora Kurylo jugueteaba con su bolígrafo.

Hirshfeld se miraba las uñas.

Tencer, de la Compañía de Teléfonos, anotaba algo en su agenda.

"Si admitimos a seropositivos", explicó Amanda, "seríamos injustos con otros enfermos, y con las mascotas, por supuesto". 

Fue el detonante para una nueva discusión. No estaba claro si los seropositivos eran parte de una cofradía de mártires o simples enfermos. 

Solo al final primó el acuerdo de observar la parte clínica del asunto y dejar a un lado el aspecto moral y poético de la enfermedad.

Simon y Garfunkel entraron en razón. 

En cuanto a la presencia, por eso del azar concurrente, de algún atleta que fuera aborigen, gay y/o lesbiana, bisexual y transexual e inmigrante a la vez, era bienvenido.

La observación tuvo el visto bueno.

El presidente siguió con la lectura del resto de los acuerdos.

"En lo referente al número de balones en el terreno de juego, nos apegamos a la presencia de uno solo".

Este punto había motivado una feroz querella entre Sabina Frank, de la Asociación de Estudiantes y Charles Humbert, el encargado de los asuntos de arbitraje del campeonato. Humbert les advirtió que en Cuba habían hecho un experimento en los años 90 que consistía en jugar con dos balones, uno para cada equipo. Los resultados fueron desastrosos, no solo por la cantidad de goles, sino por el descendimiento del país 30 escalones abajo en el ranking de la FIFA. Sin entrar en detalles sobre un paquete de sanciones a la Asociación Cubana de Fútbol por sus afanes revolucionarios. 

Por suerte, más de la mitad del comité había votado en contra de la idea de Sabina, de que cada jugador debía salir al terreno con su propio balón con miras a hacer realidad un verdadero concepto de fair play, y evitar que ningún participante saliera lastimado en su ego atlético por no tocar el esférico determinado número de veces.   

El presidente mordió un bizcocho y se sirvió un vaso de jugo antes de seguir adelante con la lectura.

La pausa fue aprovechada por Roberta, quien susurró algo al oído de María, esta negó con la cabeza y ambas rieron. Reían porque María desconocía que los lubricantes eróticos también podían, igual que los alimentos, poseer determinada cantidad de calorías, o ser orgánicos o biológicos. Además, la mujer no acababa de saber si ambas cosas significaban lo mismo y necesitaba saber qué gel le iba a mejor a su nuevo juguete de baterías recargables.

Apenas dejó el vaso sobre la mesa, Wolfe leyó muy rápido el inciso dedicado a la prohibición de alimentos que en su composición tuvieran cacahuete o gluten en el terreno de juego, las bancas y los vestuarios de cada equipo.

Agotado el punto de la alergia al cacahuete y al gluten, Roberta aprovechó para hablar de algunas ofertas especiales, en los mercados Sara Food, de alimentos energéticos idóneos para deportistas y que no poseían entre sus ingredientes los mencionados venenos.  

Las palabras de Roberta suscitaron la intervención del comerciante Hirshfeld para publicitar su nueva zapatería ubicada en la calle Princes Edward.  

Finalizados los comerciales, Wolfe retornó a su tarea.

"Cada jugador debe ser respetuoso con el espacio del otro. Los encontronazos y faltas serán considerados como asalto si el agresor no tiene consentimiento del contrario. Si el agresor no pregunta si puede entrar en contacto físico y lo comete sin aprobación de su oponente, será expulsado inmediatamente del campeonato por dos años. Amén de no librarse de una cuantiosa multa".

La doctora Kurylo pidió la palabra y el presidente se la concedió automáticamente.

"Este punto es de suma importancia",  expuso la doctora. "No solo eleva el deporte a planos jamás alcanzados en términos de humanidad. Sino que impide que la violencia extradeportiva anide en nuestras canchas y arruine el sano espectáculo. No obstante, el inciso no es nada  claro respecto a la violencia de género." 

Sabina, Simon y Garfunkel, y Amanda no pudieron reprimirse los deseos de chiflar, meter ruido y aplaudir.

La cuestión de género era un punto demasiado sensible para la doctora. Por ejemplo, gracias a sus esfuerzos, y con ayuda de la United Church de Colby, había desarrollado una campaña para eliminar la exhibición de cheerleaders en los eventos deportivos de la Universidad de Brodkin y de Colby en general. Práctica sexista como ninguna otra que esclavizaba a cierto número de mujeres al uso de ropas y hábitos degradantes para complacencia de lo peor del imaginario masculino. La prohibición, aceptada por la alcaldía, iba acompañada de un programa de rehabilitación para aquellas chicas que habían incurrido en semejantes diversiones y a las que urgía "cambiarles la mente".    

Luego vino la batalla contra un profesor del departamento de Historia del citado centro que publicó un sarcástico artículo sobre el tema en el periódico Colby Sun. En su texto el docenteafirmaba que si continuaban sin vetar semejantes actos se avocaban a la instauración en la villa de lo que él llamaba "el IV Reich Feminista". La doctora, ni corta ni perezosa, arremetió contra el tendencioso colega desde el mismo periódico con un brillante trabajo que traía a colación el tema del maltrato y asesinato de mujeres a escala global, y suministraba espeluznantes estadísticas de la frecuencia de masacradas por minuto. Sabían los lectores cuántas de esas mujeres eran cheerleaders. Una cifra aterradora. Eso sin contar con el tema de la violencia animal contra las mujeres. Los datos de cheerleaders muertas en países como la India, Afganistán, Pakistán y Sri Lanka por picaduras de serpientes, aplastamiento producido por elefantes o ataques de tigres y otros depredadores, eran pavorosos. No obstante, el tema de la violencia animal contra las féminas era epígrafe dentro de sus más recientes investigaciones. Tras la contundente respuesta de la académica, el profesor fue abandonado por el sindicato de la universidad y separado de su puesto en el campus de por vida.

La doctora pidió silencio para poder desarrollar su idea a plenitud. En bronca contra el punto final aprovechó el momento, y el espacio, para explayarse en la tesis en la que trabajaba de manera febril en la actualidad. Según la doctora el problema del machismo no estaba en su naturaleza. Era la naturaleza misma quien era machista. Este machismo primigenio condenaba a las mujeres a ser penetradas constantemente, parir, menstruar, sufrir de manera absurda por los seres que la rodeaban. Para no alargar el asunto del ensañamiento de género de tsunamis, deslizamientos de lava, ciclones y un largo etcétera, además del tópico de la violencia animal explicado con anterioridad. ¿Cómo enfrentar semejante situación? Sin perder de vista a los hombres atrapados en su machismo histórico, de ahí se desprenderían los retos fundamentales del feminismo del siglo XXI.

Los hombres presentes en el salón apenas respiraban.

Las mujeres miraban cejijuntas a la doctora sin poder seguir del todo el hilo de sus ideas.

La académica enfiló su mirada hacia el señor Wolfe.

"¿Qué opinan, algún comentario?"

El jurista abrumado miró a su alrededor en busca de auxilio.

"… suena…, suena…, digamos… que brillante", respondió estirando su cuello hacia ambos lados. "Sí…, eso es… brillante".

La doctora hizo un gesto de profunda humildad y retornó, como en una pieza de jazz, al motivo inicial.  

"Propongo que las mujeres de ambos equipos estén autorizadas para crear comités de asistencia y solidaridad", expuso, "más allá de las diferencias de colores de las camisetas para enfrentar cualquier acto de violencia masculina que se manifieste contra las atletas en el campo."

El ruido regresó al local.

Wolfe y Humbert se miraron.

El comerciante se hundió más aún en su butaca.

Sabina contemplaba deslumbrada a la doctora.

La enmienda introducida al tema de violencia, y que atañía a conflictos que implicaban la cuestión de género provocadas durante los partidos, fue aprobada de inmediato.  

El presidente se preparaba para retomar la lectura, cuando la presidenta de la Asociación de Estudiantes levantó la mano.

"Dadas las circunstancias actuales que vive el mundo y nuestra ciudad", dijo Sabina, "me preguntaba por los sirios…"

"¡Condenamos los crímenes del Estado Islámico y todas las guerras donde quiere que sean!", se apresuró a decir el representante de la Compañía de Teléfonos. 

A la declaración el resto de los presentes respondió de igual manera. Condenar las masacres del Estado Islámico y el conflicto bélico que fuera era de buen tono, sobre todo si alguien estaba cerca de personas tan comprometidas como la propia Sabina o la doctora Kurylo.     

"Imagínense que te arrojen de la azotea de una mezquita por tu orientación sexual y tu foto aparezca en Facebook al momento, sin retoques…", dijeron Simon y Garfunkel en medio de las condenas.

Sabina hizo una señal con su mano y solo así pudo retomar la palabra.

"No hablaba de los sirios de allá y de la guerra, me refiero a los refugiados, la semana próxima llegan a Colby".

Una nueva ola de aprobación sacudió el salón.

La mente de la doctora Kurylo trabajaba veloz:

"Debemos entonces aumentar a 23 el número de participantes, a razón de dos jugadoras y un jugador sirios por cada conjunto. Opiniones."

A los participantes les pareció una idea excelente. Por tanto la iniciativa de la doctora fue aprobada por la abrumadora mayoría.

Agotado el tema de los refugiados sirios, el presidente leyó lo estipulado respecto a la cuestión de las medallas y que había quedado redactado de la siguiente manera:

"Al final del campeonato, y en vistas a garantizar la calidad del evento y su carácter integrador, se le otorgará una medalla a todos los jugadores, además de un trofeo por equipo".

El encargado del arbitraje quiso desaparecer dentro del cojín de su butaca mientras asentía cortés.

Entonces Gustavo Anaya, de Colby Latino, que había permanecido callado durante toda la reunión pidió la palabra.

Los participantes callaron y dirigieron sus ojos hacia el bigotudo y enjuto personaje.

"Me pregunto…", dijo en pésimo inglés luego de toser varas veces. "Me pregunto si en caso de que un deportista se desmarque cerca de la portería, o que haga una jugada brillante que pueda desembocar en un disparo al arco rival, ¿se vale anotar goles?"

Los participantes lo miraron extrañados y el presidente Wolfe creyó ver la sombra de una sonrisa cruzar el rostro de Sir John McDonald.

 


Francisco García González nació en Caimito, en 1963. Sus últimos libros publicados son los libros de cuentos La cosa humana (Oriente, Santiago de Cuba, 2010), Todos los cuentos de amor (Letras Cubanas, La Habana, 2010) y la novela Antes de la aurora (Linkgua, Miami, 2012).

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