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Crítica

'Sinalectas' de Javier Marimón

'En Marimón hay tanto de retozo como de cavilación y pensamiento. Sus sinalectas son pequeños desafíos al lenguaje, a las formas tradicionales de expresar la sensibilidad, a las taxonomías genéricas.'

College Station

Hay elementos en la escritura de Javier Marimón (Matanzas, 1975) que podrían llamarnos a equívoco. Pareciera a veces que el sinsentido y lo lúdico se imponen en la forma y el propósito de una zona fundamental de su obra. Pero en una lectura más reposada, detenida, se encontrará que el juego continuo, en los semas y en las estructuras, procura siempre un poco más, un algo que el lenguaje persigue desinflar, agujerear, eso que el autor llama "lo todavía ausente". Marimón esconde y revela las posibles caras de un mismo fenómeno según su voluntad o su propia indagación. Sus poemas suelen señalar ahí donde falta algo o, por el contrario, donde se manifiesta, a veces, corrido de lugar, lo que antes permanecía oculto.

Su libro de pequeñas y pulidas prosas Sinalectas (Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2016) da fe de esa tendencia del autor hacia la provocación y el cuestionamiento. No parece exagerado decir que el primer sorprendido ante estas miniaturas discursivas seguramente ha sido el propio autor. Véase, por ejemplo, la siguiente sinalecta en que lo cotidiano termina por conceptualizar el tiempo, desde una perspectiva existencialista, filosófica, escatológica en sus dos posibles acepciones:

 

Ensayando dualidades meriendo dos veces, bebo dos vasos de agua; casi tengo que orinar por tercera y lo hago sin preocupaciones, por la unidad de tiempo, que no ha sido descrita, y prepara los conductos para un nuevo intento con vasos más cortos.

 

Marimón ajusta y reajusta allí donde incluso parece que no hay orden o significado posible. Sus alteraciones sintácticas, su aparente espontaneidad en vecindades y yuxtaposiciones están también ensayadas más de dos veces. Hay, tras el supuesto caos, una mano que ordena, incluso, los posibles aquelarres de sentido.

Con respecto a la relación entre los mass media, las redes sociales y su obra, en una entrevista vía email realizada en julio de 2015, Marimón me explicaba que "absolutamente todo lo que he escrito en más de un año ha sido escrito directamente en Facebook, a veces los guardo en drafts y los termino luego". El escritor cubano radicado en Puerto Rico confiesa que "en su casi totalidad los poemas se escriben en el momento" y, gracias a la posibilidad de edición de los post y comentarios en Facebook, "siempre edito los textos una vez publicados, varias veces incluso". Al pasar unos meses, "recopilo entonces desde Facebook todos los textos y los pego en un documento de Word, y a veces los edito de nuevo un poco si es necesario. Así que el proceso es como al revés". Esta fue la génesis de la mayoría de los textos que conforman el volumen Sinalectas.

La rareza sintáctica (la ausencia a veces de artículo, el orden en ciertas construcciones, la repetición de frases o palabras) desarticulan algunas escenas (en un restaurante o en una peluquería, por ejemplo) que podrían parecer (lo son) cotidianas y anodinas. Luego de ese desajuste que se da, en un primer momento, en el plano del lenguaje, uno puede descubrir en ciertos cierres y frases el salto metafórico consustancial al hecho poético y que en Marimón se confunde con lo lúdico y aparentemente inconexo.

En un artículo titulado "Señales frías: sobre algunas escrituras desnaturalizadas", Walfrido Dorta considera que "los textos de Marimón interrumpen el afecto, bloquean la sentimentalidad del yo: se maquinalizan. Se expropian del 'mundo interior', se desalman. No están dirigidos por una corriente empática, que pretenda un acto de enunciación afectivo, o su simulación". Es cierto que hay una "austeridad socarrona" en estas piezas tan concisas que parecen "artefactos espinosos", como apunta Dorta, y que sin duda, como señala Nara Araújo sobre cierta zona narrativa de Ena Lucía Portela, Marimón también busca "erizar y divertir", persigue no tanto distancia como extrañamiento en el posible lector.

Sin embargo, más bien parece que Marimón pretende poner en evidencia la maquinaria de la escritura, desajustarla, hacer visibles sus mecanismos al mismo tiempo que intenta otros modos (im)posibles de enunciación. No es esta una escritura desalmada, aunque deje en evidencia "cómo los cautivos de ilusión siempre compran algo". Es más bien el alma en su pluralidad llevada a los límites de la expresión y el (des)equilibrio. Sí hay empatía y afecto en estas pequeñas prosas, baste seguir las líneas temáticas del dolor y el erotismo para constatar que en medio del malabarismo sintáctico y semántico, hay nociones más serias en juego. Marimón, en su amalgama, también propone "admirar trazo que retiene la imagen".

En un proceso inverso al de la conceptualización tradicional, en lugar de que los conceptos partan del experimento práctico, Marimón nos presenta, por ejemplo, a un "casi biólogo" que, por el contrario, "crea vida de los conceptos" donde "ideas como 'beso su mano' van provocando el germen"; un ser que "vive la materia de sus experimentos". A través de esta inversión, "busca otras sensaciones para formar organismos muy complejos" y "promete no confesar la extensión de su dolor". Posteriormente reconocerá "que le duele un poquito". Se va de la frase a la acción, del lenguaje al ánima, de la palabra beso al beso. Hay en estas líneas ideas, sensaciones y dolor, aunque se quiera disimular. Este poema escrito en tercera persona bien podría leerse como declaración de principios y propósitos para todo el cuaderno.

Tal y como lo apunta Alberto Virella en el prólogo a la antología Jóvenes autores cubanos: relatos, poemas experimentales, fotografías (Verbum, Madrid, 2005), en Marimón "lo experimental hay que captarlo en cierta tensión del lenguaje, en las constantes situaciones de riesgo, en las transgresiones que dañan el soporte convirtiéndose en intensidad". Y en esa intensidad se conjugan deseo, escatología, lenguaje, divertimento y dolor. El sujeto lírico de Marimón encuentra placer y agradecimiento en situaciones que, por lo general, podrían ser incómodas o provocarían enfado: ante "las resonancias del pectoral tránsito", entonces "sonreí agradecido cuando el chorro de orine salpicó mis zapatos".

En la escritura previa de Javier Marimón se constata ya la mezcla de lo corporal, lo escatológico, lo cotidiano (en formas a veces más dilatadas discursivamente) con la búsqueda del resquicio en que la luz asome. El salto metafórico en este autor no es mero tropo, surge más bien del azar y la experiencia. Porque en Marimón hay tanto de retozo como de cavilación y pensamiento. Sus Sinalectas son pequeños desafíos al lenguaje, a las formas tradicionales de expresar la sensibilidad, a las taxonomías genéricas (tanto sexuales como gramaticales), a cualquier tipo de limitación geopolítica…

El tiempo que inaugura Marimón en Sinalectas es diverso y trastocado, un tiempo en que las "indecisas tijeras" cortan el "pelo crecido de exfeto adelantado", en que alguien "reencarnó en piedrita", en que el lenguaje molecular da lugar a la vida y no al revés. Como en un cuadro cubista o en una carpintería en que los retazos de madera se superponen en diversidad de formas y posibilidades, o como una de las máquinas de Jean Tinguely en plena acción y desenfreno, estos textos de Marimón juegan con las vecindades y el azar para correr el riesgo de dejar de significar o de (por milagro , cálculo o ventura) descorrer el velo de ciertas alusiones que pueden ser tanto cotidianas como sorpresivas y en las que a veces, inesperadamente, "se contrae la historia".


Javier Marimón, Sinalectas (Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2016).

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