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Poesía

El Imperio Austrohúngaro

'Luego colgaron los faroles, y en todo momento hubo guardia, no fuera a ser que lloviera y se arruinaran.'

La Habana

 

Primero colocaron las guirnaldas en los árboles.

Entre los pinos se abría un claro, idóneo para servir como pista de baile.

Luego colgaron los faroles, y en todo momento hubo guardia, no fuera a ser que lloviera y se arruinaran.

Pero la tormenta no se desató hasta el mismo día de la fiesta.

Después de que todos se refugiaran en el interior de la casa, sobrevino (a galope) una noticia en la que los menos apocalípticos descubrieron que se vaciaban de realidad la vida militar, los penachos de crin, el brillo en la copa de los sombreros y la belleza ya estriada y ligeramente disoluta de una dama de la capital.

A los músicos, borrachos, hubo que llevárselos del salón.

Algunos seguían repitiendo, mientras eran trasladados como objetos inanimados, los mismos movimientos que habían ejecutado los valses o las marchas (fúnebre, la última), aunque hacía mucho que les habían retirado los instrumentos de las manos.

Aun así, la farragosa exterioridad se filtraba por las rendijas.

Rebajaba considerablemente la coherencia del coro de voces, pero no la eficiencia portentosa de las tecnologías de la experiencia con que invocaba la visión de las plumas reales e imperiales mecidas por el viento, una luminosa mañana desde la que parecían haber transcurrido tantos años.

 


Juan Manuel Tabío nació en La Habana, en 1983. Es profesor de Filología Clásica en la Universidad de La Habana. Ha traducido a Safo.

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