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Crítica

'Paradiso': la obligación de escucharme

La novela contemporánea de habla hispana más mencionada y menos leída cumple 50 años de publicada. Aquí unas sugerencias y deslindes para disfrutar de su lectura.

Miami
José Lezama Lima (extrema der.) y a su izq. Fayad Jamís, autor de la portada de 'Paradiso'.
José Lezama Lima (extrema der.) y a su izq. Fayad Jamís, autor de la portada de 'Paradiso'. MARGARITAGARCIAALONSO.WORDPRESS.COM

Arrogante certeza: Una vez le preguntaron a José Lezama Lima: "¿Para quién escribe?" Respondió: "En un himno atribuido a Orfeo se dice: 'Solo hablo para aquellos que están en la obligación de escucharme'. Que esa sentencia órfica nos acompañe siempre".

Su única novela —¿iniciática?, sí, pero mucho más—  ejemplifica esa selectiva obligación. 50 años después de la edición príncipe (Ediciones Unión, La Habana, 1966) se comprueba que es la novela contemporánea de habla hispana más mencionada y menos leída. Tal es mi experiencia. Cientos de diletantes la mencionan junto a su manierista autor para prestigiarse, pero en cuanto se les pregunta qué opinan de Oppiano cuando un portero cuenta que fue a llevarle un heliotropo a Proserpina o sobre su hermana Inaca Eco tras el ciclón; Foción nadando en la boca de la bahía habanera o acerca del epicureísta almuerzo de Rialta en el capítulo VII..., cambian a engurruñarse cinco segundos con raras ofrendas y gestos para mudos.

Un enjambre apenas ha leído el erótico capítulo VIII. Otro una reseña sobre la censura que sufrió entonces por parte de la dictadura "machista" y "casta"; capaz de sacar Paradiso de las librerías —como hizo—, ante la acusación de que se trataba de una obra contrarrevolucionaria y homosexual, decadente y extranjerizante, pornográfica e ininteligible.

Este último calificativo, que demostraba el limitado alcance del texto, facilitó el levantamiento de la veda, junto a la defensa de varias personalidades pertenecientes al primer círculo del poder, como el intelectual comunista Carlos Rafael Rodríguez y la guerrillera Haydée Santamaría. Ella, a petición del pintor Mariano Rodríguez, vicepresidente de la Casa de las Américas, estratégico sitio que Haydée dirigía en coordinación con el jefe de las guerrillas latinoamericanas, el comandante del Ejército Rebelde Manuel Piñeiro, "Barbarroja".

Pero en ese insólito trasiego de órdenes y chismes, el regreso de Paradiso sospecho que fue de escasos ejemplares. Yo lo había comprado en la diminuta librería de la Unión de Escritores (UNEAC), adonde sí regresó; aunque a otras jamás, mucho menos a provincias, como me dijeron condiscípulos de Camagüey y Cienfuegos, que estudiaban en La Habana. Por lo que tuve siempre dos ejemplares con su hermosa cubierta de Fayad Jamís, gracias al regalado por el propio Lezama.

Costaba cinco pesos, una cifra alta para la época, cuando un buen sueldo era de alrededor de 200 pesos. Pronto el mercado negro la convirtió en rareza a pagar endemoniadamente cara: un amigo le dio a Bienvenido Rodríguez un pantalón y 15 pesos, en 1968, cuando estrenar un pantalón en Cuba era más difícil que en la República de Weimar. Hoy —se sabe— es joya de bibliófilos, a pesar o gracias a sus cientos de erratas; por la que vi pagar cerca de la Zona Rosa en Ciudad de México, 5.000 pesos mexicanos (alrededor de 500 dólares), un domingo en 2004.

Ignoro cuánta valga en 2016, aunque la "moda" Lezama se ha atenuado después de que celebramos su centenario, en 2010, cuando ni siquiera pudo salir la edición crítica de Oppiano Licario, que supuestamente iba a coordinar César López en La Habana; o la de Ensayos completos, que preparábamos un grupo para la editorial Confluencias, de Almería.

Tal vez 50 años después de que Paradiso irrumpiera y pusiese a su autor en la cima mediática que aún no acompañaba al poeta y ensayista, quizás lo pertinente sea homenajear la efemérides con dos cavilaciones. Una con sencillas sugerencias para la lectura de la obra, bajo la evidencia de que forma un solo texto con su inconclusa continuación: Oppiano Licario (1977). Y otra —más polémica— con algún deslinde útil para valorar su poética narrativa.

La sugerencia primera, decisiva: si usted no ama la palabra por sus connotaciones asociativas y metafóricas, por sus encantos poéticos y la capacidad para embrujar la imaginación, pues no lea Paradiso-Oppiano Licario; otro tipo de novelas lo dejarán satisfecho. Y un detalle en la misma dirección, si usted no ama las referencias filosóficas y en general culturales, de esas que en determinado momento de la lectura obligan a consultar diccionarios, enciclopedias y manuales   —en segundos por internet—, tampoco la lea; comprenda además que exige una cultura humanística —autodidacta o universitaria— para disfrutarla con mayor intensidad. Si no la tiene, desista, lea otro tipo de novelas, como las de aventuras...

Su inmensa minoría de lectores comprendemos que en ella se cumple, con elocuente probidad, la misma distinción que establecemos entre los minutos que dedicamos a un cuadro de Picasso y el segundo que empleamos en ver el anuncio de una pasta dental. La segunda sugerencia va por aquí, recrudece esta certidumbre que olvidan los incultos: la escala de tiempo que distingue entre tipos de lectura, por supuesto que con matices individuales.

Añado que la recepción de Paradiso-Oppiano Licario debe tener presente el peculiar humor pantagruélico de Lezama. No tomarlo demasiado en serio, sobre todo cuando la alusión culterana es para monjes benedictinos, forma parte de un buen lector. A veces él gustaba de burlarse deportivamente de los demás con intrincadas referencias, a las que adornaba con un ácido "como usted sabe". Quizás correspondía de ese modo a los que lo apodaron "Anaquel con patas".

Y tres señales, derivadas de mi experiencia como profesor de cursos monográficos sobre la obra: no distinga voces, hay una sola voz, sin el menor deseo del autor por diferenciarlas; no busque verosimilitudes o trucos de narradores "realistas", Lezama detestaba las ingenuidades, nunca estuvo distraído en cuestiones estilísticas de envergadura; no trate de priorizar las peripecias argumentales sobre el personaje central: la palabra que asciende hasta arder como ofrenda: Opus Ícaro.

Deslindo —homenaje y desafío— el placer de leer Paradiso-Oppiano Licario como un acto que, lejos de remitir o denotar, vierte sobre sí mismo sus dulzuras y utilidades; lo que convierte en valores periféricos las referencias históricas, geográficas, costumbristas. Novela tan habanera como dublinesa es el Ulises o parisina es En busca del tiempo perdido; pero no están en las locaciones los encantos; como tampoco en "testimonios" del corte de la lucha contra la dictadura de Machado; mucho menos en lo que "aporta" a la llamada "cubanidad", esa pesadilla —alma de la demagogia insular— heredada del romanticismo filosófico.

¡50 años! Para los adictos del exclusivo Club Lezama, una vez más cualquiera de sus efemérides sirve para no perdonar a Fidel Castro y sus secuaces —hasta los herederos— que le amargaron los cinco últimos años de su vida, tras el fascista Congreso Nacional de Educación y Cultura, al condenarlo al ostracismo en su propia casa de la calle Trocadero.

¡50 años! Que celebro con una nueva lectura donde me dispongo a aprender y reír bajo los recuerdos de anteriores diálogos délficos, a que la tríada Cemí-Fronesis-Foción otra vez troquele los desdoblamientos de José Lezama Lima. Y crezcan como Julián del Casal en la oda que Lezama le escribió, laqueados por la frente, ciruelos y piñas.

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