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Ensayo

El arte de la guerra, según el amante de Rigveigni

Una entrevista ficcionada que habla del acto de escribir, de la censura y de la autocensura.

Zaragoza

Censura y libertad de expresión. En varios congresos a los que últimamente he asistido, he visto cómo se lanzaban voces críticas alertando del recorte generalizado contra la libertad de expresión. ¿Qué pensáis de eso? ¿Creéis que es cierto?

Pobre del Censurador que vuela tan alto como las serpientes —dice el amante de Ridveigni— y solo ve el mundo desde arriba porque: 1) Desconoce el sufrimiento de los de abajo. 2) Ignora qué es ser un hombre desmandado (¡cara es la palabra desobediencia!). 3) No conoce la impotencia de ser un ninguneado. 4) Se olvida del valor humano de las cárceles, del temor a las leyes, de las malas compañías, de los traidores, del maravilloso, familiar exilio. 5) No tiembla de placer por el miedo a la vida, por temor a perder una casa, o el sagrado trabajo. Y 6) Se pierde el placer de subir, una y otra vez, las eternas escaleras con lo prohibido quemándole los labios. Pobre, también —continúa el amante de Ridveigni— de la señorita Censura, que levanta su falda, junto a su esposo, y levanta cercas y muros a los ojos de nosotros, los nadie, los desamparados, los que nos quedamos debajo de la escalera, los que solo tenemos ojos para escribir o imaginación limitada para crear, porque Censura ignora, señorita con poder al fin, que: a patadas, a escupitajos, aunque nos sangren las manos, los labios, los zapatos, una y otra vez, y aunque siga ahí (eterna enamorada de su esposo) impidiendo la libertad de la palabra, del arte (o intentando impedirlo), nosotros, los Censurados, siempre estaremos ahí, aunque ella no lo vea, mirándole los muslos y las bragas desde el otro lado del muro, o al pie de la maldita escalera.

¿Crees que la literatura tradicional tiene tantas posibilidades para agrietar la manipulación como las nuevas tecnologías? ¿Cómo lo harías? ¿Cómo lo haces? ¿Lo haces?

La Literatura (sin apellidos) agrieta, estruja, rompe moldes, y se vale de las nuevas tecnologías en dependencia del terreno donde suceda la batalla que cada día sostiene el escritor con la palabra. Cada obra exige un ingeniero "militar" diferente, pero claro, sin dejar de ser un ingeniero que responda a una época determinada y a una tradición. Un ingeniero ladrón, pero consciente de su tiempo. La cuestión —cree el amante de Ridveigni— no radica en apretar el botón de un ordenador o en usar una antigua catapulta, sino en hacer blanco y destrozar la cabeza del enemigo, que es, en el fondo, si nos fijamos en el color y en la forma del peinado, la testa de la propia Literatura.

¿Qué formas de autocensura te has impuesto? ¿Cuáles crees haber detectado en otros?

La única forma de autocensura que me propongo cada día es tirar a matar, sobre todo a mí mismo y, como ya dije, a la Literatura. Intento ser implacable conmigo, con mis frustraciones, mis remordimientos, mis estados represivos. Saco a la terraza mis trapos sucios, y los tiendo ante los ojos del mundo, a veces con vergüenza, no lo niego, pero, una vez ocurre esto, una vez me viro al revés, con los demás, con el prójimo, soy cruel, implacable. Ser un fingidor para quien escribe no quiere decir ser un hipócrita. Camuflarse, como un soldado, pero no errar el tiro, ni contra mí ni contra nadie.

¿Escribirías sobre pederastia o violaciones? ¿Podrías adoptar el papel del agresor e intentar comprenderlo, como ha hecho Updike con el terrorismo islámico? ¿Por qué sí?/ ¿Por qué no?

Ya se sabe lo del espejo. Si en el mundo ocurre todo, ¿por qué no reflejarlo todo? Recuerdo una novela, que nunca terminé porque soy muy vago, donde hablaba del complejo de Edipo, y del deseo carnal hacia mi madre cuando era un niño. Esto puede parecer cruel, pero un artista debe ser un actor en potencia, y para actuar como Virginia Woolf hay que acostarse con mujeres, aunque no te gusten las mujeres, y ahogarte, si es preciso, aunque lleves oculto, bajo la camisa, un botellín de oxígeno.

¿Cambiarías un libro tuyo, alterando alguna parte sustancial, por dinero o para facilitar su publicación? ¿Lo has hecho alguna vez?

Cambiaría todos mis libros porque ninguno me gusta. Pero no por dinero, no, sino por una cuestión estética, de exigencia, de perfección. Escribo porque no puedo vivir sin hacerlo, pero detesto al escritor que soy y que me esclaviza, que me obliga a sentarme ante una hoja cuando en realidad sería más fácil estar sobre una cama leyendo o haciendo el amor con Ridveigni.

¿Cuál es tu público? ¿Para quién crees que escribes? ¿Te haría dudar el que una persona detestable dijera sinceramente admirar tus libros? ¿Cambiarías de forma de escribir si al conocer a tu lector medio este resultase ser un gilipollas?

Escribo para mí y para ese otro que también soy yo. Me encantaría que una persona detestable admirase mis libros porque todos somos, en menor o mayor medida, detestables.

Si el proceso de escribir un libro te resultase autodestructivo, o dañino, o pudiera dañar, por tu obsesividad al escribirlo, a tu familia, ¿lo terminarías? Si escribieras un libro sobre tu entorno familiar o afectivo que pudiera herir profundamente a alguien que quieres, ¿esperarías a su muerte para publicarlo?

Solo escribo para autodestruirme, y a la larga, para destruir a los demás.

¿Crees que la literatura tiene o debe tener intenciones políticas? ¿Por qué? ¿La tuya las tiene? ¿Cuáles? Un escritor progresista cuya obra no evoluciona, ¿es un escritor progresista? ¿Es posible un escritor conservador en lo político y vanguardista en lo literario? ¿Crees que hay relación entre el posicionamiento ante la tradición y la ideología del escritor?

Nunca pienso en esas cuestiones a la hora de escribir. "Escribe, escribe, escribe, aunque se acabe el mundo a tu alrededor", me dice al oído Ridveigni.

¿Hay algún tema sobre el que no se puede escribir? ¿Hay algún tema que no puede tomarse a broma, o sobre el que no se puede adoptar actitudes irónicas en ningún caso? ¿Cuál o cuáles?

Si eres capaz de escribir contra ti mismo, los demás te parecerán parte de un juego o de una carrera sin sentido. Un juego serio, pero, al final del camino, si llegas a la meta, pensarás que ha sido un viaje entretenido, con algunas patadas bajas de tus amigos de carrera, pero divertido, muy divertido.

¿Qué confianza tienes en tu obra? Si nadie quisiera publicarte y estuvieras inédito durante diez años o más, ¿seguirías escribiendo sistemáticamente? ¿Qué podría hacer que dejaras de escribir de modo definitivo?

Ninguna. Todas las obras que se han escrito, las que se escriben ahora, o dentro de mil años, ya están condenadas a desaparecer algún día, cuando se acabe la vida sobre la Tierra. Pero no lo dejo, por lo mismo que respiro. Y dejaría de escribir solo por una cosa: dejaría de escribir si mi amante, Ridvegni, me lo pidiese un día, sobre la cama.

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