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Ensayo

Trampas y encuentros

Con la ventaja de que no se celebra ninguna fecha redonda de su vida ni de su muerte puedo, desde la memoria, encontrarme donde yo quiera con el autor de 'La eternidad por fin comienza un lunes', 'Caracol Beach', 'La fábula de José' y 'Esther en alguna parte'.

Madrid

En un día como hoy, plano y estancado, sin frío ni calor, en una primavera arrepentida y sin identidad, siempre existe el riesgo de recordar a Eliseo Alberto (La Habana, 1951-Ciudad de México, 2012). Claro que pasa también en las noches alegres, en las mañanas claras y las tardes sombrías, en todas estaciones del año porque él dejó, además de sus poemas y su prosa brillante, una silla vacía para siempre en las salas de todos su amigos.

Lichi era culto, inteligente y sensible, pero no lo sabía o se hacía el que no lo sabía para tener tiempo de escribir, amar, sufrir, resistir con valor y una cuidadosa indiferencia los ataques de la dictadura y todavía cantar, con voz grave y su dicción enrevesada, "Rosa mustia", aquella pieza antológica del filin cubano o contar, cada vez con diferentes adornos, la historia de la correspondencia de su abuela paterna con la madre de John Kennedy.

Cuando Eliseo todavía respiraba en México o en Madrid, era ya un productor natural de nostalgias que es un sentimiento peleado a muerte con el odio, la envidia y la violencia. Así es que ahora todo es peor porque no hay esperanza de que vuelva.

Con la ventaja de que no se celebra ninguna fecha redonda de su vida ni de su muerte puedo, desde la memoria, encontrarme donde yo quiera con el autor de La eternidad por fin comienza un lunes, Caracol Beach, La fábula de José y Esther en alguna parte. Si me conviene, por ejemplo, nos tomamos —escondidos de su padre— una botella de ron en el portal o en el patio de su casa de El Vedado; voy a verlo a la finca de Arroyo Naranjo, donde pasea en un velocípedo, o lo traigo de repente a mi casa, le digo que lo extrañamos mucho y que hasta las muchachas que lo dejaron solo en su juventud padecen el sobresalto de esperarlo o la angustia de añorarlo en vano.

Hablaremos de la cantante Juanita Bacallao y de "El Conde Eros", que en la vida real usaba el nombre irreal de Baltazar Enero. Y, al final, le pediré que me diga si sostiene estas palabras que escribió algún día: "Lo único imperdonable es el olvido. Tarde o temprano, los cubanos nos volveremos a encontrar bajo la sombra isleña de una nube. Hay que estar atentos: el toque de una clave se escucha desde lejos".


Este texto apareció en El Mundo. Se reproduce con autorización del autor.

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