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Crítica

La posguerra delirante

Un libro de fotos, 'Berlin Wonderland: Wild Years Revisited 1990–1996', retrata la subcultura urbana del berlinés barrio de Mitte, antigua frontera de la Guerra Fría.

Madrid

Berlín como un palimpsesto del siglo XX y, en su centro, el barrio de Mitte.

Walter Benjamin y Christopher Isherwood se mueven por otras calles, apenas lo mencionan en sus memorias. Sí lo hacen, a fines de los años veinte, Joseph Roth y Alfred Döblin. El primero en sus crónicas dedicadas al Scheunenviertel, el segundo en su novela Berlin Alexander Platz.

En la década del treinta el nazismo lo vuelve todo humo. Desaparecen los altos sombreros y el vocerío de los judíos de Roth; no queda espacio para tipos como Franz Biberkopf, el protagonista de Döblin que sale de la cárcel de Tegel desesperado por una cerveza y la compañía de alguna señorita.

En 1945 caen las bombas aliadas y, por si fuera poco, entre 1961 y 1989, durante la Guerra Fría, el comunismo aísla el barrio —tres de sus cuatro costados quedan tapiados por die Mauer— y lo estrangula: demasiado peligroso, demasiado cercano a la nueva frontera.

Pero entre la caída del comunismo y la rentrée de la ciudad como centro político de la Europa del siglo XXI, hay un lapso de años, un terreno de nadie. Es de esa década corta o lustro largo, de esa zona en el barrio de Mitte, de la que se ocupa el libro Berlin Wonderland: Wild Years Revisited 1990–1996.

Horadado el Muro, abierta la frontera, a Mitte llegó gente de todas latitudes, atraída por el espíritu y las posibilidades a que invitaba el vacío repentino.

Algunos testimonios dan fe de ello: "Estaba en Corea con mis padres y vi en televisión la caída del Muro —relata uno de los protagonistas—. Enseguida pensé que debía viajar allí. […] Me fui a Europa con un one-way-ticket, sin dinero, sin idiomas, sin conocidos".

"En noviembre cayó el Muro —narra otro desde Berlín occidental—. Esa misma noche trazamos el plan de [ir al Este y] ocupar espacios entre todos."

De lo que se apoderan los nuevos ocupantes es de calles sin alumbrado ni fuerza pública, de fachadas y patios derruidos, de solares yermos, sótanos helados, esquinas sin tiendas ni cabinas telefónicas.

Las fotos de Ben de Biel, Hendrik Rauch, Philipp von Recklinghausen, Stefan Schilling, Hilmar Schmundt, Andreas Trogisch y Rolf Zöllner retratan este escenario de posguerra. Lo extraño, lo disonante entre tantas ruinas bombardeadas, es la dicha de sus habitantes. Se trata de un estado de ánimo que emana de las ruinas mismas, de los espacios llenos de oportunidades.

Dice un testimonio: "Teníamos tanto espacio, tan pocas fronteras, que podíamos usar todo lo que nos rodeaba, experimentar sin límites."

Goethe debe haber venerado así las ruinas de Roma.

"Éramos unos fanáticos de la fiesta, pero también del trabajo —dice otro—. Básicamente, nos pasábamos el tiempo trabajando y organizando nuestra libertad."

La apropiación del espacio público convirtió las calles en escenarios. Teatros, bares y galerías de arte florecieron en fruterías y fábricas abandonadas, patios y apartamentos. Clubes como Eimer, Tresor, Boudoir, Bunker, Friseur, Glowing Pickle y Club for Chunk convirtieron la ciudad en centro mundial de la música electrónica.

Aviones de combate reciclados en piezas artísticas y tanques de guerra puestos de cabeza impulsaron las performances de grupos como la Mutoid Waste Company, DNTT y RA.M.M Theater, que más tarde triunfarían en Europa.

Al final, el barrio de Mitte corporizó y llevó al extremo lo que por unos años fue el Berlín de la posguerra fría: una gran zona de juego, un territorio de nadie, abierto al experimento, la creación y la diversión.

No es baladí que este ambiente anárquico haya surgido en el sitio en que fueron protagonistas los dos totalitarismos del siglo XX. Destruido el control ideológico, y antes de que llegaran los especuladores inmobiliarios, los bancos, los políticos, los impuestos y las aseguradoras, se alcanzó, durante un brevísimo lapso de tiempo, un estado utópico.

¿Fue un sueño? ¿Puede haber existido de verdad esa ciudad abandonada, okupada por los seres y la energía más extravagante, sin sanidad ni fiscalidad, normas ni alquileres? Ni siquiera los que vivimos allí estamos muy seguros.

Las fotos de Berlin Wonderland, con su aura irreal —con esos MIGs encajados entre edificios y esos niños que juegan desnudos y felices en esqueletos de automóviles retorcidos y quemados—, hacen parecer hoy que todo no fue más que un decorado, un trampantojo en ese barrio real y actual por el que ahora circulan los Maserati, los bolsos de Louis Vuitton y los trajes a medida.


Berlin Wonderland: Wild Years Revisited 1990–1996  (Anke Fesel & Chris Keller, bobsairport, Berlín, 2014)

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