Back to top
Crítica

The RMR Experience

Una historia privada de la mejor literatura cubana de hoy, no centrada en los mejores libros sino en las complicidades, tendría que mencionar a Reina María Rodríguez en todos los capítulos importantes.

La Habana

 

1.

En la nota preliminar a Bosque negro, su reciente antología personal, Reina María Rodríguez advierte que hizo cambios considerables en muchos de los poemas que escogió para conformar el volumen. Dice: "los he reescrito sin mirar atrás, sino hacia el texto que ha regresado de algún lugar".

Una antología se puede leer de varias maneras. Yo atravesé Bosque negro pensando en ese lugar del cual regresan los textos de Reina María Rodríguez. Un lugar que siempre me ha interesado más que los textos en sí mismos.

 

2.

"Nunca pensé que premiarían la incapacidad que tengo para lograr lo que no obtuve de la realidad y se convirtió en páginas", confesaba Reina María Rodríguez en su discurso de aceptación de Premio Nacional de Literatura 2014. (Los debates sobre quién merece o no el Premio Nacional están de antemano equivocados: es dicho premio el que no se merece a RMR, como no se merece a Kozer, como no se merecía a Lorenzo García Vega.)

"No soy más que una escribidora que ha luchado contra la impotencia de no tener un estilo ni un lugar definido ni una gran imaginación ni un género ni un misterio", agregaba.

Kafka, en sus Diarios, decía que no podía escribir. Una de las pocas escritoras verdaderas de Cuba —donde lo que sobran son escribidoras y escribidores— habla de incapacidad y de impotencia. Y yo creo que por ahí pueden estar hablando, en paralelo, muchísimas cosas.

Junto a la tensión con el lenguaje discurre una tensión política con el entorno inmediato y con la percepción del tiempo. El estilo, género, misterio de Reina María Rodríguez, ese lugar del que regresan y siguen regresando sus textos, para mí tiene que ver con un modo único de mirar: la realidad y las páginas, pero también, y sobre todo, el pasado. Sólo que mirar el pasado al modo RMR no es mirar atrás, como muchos piensan, no es nostalgia ni lamento ni cronología de pérdidas: es un modo único de mirar el presente.

 

3.

La Azotea, la Torre. Los espacios que vienen a la mente cuando se dice Reina María Rodríguez son emplazamientos que invitan a la visión panorámica. ¿Y qué es lo que se ve ahí, desde lo alto, en Centro Habana, en La Habana Vieja?

Ruinas. Precariedad. Desesperanza. Desolación. Naufragio.

Se ve el mar. El horizonte por el que desaparecieron, desaparecen y seguirán desapareciendo los cuerpos, uno detrás de otro. Amigos, artistas, escritores…

Leemos en el poema titulado "Voces":

"No queda nadie aquí, no queda nadie. Un eco en el desierto. El lóbulo lleno de arena, ventisca, rumor..."

 

4.

A mediados de los años 2000, cuando algunos asomábamos la cabeza a eso que se conoce como vida literaria, ya el tema diáspora era algo natural. Pululaba inofensivamente en el aire. Sin embargo el desierto, o lo que podríamos llamar la sensación-desierto, formaba parte de un aprendizaje. Había que tomar consciencia de ello.

Ya no ese paisaje concreto que contemplamos desde una altura sino lo que se te mete adentro, lo que no todos alcanzan a ver y mucho menos a escuchar. Cierta experiencia subjetiva —lóbulo lleno de arena— más allá de tus vivencias, memorias y diásporas personales. Ecos, rumores que en un principio no tenían nada que ver contigo, no eran para ti, de pronto ya son tuyos: de algún modo aprendiste a sintonizarlos.

The RMR Experience: esa frecuencia —a mi juicio, fundamental— que desborda lo biográfico de una escritora y lo anecdótico de sus circunstancias para convertirse en perturbación atmosférica, en (falta de) aliento compartido.

 

5.

En su nota preliminar, Reina María Rodríguez también advierte que Bosque negro, antes que una antología, es "un cúmulo de textos sin otra jerarquía que la que imponen los años al caer".

Esos mismos años, al caer, han ido imponiendo sigilosamente a la autora cierta jerarquía digna de su nombre propio. Si se escribiera la historia privada de la mejor literatura cubana de los 80 para acá, una historia que no se concentre en los mejores libros sino en las complicidades, los diálogos, las lecturas, las afinidades, los intercambios y las intersecciones entre quienes escribieron dichos libros, a Reina María Rodríguez habría que mencionarla en todos los capítulos importantes.

Si esa historia fuera un mapa de anatomía, a ella la encontraríamos siempre entre los nervios principales, y siempre sentada sobre un nervio doloroso.

 

6.

(Con moderado optimismo podría pensarse que el desierto nacional, desierto insular —no hay brújula, no hay espacios, faltan libros, faltan autores, la vida está en otra parte—, ha venido retrocediendo en los últimos años. Pero sucede que el desierto es como aquel poema del que habla RMR en un texto de La foto del invernadero,"la isla de Wight": un poema cuyo centro nunca estaba terminado. El centro del desierto tampoco está terminado.)

 

7.

¿Cómo se leerá a Reina María Rodríguez dentro de, digamos, cuarenta, cincuenta, sesenta, cien años? ¿Cómo se acercarán a ella los lectores cubanos?

A lo mejor un día su solo nombre va a funcionar como marca registrada, sistema de señales, caja de resonancias míticas, emblema de la fusión entre vida y literatura en este país. Como un Casal, por ejemplo.

A lo mejor un día, en una novela de un escritor que aún no ha nacido, una novela que será como una casa o mansión embrujada cuya arquitectura no podemos todavía imaginar, Reina María Rodríguez va a aparecerse sorpresivamente, como un fantasma doméstico hecho de luz, de aire, pero también de horror.

Aparición similar a la que describe Yunier Riquenes en su poema "por RMR": "yo vi a una mujer que no dormía,/ filtraba el sol de la habana vieja/ se mezclaba un aire artificial que llegaba a los huesos./ yo vi, oí a una mujer que no dormía,/ hablaba de las partidas,/ las malas comidas y los tiempos felices".

 

8.

Echo de menos en este Bosque negro más páginas de Te daré de comer como a los pájaros, Otras cartas a Milena, Variedades Galiano y Otras mitologías. Son los libros de RMR que prefiero. Los títulos enmascaran las zonas de continuidad entre ellos. Por ahí anda un gran volumen, extenso, híbrido, otra antología personal cuya configuración sería más cercana a la del diario.

Unos hipotéticos Diarios de la autora que quizás se publiquen algún día, como totalidad. Creo que sería —ya es— un libro imprescindible. Algo así como nuestros Diarios de Kafka.

 

9.

Bien lo sabe Reina María Rodríguez: la literatura puede crear comunidades. Comunidades resistentes, comunidades nómadas, comunidades que se instalan en el futuro.

 

10.

El último texto de la presente antología se llama "El arca". Es un poema que, entre otras cosas, habla de crustáceos y de colibríes, de una manada de jabalíes oscuros, de fronteras ficticias, de pájaros vagabundos, del cementerio de la patria, de animales que se aferran al poder junto a sus jaulas, de las páginas de un libro cerrado, un libro que no es ni aspiración ni folklore, y del miedo a que nos paralicen "en un vulgar pisapapeles/ del presente que perdió todo su pasado". Termina así:

 

Caerá nieve al volcar el cristal

y un letrero anunciará un país

completamente cubierto de finas partículas

blancas

megalómanas

como boronillas en la leche

—eso que llama nata mi madre—,

que nos atragantará

nos asfixiará

sin encontrar cómo llamarnos

a nosotros mismos

ni a nuestros animales muertos,

desperdigados

sin consuelo que darles

bajo el espejo del arca.

 


Reina María Rodríguez, Bosque negro (Unión, La Habana, 2013).

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.