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Crítica

Esto es un producto pequeño y sucio, de un metro cincuenta y siete centímetros

Economía doméstica, placer sexual, violencia, identidad femenina en 'La gran arquitecta' de Legna Rodríguez Iglesias.

Santiago de Cuba

En la parcela (más o menos estéril) de la poesía cubana, todo entra —surge, brota, etc.— y fundamentalmente, casi todo sale, es decir, se pierde o malogra, lo que siempre recuerda el efecto de una manga de aire (digamos: su cometido) sobre zonas desprovistas de protección.

Esta alegoría, aunque inexacta, funciona sin embargo para explicar la inconsistencia recurrente de la poesía cubana de hoy, que sin estructuras sólidas no soportaría en muchos casos, aristas y nombres, el embate (sistémico) de la crítica. Pero esto, por supuesto, no es nuevo; y nuestra crítica por suerte, tampoco existe. En cualquier modo, se trata de un hecho que ha convertido sin dilación a la lírica cubana en un cuadro abandonado de labranza, donde casi siempre solo crece mala hierba, y solo de vez en vez —y como por casualidad— algún producto de valor.

En este punto habría que señalar, de entre los abrojos que ahora emergen, un producto de Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984): La gran arquitecta.

Digámoslo en claro: la lectura de este cuaderno obliga a enfrentarse al concepto de entender la poesía como el cuello (alegremente) torcido de un ave de corral. Me explico: en el recorrido de sus apenas treinta y tantos textos,[i]no es posible advertir en modo alguno, cualquier asomo de náusea o fastidio; antes bien, su construcción ha sido estructurada contra la monotonía del lenguaje, bajo un marcado efecto de emoción. Un ejercicio escritural que tuerce el cuello de un animal cualquiera (¡el lenguaje!), y que lo hace cantando, sobre la marcha.

Tal ejecución sirve de juntura programática a los diversos subtemas que aquí se manejan: la (mala) economía doméstica, la reafirmación de la identidad femenina, la historia (universal) del placer sexual, el sustrato (en fin) de la ética de la violencia o de la violencia de una ética obligada, por decantación.

Escribe la autora: "Mi casa es un hombre/ mi casa es una mujer/ […] en mi hombre y en mi mujer/ ni siquiera hay muebles/ aún". Así encontramos la historia de una dura experiencia doméstica, de un fondo familiar sin desarrollo, es decir, difícil de llevar, en la que el evento del vacío económico obliga a una ética de la escritura emparentada con la veracidad del relato textual.

Ello explica el testimonio posterior de una violencia fría, que parece ahogar cínicamente al sujeto lírico de estos textos en su propio circuito de desazón. "Las manos de un hombre negro/ están hechas para mí/ no para mí en mí misma/ sino para mí en mi hogar/ barriéndolo y limpiándolo/ […] no sabiendo qué hacer/ con la violencia", donde parece que toda plenitud lleva, bien adentro, una tiranía (práctica) de fuerza física y mental.

Hablamos de la descripción de un modelo de vida para el que —según se dice aquí— "la lógica no indica nada", puesto que la circunstancia de lo difícil obliga a mirar hacia otra dirección. Un modelo común, nunca ajeno al arte de la supervivencia, que se expresa en una abrupta economía del lenguaje —cercana al tacto de lo material que le ha tocado en contingencia cargar—, y en el habla descarnada de un sujeto lírico que intenta ser feliz, a pesar de todo: "mi alma merece una fiesta/ música/ y cualquier porquería/ que la haga reír".

En tal sentido, este cuaderno es también portador de un pase de diapositivas cotidianas sobre la mujer y su entorno socio-genérico ("Una mujer que llora es un hombre desnudo y feo/ una mujer que fuma es un niño caprichoso/ una mujer que mea es una mala estructura"), lo que explica, auténticamente, la validez de ciertos segmentos de la existencia.

Dice la autora: "El pájaro del tedio/ […] y todos los pájaros/ del cielo de Cuba/ cayeron hoy muertos/ delante de mí". Este cansancio es el resultado de un largo proceso de descomposición del ser social del individuo, que se sabe dentro de un engranaje que lo supera y destruye, bajo el que se ha curtido su propia experiencia inmediata.

De esa manera, y esta vez en un lenguaje que imita el habla de algunas lenguas afrocubanas, se explica la conducta de un sujeto que reconoce la capacidad humana de producir odio, de demoler física y emocionalmente, cualquier cosa: "persona destruye arquitectura/ pero persona no destruye persona/ creer yo que persona/ destruir/ todo/ persona ser arquitectura/ y persona ser/ cómo se dice/ destrucción".

Por otro lado, hay que decir que si la composición textual y (sobre todo) el cierre de algunos finales de poemas, parecen, en mi opinión, haber sido en algún modo apresurados (o más bien contrahechos),[ii] ello no demerita la textura fresca y en general lozana de todo el libro, en tanto que su movimiento es el de mostrar un accionar que intenta responder (de manera efectiva) a la pregunta de cómo y por qué se escribe, ya que "nadie necesita el arte para vivir", y "hay que ser muy estúpido/ para creer/ que la poesía/ es un medio/ de comunicación": ella, que sabe lo que es que alguien entre a la habitación y se encuentre "con lo bueno/ lo bello/ y la verdad", compara asimismo de modo magistral, el acto y la finalidad de la escritura con el acto de la defecación, y explica (ácida y cínicamente) que "la caga se ejecuta con un libro entre las manos/ y es mejor/ […] solo por esto son buenos los libros/ y necesario escribirlos".

En un excelente fragmento, en el interior de La gran arquitecta, Legna Rodríguez entrega una descripción de sí misma, que ahora utilizo como comodín final, como un guiño de satisfacción por su lectura: me gustaría pensar, que (como la autora) este libro es también un producto "pequeño y sucio", quiero decir, necesario, "de un metro cincuenta y siete centímetros".

 

[i] La autora explica en nota preliminar que este libro es solo una parte de un conjunto mayor titulado Hilo + Hilo.

[ii] Determinado quizás por lo que, según se explica aquí, es la urgencia de escribir "un poco/ […] aunque no tenga/ ni la más remota/ idea", como medio de paliar la reclusión a la que obliga la angustia doméstica.

 


Legna Rodríguez Iglesias, La gran arquitecta (Colección SurEditores, La Habana, 2013).

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