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Crítica

'Eso que se ve al fondo es La Habana'

Guillermo Cabrera Infante vuelve a Cuba por última vez. 'Mapa dibujado por un espía' es un libro imperfecto pero completo, y es de agradecer que su autor no lo trabajara más.

Madrid

El mapa del que habla el título de este libro es, según la viuda del autor, uno que él viera colgado en la oficina habanera de Alejo Carpentier: La Habana trazada por un espía inglés dieciochesco. Cabrera Infante, sin embargo, lo describe como un viejo grabado en el cual aparece la entrada de la bahía habanera y, en primer plano, una balsa de jóvenes semidesnudos rodeados de tiburones. Carpentier, director de la Imprenta Nacional, comenta del grabado: "Eso que se ve al fondo, es La Habana, chico".

Mapa dibujado por un espía cuenta el regreso de Guillermo Cabrera Infante a Cuba en 1965. Por entonces él está a punto de cumplir tres años en el puesto diplomático al que lo destinaran después del cierre de Lunes de Revolución. El primer día de junio de 1965 se salva por casualidad de un accidente automovilístico, le avisan de la gravedad de su madre, y en la escala praguense recibe la noticia del fallecimiento de Zoila Infante. En Praga ha vuelto a soñar un sueño de exiliado, el de la trabazón dentro de la patria. Días antes había percibido como de mal augurio la muerte de unos pichones en el jardín de la embajada.

Nada más llegar a La Habana, Carlos Franqui le avisa que el país atraviesa "una etapa de persecución y de dogmatismo". Fallan el transporte público y el suministro de agua, faltan la comida y el café. Han desaparecido los anuncios lumínicos, y los comercios permanecen cerrados o han sido convertidos en viviendas. Obispo es la calle de un pueblo fantasma del Oeste. A él le asombra encontrar un edificio derruido, aunque no tarda en comprobar que por los alrededores existen otras ruinas.

Los anuncios de trueques de casas colgados en los árboles dan al Parque Central un aire de zoco. Los transeúntes mal vestidos le recuerdan zombies. En los jardines del Vedado las matas de plátano han sustituido a los rosales, y las que iban a ser joyas arquitectónicas del nuevo régimen, las Escuelas de Arte, fueron abandonadas antes de su terminación. Él las visita junto a Ricardo Porro, uno de sus arquitectos.

"El aire de la tarde, el canto lejano de un sinsonte y el sol que comenzaba ya a ponerse, le dieron un carácter particularmente nostálgico a la presencia de ellos entre las ruinas futuras", escribe.

En la Cinemateca anuncian King Kong, pero a una llamada de Alfredo Guevara proyectan un filme checoslovaco. Y sufre también censura otro monstruo estadounidense: la edición masiva de Moby Dick es expurgada de contenido religioso (hacen del libro de Melville una suerte de El viejo y el mar). Muchos de sus amigos se ven obligados a sortear las redadas de un nuevo departamento del Ministerio del Interior especializado en perseguir homosexuales.

Los espectáculos de cabaret son pobres parodias de los que podían verse pocos años antes. Él se queja: desde 1959 no aparece un nuevo ritmo bailable. Pasará cuatro meses varado en La Habana, sin certeza de regresar a Europa. Después del entierro de su madre, a punto de subir al avión que lo llevaría  a Bruselas junto a sus dos hijas, recibe una llamada convocándolo a reunión ministerial para el día siguiente. 

Pero, ¿siguiente a cuál? Porque una y otra vez va a  presentarse en una oficina que no se le abre. Lo mismo que en Kafka, solo que en este caso no es díficil suponer de dónde viene la sentencia: Seguridad del Estado.

Llega la celebración del 26 de julio y espera que lo inviten a la conmemoración oficial, en tanto jefe de misión diplomática. La invitación no llega. Disuade a Virgilio Piñera, Antón Arrufat, José Triana y Calvert Casey de manifestarse públicamente contra la persecución de homosexuales, y tiempo después le pesarán sus palabras. Al final, se ve obligado a no recibir amistades en casa.

Busca una salida. Alberto Mora, comandante y amigo, promete interceder ante los jefes. Él logra publicar en Bohemia un fragmento de la novela premiada en Barcelona (Seix Barral no ha publicado aún Tres tristes tigres), y aprovecha la entrevista adjunta para persuadir a sus carceleros. Les promete libros suyos que constribuirán a una literatura de la Revolución, no tiene a menos hablar del "verdadero escritor revolucionario". No hace más que adaptar a su situación la fórmula joyceana: silencio y astucia para llegar al exilio.

Cuatro meses de trampa habanera le permiten reencontrarse con numerosos protagonistas de la vida política y artística cubana. Mata el tiempo en algunas aventuras eróticas, llega incluso a enamorarse. La cien últimas páginas del libro, sus últimas semanas en el país, cuentan la relación con Silvia, una estudiante expulsada de las Escuelas de Arte y de su empleo de telefonista de hotel. Silvia espera por el regreso de un novio húngaro, por una posibilidad de salida. Su entrega, su madurez sentimental y su sentido del humor, hacen de ella una de las mejores figuras femeninas de la narrativa cabrerainfantesca.

Mapa dibujado por un espía es el tercero de los libros póstumos de Guillermo Cabrera Infante. Pudo llamarse de esta otra manera: Ítaca vuelta a visitar. En varias entrevistas él se refirió al libro que sería, aunque el manuscrito permaneció en un sobre, intocado por décadas. Según su editor Antoni Munné, lo publicado es un borrador. Fue respetada lo más posible la literalidad, que incluye reiteraciones, incorrecciones y pifias. (La "Guía de nombres" repite un error del texto: el dramaturgo Abelardo Estorino aparece como Pepe Estorino.) 

Sin embargo, quien sienta curiosidad por la crónica histórica y la biografía del autor sabrá pasar por alto tales inconvenientes. Aunque otros echarán de menos los rasgos más reconocibles de su literatura: el ingenio verbal, las canciones infiltradas en diálogo y narración, las atmósferas cinematográficas… Munné advierte que el libro sería otro en caso de haber sido publicado por su autor. Cita el testimonio del biógrafo Raymond L. Souza acerca de lo insatisfecho que se mostraba Cabrera Infante por el estilo de la narración, demasiado directo "y tal vez demasiado denso".

Ese estilo demasiado directo, apunta Munné, es ausencia de estilo. Puede entonces conjeturarse que, de trabajar más en él, el autor habría convertido este mapa o regreso a Ítaca en una narración cercana a la de sus novelas. (Gustavo Pérez Firmat ha estudiado en Tongue Ties. Logo-Eroticism in Anglo-Hispanic Literature cómo, al traducir al inglés Vista del amanecer en el trópico, Cabrera Infante reescribió esas viñetas hasta dejarlas, no solamente en otro idioma, sino en otro estilo, alambicado en comparación con el de los textos originales.)

Al reseñar La ninfa inconstante, primero de los libros de Cabrera Infante publicado por su viuda, lamenté su condición prematura y no póstuma. Resultaba difícil, en el estado en el que apareció, entender por qué se había escrito aquel libro. Al autor le faltó explicárselo a sí mismo. Mapa dibujado por un espía, en cambio, está meticulosamente imaginado en su forma circular. Se trata de una obra imperfecta, aunque completa, y me atrevo a agradecer el hecho de que Cabrera Infante no la trabajara más, de que no se empeñara en sacarle estilo. Porque, de haberlo hecho, probablemente habría traicionado el tono de esta narración.

Y es que La Habana de 1965 no es ya la ciudad que estará luego en sus libros más conocidos. No quedan en ella lugares, sino rescoldos de lugares. El ambiente político soporta mal los juegos de palabras y, antes de abandonarse a las bromas, es preciso calcular lo que se habla. Él ha viajado al entierro de su madre para encontrarse con la muerte de la ciudad que más quiere. La Habana le queda ahora en el futuro, en las páginas de la novela por aparecer, en Tres tristes tigres.

Mapa dibujado por un espía cuenta el entrampamiento y la espera, no solo de su salida al exilio, sino de esa novela. Carlos Barral le envía a Chinolope para hacer la fotografía de contracubierta (tal vez sean las últimas imágenes habaneras del autor). Heberto Padilla telefonea desde Europa luego de leer el manuscrito. "Creo que es lo mejor que se ha escrito en Cuba nunca", le dice. Hildelisa, la cocinera familiar, es capaz de citar socarronamente frases de sus cuentos publicados hace cinco años. Y en uno de sus paseos, él discute sus prerrogativas sobre el parque Albear: habrá sido descrito por Hemingway, pero le pertenece a él, y que Hemingway se quede con el cercano Floridita...

Al final, Tres tristes tigres va a ser el pretexto elegido por las autoridades para dejarlo ir: que salga al mundo, que ponga en alto el nombre del régimen y que vengan esos libros prometidos... El encuentro con un valedor de su salida, Carlos Rafael Rodríguez, permite hacerse idea de cuál será la suerte de los que se queden. Hablan de Alejo Carpentier. Cierto que El siglo de las luces ha sido seleccionada como texto oficial de las fuerzas armadas y que ha gustado mucho a Raúl Castro (¡extraña figura de lector!), pero esos capítulos adelantados de El año 59… "Yo no quiero anticiparme pero me parece que tal vez haya problemas con el libro completo", anuncia Rodríguez.

En la dirección de la Imprenta Nacional, Carpentier y Cabrera Infante examinaban un grabado antiguo. Un grabado, un mapa o una premonición: la imagen de unos jóvenes balseros rodeados por tiburones. Graziella Pogolotti, presidenta de la Fundación Carpentier, ha reconocido que entre ambos novelistas existía "una animadversión muy fuerte". (Su testimonio aparece en Buscando a Caín, el volumen sobre Cabrera Infante publicado en La Habana por Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco.)

"Eso que se ve al fondo es La Habana, chico", comentó Carpentier.

Y, aunque Cabrera Infante no lo reconozca en estas páginas, había ido hasta allí, hasta aquella oficina, para (igual que le discutiera a Hemingway un rincón) discutirle a Carpentier La Habana entera.

 


Guillermo Cabrera Infante, Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2013).

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