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Narrativa

El viejo nadador de la pipa

'En la piscina de aquel hotel no era fácil entrar y, sin embargo, durante muchos años hubo la leyenda de que un hombre de unos setenta años, muy alto, iba con frecuencia allí, nadaba dos piscinas, se sentaba bajo una sombrilla a fumar su pipa...'

La Habana

En la piscina de aquel hotel no era fácil entrar y, sin embargo, durante muchos años hubo la leyenda de que un hombre de unos setenta años, muy alto, iba con frecuencia allí, nadaba dos piscinas, se sentaba bajo una sombrilla a fumar su pipa, volvía a nadar dos piscinas, fumaba de nuevo su pipa y, luego de un par de horas, se marchaba. Pero no era verdad, porque tendría que ser huésped del hotel durante varios años, cosa imposible, y si fue huésped en alguna ocasión, no hay nadie que se atreva a asegurar haberlo visto ni siquiera una vez.

Y a pesar de todo en el hotel se habla de cuando el viejo nadador de la pipa se quedó dormido, quizás por exceso de bebida, y hubo que despertarlo para cerrar la piscina. Y se habla de cuando fue varias ocasiones seguidas, pero no entraba en el agua, sino que se quedaba debajo de su sombrilla habitual, fumando su pipa y tomando agua mineral de su botella plástica. Incluso se describe con detalles el día en que apareció allí por última vez, una tarde calurosa que se nubló rápidamente, y cómo iba vestido y lo que habló con el portero (cosa rara) y lo que bebió en el bar de la piscina.

Lo más asombroso de todo resulta ser "la sombrilla del viejo de la pipa", como siguen llamando años después al lugar donde ahora no hay ninguna sombrilla, pero, se dice, estuvo la que siempre utilizaba el viejo que venía a nadar y a fumar su pipa entre tanda y tanda. Y no es que en el hotel y hasta en la misma piscina haya todavía empleados que llevan trabajando allí más de veinte años y que jamás vieron a ese personaje de los cuentos, sino que todos saben perfectamente que el viejo nadador de la pipa nunca existió y, aun así, repiten los cuentos con la mayor naturalidad y algunos llegan al punto de mirar con atención cuando ven a algún hombre de alrededor de setenta años, muy alto, entre los huéspedes que utilizan la piscina, con una atención delirante porque saben que ya tendría mucho más de ochenta años y que, en todo caso, no puede regresar alguien que nunca vino.

 


Ernesto Santana nació en Puerto Padre, en 1958. Ha publicado varios libros de cuentos y las novelas Ave y nada (Premio Alejo Carpentier, Letras Cubanas, La Habana, 2002) y  El carnaval y los muertos (Premio Franz Kafka, Agite/Fra, Praga, 2010).

Más narrativa suya: La canción sonaba, Despiértate, Aleko, Ahogados y otros dos cuentos y La cacería permanente.

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