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Poesía

Esta carta que nunca le envíe a Ángel Escobar

'¿Aprendíamos así de rápido entre los Baragaños/ y los Retamares y todas las castas fabriles que abultaban/ cartera en prelatura coloquial?/ Está bien, podemos entretenernos en la diplomacia/ y el atlas desplegado para evitar la estocada maestra...'

Atlanta

…pero no así, pues yo hablaba del resentimiento, de la alevosía
en el mensaje como razón mediadora de este oficio
ahora habitable por una mayoría que cree merecerlo.
Es un concurso florecido, nos ofrecen muestras
de una especie en lontananza, creciendo y usurpando
cada rincón vacío del vertedero nacional. Se han levantado
al unísono, en un trino que deleita al medidor de armonías,
llevando la cuenta de los bemoles y las tribulaciones.
¿Aprendíamos así de rápido entre los Baragaños
y los Retamares y todas las castas fabriles que abultaban
cartera en prelatura coloquial?
Está bien, podemos entretenernos en la diplomacia
y el atlas desplegado para evitar la estocada maestra
o la enunciación del drama provinciano, pero al final
nos vencerá el reproche de la filología
y el tono profesoral. Nos dejarán afuera porque evitamos
contar los pasos, y la contradanza es una enfermedad
más artera que la retórica, costumbre que aplaca el peso
del índice sobre la línea roja, y la luz (la otra luz) del pavor.
Míralos pasar, una generación llamada a rellenar espacios,
privada del ingenio y su mansedumbre. Se apilan los nombres
como trajes robados, como piedras de ángulo
que cederán cuando oscilen los candelabros, porque esa hora
la hemos invocado, y llegará sin falta, el registro y su púrpura.
Recitaremos con pudicia, si al cabo la escritura
se asumirá como un acto vergonzoso, el cono de la penumbra
expuesto al mercader que prueba en el libro
la ventaja de las sedas, y se viste de regente, de mofador.
Déjame recordar: en La vía pública ya te asomabas al balcón,
dispuesto al salto, pero eso no lo percibía el catequista
embebido en sus ansias de consumación.
Preferimos el susurro, para ponerlo en su lenguaje,
aunque el perímetro ensordezca y levanten aras
donde vibre la musiquilla, y el plectro brille en su consonante tenaz.
No lo decimos: lo insinuamos en tanto nos socorra
una pizca de sonrojo, faltando en el tomo siguiente,
cubierta dura, materia dura, poesía durable.
Nos dejarán afuera, lloviendo hasta el entreacto. Sobrevendrá la escritura
como alambrada de estancia que limite nuestra flaqueza.
No te respondo, para que lo imagines y no sea tu carta
otra pieza que guarde para seducir al maquillador de muertos.
Así por decirlo: el hallazgo, el sustantivo que te sacrificó
y te cerró las puertas. De eso hablaríamos, algunas notas
que amablemente intercambiamos, la visita que te faltaba.
La intemperie, palabra incómoda; no dejaré una firma
para el adelantado, ni un borrador que ennoblezca su sed.
Queda entonces esa alevosía que te comentaba antes, la línea
perpendicular del tributo en la acera, el acto puro y conciso
y el salto que viene, el salto que falta.


Manuel Sosa nació en Meneses, Las Villas, en 1967. Sus últimos títulos publicados son el libro de poemas Una doctrina de la invisibilidad (Bluebird, Miami 2008) y el de ensayo Contra Gentiles (Avondale, 2011). Este poema pertenece a un libro en preparación.

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