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Libros

Arlt steampunk

En el año de su muerte, Roberto Arlt patentó un método de vulcanización de medias de mujer. Una de sus narraciones incluye el esquema detallado de una fábrica, y un personaje suyo pregunta por qué los terroristas no se dedican seriamente a estudiar química.

La Habana

Una buena ocasión para releer a Ricardo Piglia en Cuba: entre los últimos títulos publicados por Ediciones Sed de Belleza, de Santa Clara, se encuentra Formas breves, pequeño e imprescindible volumen de 1999 donde el escritor argentino destila su conocida mezcla de diario, ensayo y ficción.

Pero ¿cómo se relee a Piglia? Tal vez la mejor manera sea releer desde él, desde sus claves, a Borges, a Joyce, a Kafka, a Gombrowicz, a Macedonio, a los autores policiales, a los escritores que una y otra vez pasan por sus páginas como maquinitas inagotables.

Roberto Arlt ocupa un lugar destacado en esa lista. El idilio de Piglia con Arlt es un capítulo aparte en el conjunto de su obra. "Un cadáver sobre la ciudad", uno de los textos breves de Formas breves, parte de una foto del velorio de Arlt donde se ve cómo sacan el ataúd del escritor por la ventana. Arlt era tan grande que no cabía por otro lado.

"Arlt es el más contemporáneo de nuestros escritores"—resume Piglia—. "Su cadáver sigue sobre la ciudad. Las poleas y las cuerdas que lo sostienen forman parte de las máquinas y de las extrañas invenciones que mueven su ficción hacia el porvenir."

Más adelante, en "Notas sobre literatura en un Diario", anota una palabra que aparece en Los siete locos y Los lanzallamas como "un término ciego, un signo vacío cuya repetición reconstruye (sin poder nombrar) el secreto del relato". Se trata de la palabra eso. Piglia ejemplifica: "Me has obligado a eso", "¿Y cuándo sucedió eso?", "¿Se creía usted que eso es como el teatro?", "¿Y usted cree que llegará eso?".

"El crimen, la locura, la sexualidad, la revolución: eso, por supuesto, es la ficción de Arlt", concluye. Yo agregaría otro matiz a esta idea: ¿Qué cosa es eso?, es la pregunta que se haría el lector de hoy al hojear por primera vez Los lanzallamas y encontrarse entre sus últimas páginas un dibujo técnico muy detallado, que irrumpe en la totalidad de la cuartilla. Se trata del esquema de una instalación industrial para la síntesis de dicloruro carbónico (COCl2), el extremadamente tóxico gas fosgeno, uno de los tantos proyectos del protagonista de la novela, Erdosain.

("La palabra 'eso' resuena en los oídos de Erdosain como el logaritmo de una cifra terrible, incalculable", cita Piglia en sus Formas breves.)

(La palabra eso, también, como lo malescrito: el pronombre cuya repetición afea la prosa, y que debería ser expurgado para lograr una buena redacción.)

Eso: diagrama de tuberías para el cloro y el monóxido de carbono, conectadas a un purificador para deshidratar este último con potasa sólida (30%); una torre catalizadora de cemento forrada con plomo y rellena de carbón vegetal granulado (10 metros), en cuya base se combinan los reactivos; una refrigeradora (-2°C) para licuar el gas resultante; manómetros, llaves, rejillas, válvulas, cada pieza bien señalada en el sitio donde debe ir.

Erdosain, ingeniero frustrado, un personaje que ronda la figura del inventor loco, le entrega este proyecto al Astrólogo, que está más loco todavía, con el fin de ayudarlo en su planes de hacer una revolución social en Argentina. El Astrólogo sueña con "el exterminio total, completo, absoluto, de todos aquellos individuos que defendieron la casta capitalista", y para ello se le ha ocurrido montar una fábrica de gases:

"Quiero permitirme el lujo de ver caer a la gente por la calle, como langostas" —explica—. "Solo respiro tranquilo cuando imagino que no pasará mucho tiempo hasta el día aquel que unos cincuenta hombres a mi servicio tiendan una cortina de gas de diez kilómetros de frente."

Recordemos que Erdosain también tenía en la cabeza proyectos de máquinas para metalizar flores y para estampar distintos diseños de colores en el pelaje de los perros. Erdosain es el propio Arlt: el Arlt que en 1942, el año de su muerte, patentó un invento para vulcanizar medias de mujer. El loco al frente de Los siete locos, explotando imaginación ingenieril fuera de la página, en aventuras comerciales como las que elucubran sus personajes. Empresas que siempre fracasaban y que, al decir de Piglia, alejaron a Arlt de la literatura pero no de la ciencia-ficción.

Me interesa ese alejamiento, que no es tal. Es decir, esa proximidad es lo que me interesa. Si las extrañas invenciones de Erdosain parecen, efectivamente, ciencia-ficción, el prolijo diagrama técnico de Los lanzallamas me recuerda el subgénero conocido como steampunk (un steampunk que en lugar de maquinarias de vapor, construya maquinarias de gases de guerra).

Al igual que otros derivados similares de la ciencia-ficción posmoderna, el steampunk trabaja la idea de futuro (produce futuro) a partir del anacronismo. No parte del presente sino del pasado. O más bien: combina y confunde pasado y presente y luego extrapola desde esa ecuación tergiversada. De ahí sus rarezas. El futuro en el steampunk es un futuro retro.

De manera análoga, hay una ficción que se mueve hacia el porvenir con otros engranajes. Se adelanta en el tiempo, pero lo hace desde otro lugar. Habla del futuro, pero con una lengua que parece ajena al presente. Una lengua desviada.

El díptico formado por Los siete locos y Los lanzallamas aparece entre 1929 y 1931. El fosgeno fue empleado como gas venenoso durante la I Guerra Mundial, más de una década antes. Pero cuando vemos que Arlt ha puesto en sus balones de cloro y monóxido, bien legible (tengo delante la edición de Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1987), el nombre de una compañía farmacéutica: Merck, ¿podemos no pensar en la estirpe de químicos alemanes que recorre el siglo XX? ¿No está por ahí Fritz Meer, juzgado y condenado en Nüremberg, que en 1956 llegó a estar al frente nada más y nada menos que de la Bayer? En ese boceto de fábrica de fosgeno, ¿no se anuncian ya modernas tramas conspiranoicas, otros horrores sobre los cuerpos?, ¿no sopla como un airecillo de complejo militar-industrial?

El siglo XXI arrancó con el rumor de una supuesta literatura expandida, forjada en el contacto de las viejas letras con las nuevas tecnologías. Ficciones en cuya escritura se incorpora la foto, el sms, el link, el post, el diseño web... Se habla de literatura multimedia, de la página-pantalla, de estar a tono con el presente, etc.

Muy bien, pero yo sigo pensando en el qué-cosa-es-eso. Pienso en la cara que pondrían algunos de esos autores tan contemporáneos al ver un artefacto anacrónico como el que está impreso en una página de Arlt.

Y recuerdo al Astrólogo —uno de los personajes más extraordinarios de la literatura latinoamericana del siglo XX— con una bomba casera entre las manos, diciendo: "Ustedes los terroristas siempre están atrasados en material destructor. ¿Por qué no se dedican a estudiar química?"

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