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Literatura

El silencio que me sigue acompañando

A un año de su fallecimiento, Heriberto Hernández Medina habla en esta entrevista de su poesía, de una generación de poetas y de las ciudades en las que fue haciendo su obra.

Santa Clara

Me contaba la poetisa Bertha Caluff que ha soñado reiteradas veces con Heriberto Hernández Medina (Camajuaní, 1964-Miami, 2012). Lo ve sonriente, en un paraje desconocido para ella, y cuando trata de acercársele él la frena con un gesto de sus manos. Fue ella quien me recordó que este mes ya hacía un año de su desaparición física.

Aún yo no me lo he creído y ni siquiera he borrado su dirección de correos de mi máquina, como si con ello tuviera la posibilidad de escribirle en cualquier momento, tal y como sucedía en los últimos años con bastante frecuencia.

Heriberto fue de esos poco poetas que fuimos conociéndonos en los años ochenta que, con escasa edad y obra, tuvo desde el principio varios seguidores que trataron de escribir con su impronta, imitando una poética que desde esos comienzos fue privativa de alguien que estaba predestinado a ser un poeta venerado, y que, como todos, tuvo sus detractores, sus enemigos y sus incondicionales.

Era yo de ese último bando y eso me fue suficiente para seguirlo hasta Matanzas, donde viví por ocho años visitándonos casi a diario. Compartiendo buenas y malas noticias, sucesos que nos marcaron, nacimientos de hijos, separaciones y nuevas relaciones. No creo que nadie me conociera mejor que él, como tampoco que nadie lo extrañara más que yo cuando él se marchó del país, primero para Lima y luego para radicarse en  Miami, donde descansa en paz y para siempre.

Aún puedo volver a escuchar el tono de voz de su hermana dándome por teléfono la noticia de su muerte, a la que yo solo pude responderle con silencio. Ese silencio me sigue acompañando hasta hoy. Un silencio que quizás pueda romper esta entrevista de 2008 con el poeta Heriberto Hernández Medina.

Desde la poesía cualquier geografía es imaginaria

Un pez lanzado a un vacío en que gravitan letras, que a simple vista nada significan,  es un curioso dibujo que en una pared de la casa de mis padres puede aún testificar la vitalidad de sus trazos, a pesar de que han pasado más de veinticinco años desde que su autor, el poeta Heriberto Hernández Medina, se los regalara. No es este el único recuerdo que se conserva del amigo. Libros de su autoría, manuscritos de sus primeros textos, recortes de algún que otro periódico o revista en que se le nombró o en que apareció algunos de sus textos, se suman a otros que la memoria preserva en ese espacial sitio que nada olvida.

Importante voz de un impetuoso grupo de poetas que comenzó a mostrar sus primeros textos sobre la década del ochenta, premiado y reconocido por la comunidad literaria de la Isla, Heriberto, es aún hoy nombrado en esos pases de lista, tan usuales, cuando se teoriza sobre esa intensa etapa de los comienzos y consolidación de la promoción de los ochenta en Cuba.

Hubiera preferido contar que esta conversación tuvo por escenario mi casa, contar que mientras yo fumaba, él disfrutaba del café con que aún, a pesar de las carencias, recibo a cuanto amigo me visita. Pero esa posibilidad no existe hace ya muchos años, pues el poeta decidió radicarse primero en Lima y luego en Miami. Por lo que estas son preguntas enviadas y respondidas por la vía que la modernidad nos posibilita. Preguntas y respuesta sin vernos las caras, perdiéndome ese disfrute de la respuesta que en primer lugar ofrece el rostro. Sobre todo el de Heriberto, que es tan expresivo.

Aún cuando comenzar por el principio  no es nada original me gustaría que me comentaras cuándo descubriste que podías convertir tus experiencias en poesía.

La métrica y la rima siempre fueron una presencia cotidiana en mi casa, por mi padre, que gustaba del punto espirituano, la décima y tocaba de oído el tres. Una enorme Antología de la poesía en lengua castellana que había en casa me hizo penetrar en este mundo. Ser consciente de que podía ser una manera de expresarme ocurrió mucho después. Considerarlo seriamente está muy vinculado a mi encuentro posterior con otros muchachos que también comenzaban, por esos tiempos, a considerar la poesía como una vocación irrenunciable.

¿Cuáles personas te gustaría recordar, ahora, que de alguna forma te hayan acompañado a lo largo de estos años de escritura?

Esos muchachos de entonces: Sigfredo Ariel y Pedro Llanes, que fueron como "los adelantados" de lo que fue después un grupo muy variado e importante para mí. Un gran amigo, el poeta Joaquín Cabezas de León. Un enorme poeta e intelectual, Roberto Méndez, que tuvo una gran influencia en mi poesía y en la consolidación de mi vocación. Decir que tú, sería casi como ser reticente, porque hemos recorrido el mismo camino, tomando a veces atajos diferentes, pero reencontrándonos siempre, como ahora.

Después de algunas décadas, que opinión te merece la promoción de los ochenta, de la cual eres una voz imprescindible.

Se la ha mitificado mucho y creo que nosotros hemos contribuido a ello bastante. Aun hoy recordamos aquella época y tendemos a dar una visión muy apasionada. Este 8 de diciembre [de 2008] se cumplen veinte años de los sucesos de la librería El Pensamiento y si a Odette [Alonso] o a mí no se nos ocurre poner algo en nuestros blogs, nadie lo recordará. Ese suceso fue el fin de la inocencia. No porque creyéramos en nada ya, sino porque supimos de lo que era capaz un poder ilimitado, cuando imagina que hay algo que puede hacerlos peligrar. Fue para mí, el fin de toda una etapa en la que la poesía podía encausar cada una de nuestras frustraciones.

Pertenecer a la promoción de los ochenta fue para mí muy importante y creo que lo que pudimos hacer o escribir, lo fue también para la cultura cubana. Hoy tengo muchas razones para sentirme defraudado por muchas de las personas que fueron objeto de mi más absoluta devoción, pero no soy quien para juzgar. Están los libros, y algunos son ya imprescindibles.

¿Cuál es el saldo que en ti dejó la circunstancia de ser parte, en tus inicios, de un grupo activo, comprometido con la escritura, excluido entonces de lo institucional y que tardó en publicar, sus primeros libros y con ello poder mostrar su valía?

En lo personal no tengo nada que agradecer a institución alguna. Cada logro o reconocimiento, si alguno tuve, lo pagué caro y siempre con trabajo, obstinación y sin renunciar a ninguno de mis principios. De la provincia donde escribimos nuestros primeros textos y a la que di no pocos "logros", nunca recibí la mas mínima retribución. Hasta hace poco, en que una amiga tuvo a bien poner una ficha y una foto mía en un sitio de internet, no figuraba siquiera como escritor.

Los libros que publiqué en Cuba, salieron porque no había una manera de evitarlo, muchos años después de haber sido premiados y llenos de erratas. No creo que se hayan distribuido. Nunca he presentado un libro mío en público en Cuba y no conozco a muchas personas que tengan un ejemplar.

El único saldo positivo de todos estos años fue el reconocimiento de muchos amigos, y lo que he escrito, que aún despierta el interés de algunas personas y hace que me sientan como alguien cercano.

¿Lees con cierta asiduidad la poesía cubana, entendida esta por la que se escribe dentro y fuera de la Isla? ¿Te interesa mantenerte al tanto de lo que se escribe hoy en Cuba?

Leo todo cuanto cae en mis manos y lamento no estar más al tanto de lo que se escribe en Cuba. Internet ha ayudado, pero el control y lo limitado del acceso dentro de la Isla lo hacen todavía muy precario. Me interesa mucho.

En qué ha cambiado,  o no, tu poética desde Discurso en la montaña de los muertos (1986) a lo más reciente que has escrito?

Mi poesía (hablar de una poética, mía al menos, me parece exagerado) ha cambiado lo mismo que yo. Tú me conoces mejor que nadie. Creo que sigo siendo impulsivo, apasionado e independiente. Mi poesía sigue siéndolo. Si algo ha cambiado tiene que ver con las formas. Es menos ambiciosa en lo formal, más contenida en el uso de recursos expresivo o en la búsqueda de sonoridades. 

¿Hay algo que te interese más que la poesía?

 Si, descansar. A veces estoy muy cansado.

Tu obra se ha levantado o sostenido desde geografías muy diversas. Te propongo que me definas con pocas palabras sitios que supongo significativos para ti. Camajuaní…

Un pueblo del cual tengo algunos recuerdos imborrables. Lo demás es el paisaje, el paisaje de la infancia te acompaña el resto de la vida. Allí están toda mi familia y algunos buenos amigos. En mi poesía pueden verse sobre todo alguna veladas referencias al paisaje y al universo sonoro del pueblo.

Santa Clara…

Mi primer libro se escribió allí. Fue la etapa más creativa de mi vida. En la que la poesía tenía un lugar más importante. Una ciudad donde la gente respetaba a sus artistas y las instituciones, sus caciques de turno, los detestaban.

 Matanzas…

Nunca me sentí ni me siento matancero, aunque me trataron allí como si hubiese nacido en esa ciudad. Nunca me sentí cómodo con las formalidades y los rituales salonescos de esta ciudad que añoraba las glorias del XIX en medio de las miserias de la segunda mitad del XX. Tengo recuerdos muy gratos, algunos buenos amigos y es el sitio que tiene, en lo contextual, una mayor presencia en mi poesía. Allí pasé también los momentos más amargos de mi vida en Cuba.

Lima…

Escribí poco en esta ciudad, pero fue una experiencia sustancial. Muchas cosas se escribirían después. Creo que hay deudas que no he saldado aún. Al encuentro de una cultura popular joven y ecléctica como la nuestra con una cultura ancestral, rica y poderosa, se suma además la inmadurez con que sale un cubano al mundo libre. La experiencia de enfrentarse al capitalismo primitivo de Sudamérica es muy impactante y exige una capacidad enorme para sobreponerse y reinventarse una forma de sobrevivir.

Miami…

Después de Lima, Miami es una ciudad que puede asimilarse con relativa facilidad. Conectarse emocionalmente con ella es algo que a veces resulta más difícil, a pesar de que nuestros antecesores la han ido edificando a imagen y semejanza de las ciudades cubanas que aún habitan en sus imaginarios.

Una vez le escribí a una amiga que Miami era como hubiese sido Cabaiguán si no hubiese llegado Fidel, y creo que no exageraba. Sigue siendo algo provinciano y con costumbres vagamente rurales. Vivo y escribo en ella con cierta paz, sobre todo en los últimos años, en que he estructurado mejor mi vida y la ciudad comienza a mostrar una creciente vida cultural.

Muchos escritores cubanos que residen en otras partes del mundo han seguido publicando en las editoriales cubanas: Aramís Quintero, Damaris Calderón, Manuel Sosa, entre otros. ¿Estarías dispuesto a compartir tu obra más reciente con nosotros, a través de una editorial cubana?

Nunca he ido a ningún lugar ni ante ninguna persona con un manuscrito escrito por mí para procurar publicarlo. Mi primer libro estuvo largos años en Letras Cubanas, a donde fue a parar porque un editor lo tomó de un concurso UNEAC del cual era jurado y lo puso a dormir en el llamado "colchón editorial", hasta que decidieron sacarlo sin que sepa yo la razón, pero supongo que fue debido a mi premio David.

Mi segundo libro, a pesar de ser premiado en 1989, no salió hasta 1994. En Matanzas, cuando me pidieron textos para revistas, para Ediciones Vigía o para Ediciones Matanzas, los entregué y fueron publicados, lo que siempre he agradecido.

Ninguna editorial o editor cubano me ha contactado nunca interesado en mi poesía. No tendría ningún inconveniente en conversar con cualquiera que se interese en mi obra, con dos condiciones básicas. La primera es que no se condicione en ningún modo mi opinión, mi derecho a cuestionarme lo que está ocurriendo en mi país, y lo segundo es que se me paguen mis derechos de autor.

Esta segunda condición, como la primera, es un asunto de principios y no tiene nada que ver con la cantidad de la remuneración.

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