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Obituario

Maestro de maestros, Tomás Piard 'in memoriam'

'Creo haber logrado esa secreta conexión emotiva con Piard por lo menos hasta finales de 2010, cuando la maldad de Abel Prieto, junto a dos oficiales del MININT coaccionaron al pobre hombre para obligarlo a renegar de mí en público.'

San Luis

Ha muerto un hombre triste que desbordaba alegría y fe en la luz. La luz de lo más noble y bello del espíritu humano. Y también, por supuesto, la luz de la cinematografía: un arte que ese hombre triste conoció a la séptima potencia como muy pocos en Cuba, pero un arte que, como si fuera una maldición, el director Tomás Piard (1948-2019) nunca pudo ejercer con la misma maestría con que fue capaz de enseñarlo durante décadas, tanto en academias cubanas como en el extranjero.

En 2004, cuando los años ceros de La Habanada estuvieron a punto de hundirme en la locura, expulsándome a las calles calcinadas después de que el castrismo destrozara mi carrera como bioquímico, la magnanimidad de Tomás Piard me recibió como un padre pródigo y este cubanazo de corazón confió a ciegas en mí en tanto fotógrafo improvisado para sus películas.

Su hijo Terence Piard, joven cineasta tan talentoso como corajudo (la palabra correcta es otra mucho más incorrecta de publicar), acababa de morirse ahogado ese verano en Tenerife con apenas 30 años. Para mí, recién muerto mi padre por entonces, tener la oportunidad de lujo de ver a Tomás filmando era recordar la pérdida irreparable para el futuro de Cuba de su hijito único Terence. Tal vez por eso quise ser yo una especie de hijo postizo. Tal vez por eso traté de darle un poco de alegría al maestro Tomás, criatura salida de otro tiempo donde Cuba aún no había sido secuestrada del todo por la chusma iletrada de hoy. Tal vez por eso quise que se enamorara dentro de lo posible de mí, física y emocionalmente, y seducir la suya con mi tristeza no menos de huérfana de país.

La luz de aquellos años era mucho más lánguida de lo que ninguna lengua humana podría expresar.

Creo haber logrado esa secreta conexión emotiva con Piard por lo menos hasta finales del año 2010, cuando la maldad de Abel Prieto, junto a dos oficiales del Ministerio del Interior que trabajan como funcionarios encubiertos del Ministerio de Cultura, coaccionaron al pobre hombre para obligarlo a renegar de mí en público, llamándome mentiroso y mercenario, borrando de paso la larga entrevista que él me había hecho para su documental por el centenario de José Lezama Lima, finalmente estrenado sin mí y todo desguazado por la censura en 2011 con el título de Trocadero 162, bajos. Tomás Piard es pues, por desgracia doble para la historia de Cuba que vendrá, cómplice y víctima de que la Seguridad del Estado me convirtiera en un fantasma más dentro y fuera de nuestra facistoide isla.

A finales de los años 70 los Castros le habían hecho eso mismo al joven Tomás Piard. Él en persona me lo contó en una de esas noches estragadas de filmación, rodeados por los machangones luminotécnicos del ICRT y el ICAIC, los que usaban el calor emitido por las luminarias de filmación para tostar encima de ellas el pan de la meriendita estatal. Piard era un estudiante universitario que había filmado una obra experimental muy breve en celuloide, cuyo título era La muralla china o algo por el estilo, y varios oficiales de verde olivo (agentes no secretos que atendían la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana) lo obligaron entonces a destruir el material con tijeras, ácido salfumán y, por último, descargar los detritos de su filme por el inodoro de un baño.

Murió Tomás Piard como mueren los grandes cubanos en esta época sin épica después de la escalofriante caída de la Revolución. Solo, solo en alma. Abandonado por todos y cada uno de los cubanos que más lo amábamos. Dándose cabezazos dentro del Estado y sus instituciones para no convertirse en un paria a perpetuidad como lo hubiera sido sin duda alguna su genial hijo (como me convertí yo). Solo en alma y de la mano de una mujer a quien en su momento también amó con el alma, y que de otras infinitas maneras él nunca dejó ni dejará ya nunca de amar.

Adiós, maestro bueno. Adiós, milagro imposible de la luz. Hace unas pocas noches soñé contigo. Con la escena original en la que me contaste cómo una médium habanera te había asegurado que Terence Piard quería comunicarse contigo poco después de morir.

La luz de estos años sigue siendo mucho más lánguida de lo que ninguna lengua humana podría expresar. O callar.

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