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Artes Plásticas

Marcelo Pogolotti: el empeño de ser cubano

Dos muestras en La Habana recuerdan al pintor, a tres décadas de su muerte.

La Habana

Marcelo Pogolotti (La Habana, 1902-1988) perdió la visión producto de una enfermedad a los 36 años. Corría el 1938 y en París se desvanecía el sentido más preciado para el pintor. En tan solo una década de frenético trabajo, Pogolotti dejó un legado que le sitúa entre lo más selecto de la vanguardia cubana. Sumergido en la oscuridad consiguió verse en la brillantez de las palabras; incapacitado como pintor, la escritura sería su nueva compañera de viaje.

Por estos días el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) le consagra dos exposiciones, a propósito de cumplirse tres décadas de su desaparición física. Para la primera, bajo el título Marcelo Pogolotti. Vanguardia, ideología, sociedad, el curador Roberto Cobas Amate seleccionó más de cuarenta obras entre dibujos y lienzos del reconocido creador. 

A su vez, la galería del Centro de Información Antonio Rodríguez Morey presenta Marcelo Pogolotti, del pincel a la pluma, curada por Israel Castellano. La copiosa documentación conformada por ensayos manuscritos, textos periodísticos, conferencias, libros, correspondencia personal y audiovisuales, entre otros valiosos originales, redimensiona la labor literaria y el pensamiento audaz e inquieto de este intelectual. Ambas exposiciones pueden ser visitadas hasta el 30 de mayo en los horarios habituales del Museo.

Los caminos de Pogolotti

De madre norteamericana y padre italiano, la infancia de Pogolotti transcurre entre Cuba, Europa y Estados Unidos, siendo Italia su principal destino y el lugar donde termina su formación primaria. Empujado por su familia, inició los estudios de Ingeniería en el Rensselaer Polytechnic Institute de Troy, Nueva York, en 1919. Luego, tras la muerte de su madre y libre ya de ataduras, da un giro a su vida y abandona los estudios para entregarse por entero al arte, su verdadera pasión. En 1923 matricula en The Art Students League of New York, en Manhattan. Y un año más tarde visita brevemente ciudades como Rotterdam, Madrid y París.

De regreso a Cuba, Pogolotti se afana por redescubrir su realidad. En 1925 pinta Lavandera planchando (o Planchadora), pequeño óleo sobre tela que da comienzo a la exposición del MNBA.

La pieza, de influencia expresionista, muestra a una mujer negra que se gana el sustento lavando la ropa de otros. En el cuadro los colores se tornan protagonistas, la cotidianidad del personaje nos atrae desde lo singular de quien observa con ojos europeos y rasgos caribeños. El artista aún no ha encontrado su voz, aunque en la pieza ya soplan los aires de la renovación y la preocupación por temas sociales.

Junto a Víctor Manuel García, amigo y pintor, Pogolotti se interesa por la nueva figuración, posicionándose abiertamente en contra de la pintura académica imperante en la Isla. Ambos buscan en la innovación la creación de un arte nacional acorde a los nuevos tiempos. En 1927, Pogolotti forma parte de la Exposición de Arte Nuevo. La muestra, inaugurada en la Asociación de Pintores y Escultores en La Habana, tuvo un carácter colectivo y fue impulsada por los editores de la Revista de Avance. Algunas obras resultaron alarmantes para el conservadurismo establecido, aunque los intentos para desacreditar el evento resultaron infructuosos. La vanguardia había llegado para quedarse.

En la muestra se exhiben la emblemática serie de dibujos Nuestro Tiempo (1930-1931)de pequeño formato, realizados con lápiz de grafito y crayón. En Paisaje cubano, pintura de 1933, de carácter abiertamente crítico con la "realidad humana en su paisaje social", según afirmó el pintor, se despliega un lenguaje universal que resulta atractivo para los europeos por su exotismo.

El artista apunta en la pieza hacia renglones de primer orden para la economía cubana de entonces y de ahora, como los centrales azucareros y los puertos. Ambos procesos productivos son custodiados por fuerzas militares encargadas de reprimir cualquier reclamo de derechos por parte de los asalariados. En la parte superior, una pequeña abertura nos deja ver el interior de una habitación. En ella se reparten las excesivas ganancias los poderosos. La obra deja al desnudo determinadas situaciones existentes en el paisaje social cubano. La Isla ha dejado de ser un paraíso soñado para convertirse en un infierno.

La tela El intelectual, de 1937 (una de las ultimas pinturas que realizó), premonitoria y de cierto modo autobiográfica, refleja la incertidumbre de un hombre ante los cambios políticos y sociales producidos en la Francia de aquellos años que más tarde desembocarían en la Segunda Guerra Mundial.

Al personaje del cuadro le sobrepasan las circunstancias personales y el recorte de las libertades. Sumergido en la soledad de sus pensamientos, busca consuelo mientras lee un libro. En primer plano una hoja permanece en blanco, no hay mucho que contar. Aislado de la realidad circundante en el interior de la silenciosa habitación, le acompaña la sombra de una ventana —única conexión con lo real— en la que se asoma la silueta de la muerte. Con esta obra, Marcelo Pogolotti se adelanta al futuro que le aguarda. Sabe que una vida llega a su fin y que otra comienza, ligada al impetuoso taca-taca de la máquina. 

Considerado por muchos como nuestro primer pintor moderno, Marcelo Pogolotti supo adaptarse a la adversidad en diversas realidades, como fue el crac bancario de la década del 20. Como espectador excepcional de las transformaciones de la vida moderna, al igual que otros artistas e intelectuales cubanos, vivió largos periodos fuera, aunque siempre se sintió enraizado en Cuba. La mayor parte de sus creaciones pictóricas fueron realizadas en Italia y París. Sin embargo, el conjunto sus obras despide los aromas identitarios de nuestra Isla. 

La exposición Marcelo Pogolotti. Vanguardia, ideología, sociedad, es un encuentro entre dos épocas. En ninguna de ellas la humanidad ha logrado resolver las brechas sociales. Por esta razón las obras de este futurista conservan su vigencia, resuenan sin darnos tregua alguna en nuestro invariable tropezar con la misma piedra.

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