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Cine

'Rocaman' y una interrogante de película

¿Hasta qué punto son los negros en Cuba un sector marginado, desesperanzado, que ya descree de las posibilidades de un proyecto social? Un cortometraje de Marcos Díaz Sosa.

La Habana

Rocaman (2017), del joven realizador y guionista Marcos Díaz Sosa es un interesante cortometraje de ficción que discurre sobre los valores morales y las carencias espirituales del individuo en una sociedad como la Cuba de hoy, cada vez más problematizada en sus diferencias de clase.

La historia contiene una peculiar característica que la hace digna de atención: la de afiliarse a ese "cine de urgencia" que aborda las penurias existenciales del cubano, desde un modo nada ingenuo, sobre todo cuando coquetea de manera irónica con los símbolos y la Historia de nuestro devenir como nación.

El filme se inicia dentro de un aula de una escuela primaria, donde se imparte la asignatura de Educación Cívica y la clase "Aportes a la sociedad". Maceo y el escudo nacional presiden el local, mientras la cámara nos muestra, en un acercamiento demorado, al hijo de Gabriel Roca leyendo una composición frente a sus compañeros. El pionero cuenta que su padre fue un buen deportista, boxeador, condecorado más por su conducta ejemplar y participación en trabajos voluntarios que por sus hazañas deportivas, pero aunque no vive con él siempre se preocupa del niño y le regala unas gafas de marca importada de EEUU, unos guantes de boxeo Adidas y un móvil Samsung. Es obvio que el niño, muy sincero, desaprueba la tarea, pero lo más interesante del filme radica, a partir de aquí, en su inmersión en el contrasentido de su enunciado.

Gabriel Roca, negro y fortachón, es un desempleado como seguridad personal de un reguetonero porque ha golpeado despiadadamente a los fans y ahora busca un trabajo "decente" con el cual mantener a su hijo. Sus condiciones de vida son muy austeras. Su pequeño está bajo la protección de la madre, una jinetera que pretende llevárselo a EEUU en breve, porque mantiene relaciones con un viejo extranjero.

El filme no hace énfasis en ese aspecto de la historia, sino en la particular estrategia de supervivencia de Gabriel Roca que ha tenido que cumplir el encargo de un amigo de asaltar la mansión de un cubano con un nivel de vida muy superior al suyo. Pero Gabriel es un negro inexperto en esos trabajos, se conmueve por los afectos que el cubano rico prodiga a su mujer e hija, a quienes espía fuera de la casa. Sobre todo, es propenso a sorprenderse por los lujos que no tiene. De modo que, en él, el uso de la violencia es simplemente una consecuencia accidental para lograr las aspiraciones materiales de su hijo, plasmadas en su falsa composición para su tarea de Cívica.

Hay un trasfondo, en el prisma ideológico de la película, que toca el asunto de la racialidad y el racismo en la sociedad cubana contemporánea, un tema todavía no tratado con la urgencia y la seriedad que amerita, aun cuando en este sentido la Comisión Aponte de la UNEAC ha dado algunos pasos discretos pero encomiables.

¿Hasta qué punto son los negros en Cuba un sector marginado, desesperanzado, que ya descree de las posibilidades de un proyecto social, hace un buen tiempo despojado de la utopía que lo hizo posible? ¿Por qué en ese lado del componente cívico de la sociedad cubana se concentran las problemáticas más agudas y los conflictos existenciales más insolventes?

Roca ha violado la promesa de no golpear al cubano rico cuando descubre la posibilidad de robarle el último modelo de Samsung, que nunca le ha importado tener, pero a su hijo sí, "porque no se rompe por más que lo tiren al suelo", porque es el último grito de la tecnología.

La escena final regresa al mismo punto de inicio, la clase de Cívica, y mientras una maestra invisible imparte su clase, la cámara se dirige al fondo del local donde vemos al Roca niño, peinado igual que su padre, entretenido en un juego del móvil que da título a la película. En tanto, en off la profesora lanza dos preguntas lacerantes: "¿Por qué fue necesaria la lucha armada? ¿Cuál de estas figuras despiertan la admiración en ti?". Hay una evidente referencia al legado del Titán de Bronce que, en lo físico, establece una sutil convergencia con el protagonista de este cortometraje.

Pero todo eso, claro está, queda sin apuntalar, se deja al espectador la lectura que prefiera. La historia, muy desdramatizada, tal vez evitando la contaminación del didactismo crítico, se resiente por un deficiente desempeño en la dirección de actores (no profesionales todos), y quizá, por un necesitado laboreo en su guion y la composición de su fotografía, rodada en blanco y negro.

De cualquier manera, hay que darle la bienvenida a esta obra. Aunque no sea de las favoritas al premio en la 17 Muestra de Cine Joven ICAIC de La Habana —a menos que un milagro ocurra— es, sin duda, una de las más interesantes. Hay tema aquí, incluso, para un buen largometraje si se le insufla un poco más aliento.

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