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Opinión

Pablo Milanés, tú también tienes que pedir perdón

'Pablito no es, ni fue nunca un revolucionario, sino un alabardero. Si pretende confundirse entre los revolucionarios es para engañar a la izquierda latinoamericana.'

Hollywood
Pablo Milanés junto a Silvio Rodríguez (cubierto) y Fidel Castro, en 1984.
Pablo Milanés junto a Silvio Rodríguez (cubierto) y Fidel Castro, en 1984. NDDV BLOG

Por la época en que Pablito Milanés pasó por las UMAP, más de 100.000 presos políticos cubanos estaban recluidos en las Circulares de Isla de Pinos, en los penitenciarios de Boniato, Guanahacabibes, Ahuica, Nieves Morejón, y en una docena de prisiones castristas.

Conocí a algunos de ellos en la cárcel de Ariza a principios de los años 70, cuando ya se habían acogido al "Plan de Rehabilitación", tirado el traje amarillo y aceptado el humillante uniforme azul.

¿Por qué despojaron a esos hombres y mujeres de la ropa civil? ¿Por qué los obligaron a vestir uniforme amarillo? Porque el amarillo era el color de los esbirros batistianos y ellos habían sido auténticos revolucionarios, alzados contra el régimen de Fulgencio Batista, guerrilleros del Escambray, estudiantes liberales y demócratas anticomunistas, traicionados por el castrismo.

Algunos prefirieron vivir en calzoncillos en las mazmorras de castigo, antes que lucir el infame disfraz batistiano. Entre estos últimos estaba el intelectual revolucionario Jorge Valls.

Todos y cada uno de esos hombres y mujeres pagaron por sus culpas, o más exactamente, por su única grandísima culpa colectiva: la Revolución. Le dieron nombre equivocado a su error, a su mal, y lo llamaron "castrismo", pero en realidad habían pecado de ingenuos revolucionarios,  no de castristas. Pagaron por su confusión, por su devoción a la revolución.

Cuando Pablito Milanés, en otra de sus infundiosas entrevistas para el diario La Tercera, cacarea: "Porque ellos no son revolucionarios. Ellos no, yo sí", está insultando a Jorge Valls y a los más de 100.000 revolucionarios y revolucionarias que pagaron por serlo, víctimas del fraude de la revolución.

Únicamente ellos están autorizados a decir "Ellos no, yo sí". Porque Pablito fue solo un sicofante, un esbirro de la misma dictadura que los había engañado y encarcelado.

Pablito, el autor de "Canción de la Columna Juvenil del Centenario", les debe una disculpa a los verdaderos revolucionarios, un desagravio que nunca les ha ofrecido. Pablito les debe una disculpa a los que oyeron "¡Cuba va!" por los altoparlantes de un campo de concentración al levantarse, en los momentos más tórridos de su romance con la dictadura castrista. Pablito tampoco ha pedido perdón.

Pablito no es, ni fue nunca un revolucionario, sino un alabardero. Si pretende confundirse entre los revolucionarios es para engañar a la izquierda latinoamericana, a los seguidores de estrellas de la farándula, y a algunos cubanos ingenuos que todavía le creen por ser quien es. Lo que pretende Pablito es escurrirse entre dos conceptos ambiguos, jugar cabeza.

Pero Pablito le debe una disculpa sobre todo a Chile. Le debe un desagravio a todos los chilenos que le creyeron, que lo escucharon y que lo siguieron hasta las puertas de la revolución castrista y que fueron burlados por este llorón de las UMAP.

Les debe un mea Cuba a las familias de todos los agitadores y terroristas de las organizaciones de izquierda que perdieron sus vidas en Chile defendiendo una causa en la que él había dejado de creer, o en la que quizás nunca creyó.

Finalmente le debe un desagravio a todos los seres pensantes del planeta. Porque si hubo UMAP, si hubo campos de concentración, si hubo 50.000 extravagantes recluidos, si hubo 100.000 presos políticos, dos millones de exiliados y decenas de miles de fusilados, si ha habido 60 años de dictadura militar unipersonal, se debe a la existencia de Fidel Castro.

Decir, en la misma oración, y con el mismo aliento con que se refiere a los campos de concentración cubanos: "Creo que todo el mundo sintió la muerte de Fidel y yo también la sentí", es de una desvergüenza sin paralelos.

Que le pregunte a los exiliados miamenses que festejaron a golpe de timbales la muerte del verdugo. Que le pregunte a sus antiguos compañeros de las UMAP, a sus amantes históricos, si sintieron la muerte de un demagogo homofóbico. Que se disculpe ante la comunidad LGBT por 50 años de tapujos y medias verdades.

Y por último, que pida perdón a los reguetoneros, ¡por lo menos ellos son auténticos!


Este artículo apareció originalmente en el blog NDDV. Se reproduce con autorización del autor.

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