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Entrevista

'El compañero que me atiende', una antología inevitable

Una entrevista con Enrique del Risco, que ha sido capaz de reunir en un volumen textos de 56 escritores cubanos sobre la Seguridad del Estado.

Ciego de Ávila

La editorial Hypermedia ha publicado una antología que algunos se preguntarán por qué no se había hecho antes, a pesar de ser tan atrayente y, además, un acto de exorcismo a todas luces necesario para muchos cubanos.

La mejor respuesta quizás sólo podrá hallarse leyendo las mismas páginas de este libro, donde más de cincuenta escritores se refieren a cómo han sido vigilados, perseguidos, en fin, "atendidos" con primor por "el aparato".

Tenemos la primicia de entrevistar a Enrique Del Risco, culpable de la selección, la edición y el prólogo de El compañero que me atiende. Conocido por su sentido del humor y su estilete crítico, empieza metiéndonos en problemas al decirnos, muy seriamente, que son "respuestas literarias de escritores cubanos a la presencia en todas las esferas de la vida cubana de la Seguridad del Estado y las consecuencias que esto acarrea".

Me he convertido en uno más en el índice o menú que él sirve, pero en realidad preparado por otros en la sombra desde mucho antes. De todos modos, seguro que cualquier lector pudiera verse aquí representado, sentirse aludido, y de hecho citado para explicar dónde estaba, con quién y pensando en qué, a la hora que se cometieron tales textos.

¿Por qué hacer esta selección ahora?

Todo, en principio, fue muy casual. En una visita a principios de años de un viejo compinche mío, el escritor Francisco García González, me contó que estaba escribiendo sobre sus encontronazos con la Seguridad del Estado. De ahí pasamos a imaginar un libro en que los escritores cubanos se decidieran a contar sus experiencias con los oficiales de la Seguridad del Estado. De hecho, recordé que mucho tiempo atrás el poeta Manuel Sosa había contado algo parecido en su blog e intuí que el tema no solo nos interesaba a Francisco y a mí.

También me leí en esos días La casa y la isla, una novela que acababa de sacar Ronaldo Menéndez recorrida por el fenómeno de la delación. Entre Francisco y yo ese ejercicio de imaginar libros que no existen puede terminar por convertirse en algo real como "Leve Historia de Cuba", un relato ficcional de la historia cubana que escribimos a cuatro manos hace más de 20 años. Pero las más de las veces termina en la más perfecta nada. Esta vez sin embargo pensé que era una idea que merecía ser llevada a cabo.

Se la propuse a la editorial Hypermedia para que la hicieran ellos porque ya bastante ocupado ando con mis propios libros. Y resultó que les interesaba, pero no tenían a nadie dispuesto a hacerlo. Así que me decidí a armarlo yo mismo. Se lo propuse a un grupo de escritores que pensé que les podía interesar: la respuesta fue tan efusiva que tal parecía que hacía tiempo que estaban esperando una oportunidad para ponerse a escribir sobre el tema. Porque muchos me enviaron textos que ya tenían escritos, pero otros aprovecharon la oportunidad para traducir ciertas experiencias al lenguaje de la ficción o al de la memoria escrita. O sea, que fue una feliz confluencia de idea, oportunidad y necesidad colectiva de exorcizar viejos demonios.

¿Por qué el título, tan sugerente?

Cuando empecé a usarlo en mi correspondencia con los autores me di cuenta que me ayudaba a establecer una comunicación y una complicidad inmediata con ellos: mencionaba la frase y ya no tenía que explicarme mucho.

"El compañero que me atiende" es por supuesto un eufemismo oficial en Cuba para no tener que decir "el policía secreto que me vigila". Pero justo usar ese eufemismo me ayudaba a establecer el tono de mi propuesta. No quería que fuera un libro victimista, que ya hay bastantes de esos y no sin razón. Ni siquiera quería enfocarme en los casos extremos de represión a ciertos escritores. Lo que refleja ese título y buena parte de los textos es esa vigilancia, intimidación, control y represión como forma cotidiana de la existencia. Como reflejo condicionado a la hora de escribir o vivir.

En mi opinión lo que define al totalitarismo no es ni la violencia (como creía Hannah Arendt) ni los campos de concentración. Lo que lo define es ese acto reflejo de bajar la voz y mirar a los lados cuando se tocan ciertos temas, estar tan acostumbrado a la represión que empiezas tú mismo a usar esos eufemismos oficiales. Como para que se haga más soportable la humillación continua de vivir en esa situación.

¿Qué podrán hallar aquí los lectores que satisfaga su curiosidad por los datos ocultos, su imaginación o su morbo?

De todo. Una de las virtudes de esta antología radica en su variedad, la diversidad de esas circunstancias unida a lo diverso de las respuestas de los propios escritores. Y luego está ese gran defecto de los escritores que es su vanidad, pero que para la literatura resulta una virtud: les hace decir cosas que un ser humano común y corriente preferiría callar.

¿Qué opinas de la predominante visión arqueológica sobre la censura en Cuba y su reducción al periodo del llamado "quinquenio gris"?

No sé cómo consiguen ver la censura en Cuba como un asunto del pasado. Con tantos ejemplos que se repiten una y otra vez. El principio de "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada" es terriblemente represivo y a ese principio no se ha renunciado ni un minuto desde agosto de 1961.

Supongo que en esa visión arqueológica tenga que ver que muchos de los censurados de ayer sean parte de la cultura (entiéndase también censura) oficial. En ese sentido, el de la censura, el régimen cubano actual resulta una especie de totalitarismo ilustrado. Los encargados de lidiar con los artistas y escritores ya no son los militarotes de antaño: los Papito Serguera, los Pavones, los Quesadas. Ahora son una mezcla de funcionarios con estudios universitarios con intelectuales graduados en diferentes niveles de censura, incluida la censura en carne propia.

Esos últimos resultan a la larga los más efectivos. Son los que les dirán a los jóvenes creadores: "Eres muy atrevido porque eso en mi época no se podía decir". Y todos tan contentos. Los jóvenes porque les satisface su audacia y los viejos porque sienten que de alguna manera han contribuido a esa "evolución".

No conozco antecedentes de una antología similar, ni en el exilio. Aunque hay historias de vida muy bien documentadas, como Informe contra mí mismo, de Eliseo Alberto Diego. Se han hecho antologías de las becas, de los trenes, de cualquier cosa, pero parece increíble que faltara la de los omnipresentes "segurosos". ¿A qué crees que se deba ese silencio? ¿Existiría una sutil raya roja que tú estás cruzando ahora?

Las razones son bastante obvias. El régimen cubano restringe las libertades políticas y económicas de sus ciudadanos más que cualquier otro en la actualidad, a excepción de la hermana república de Corea del Norte. Y encima, no le gusta que se lo digan. No está preparado para lidiar con una evidencia tan elemental.

Se lo dices y, en vez de cambiar, te amenaza: el Poder quiere que le digas lo hermoso que es o, en su defecto, te dediques a hablar de otra cosa. Los regímenes así son narcisistas por naturaleza. Y pretenden que los intelectuales sean su espejo mágico y confirmen la idea que el Poder tiene de sí mismo. Pero los escritores, incluso en Cuba han demostrado ser, a pesar de todo, una especie bastante resistente.

De hecho, algunos textos de la antología (no muchos, la verdad) aparecieron antes publicados por editoriales cubanas. La diferencia estriba en que esos gritos que se pierden en el escándalo continuo que es la realidad cubana al ser reunidos en la antología ofrecen un contexto esencial para entender esa realidad. La represión es el elefante en la habitación que nadie quiere mencionar, al que le damos un rodeo de camino a la cocina. Pues El compañero que me atiende es un libro sobre el elefante y lo que significa tenerlo metido en tu casa.

¿Encontraste receptividad en todos los autores a que pediste colaborar? 

Mucha más de la que esperaba. Fue esa receptividad la que me animó a llevar a cabo el trabajo agotador de buscar, seleccionar, revisar y editar más de 600 páginas de manuscritos. Y supongo que fue porque vieron la oportunidad de contar historias que tenían entre pecho y espalda desde hacía mucho tiempo.

De las decenas de escritores que invité solo dos se negaron en redondo, algo que en esos casos concretos no me sorprendió para nada. Luego hubo otros que se mostraron muy entusiasmados, pero me dijeron que por falta de tiempo o por compromisos que debían atender no podían participar y me consta que era así.

¿Cómo ordenaste la selección? ¿Qué periodos abarca?

Está organizada más o menos cronológicamente y dividida en cuatro partes. Y cuando digo cronológicamente no me refiero a la edad de los autores sino a la época en que ocurren los hechos a que se refieren, sean reales o ficticios.

La primera parte corresponde al período que va de 1959, la segunda a la década del 80, la tercera a los 90 y la última del 2000 en adelante. No se trata de ninguna preferencia por los números redondos, pero tras leer los textos uno percibe cómo cambia la actitud del "compañero" hacia sus "atendidos" de acuerdo con la época.

En los primeros 20 años del régimen la represión era más directa: se trataba de meter en cintura a una sociedad capitalista, con valores más o menos liberales, con ciertas nociones de lo que era una democracia representativa, etcétera, y someterla a la nueva disciplina. Luego 1980 se convierte en un parteaguas: que en cuestión de horas entraran casi 11.000 personas en la embajada del Perú en La Habana con solo retirar la custodia, y que en unos meses el 1,4% del país se les fuera por el Mariel, debió alertarlos. Hacerlos pensar que el sistema de vigilancia y represión debía refinarse, prevenir los conflictos antes de que estallaran.

Con la caída del Muro de Berlín en 1989 y el comienzo del Periodo Especial, con la crisis atroz que trajo, se pasó a una situación totalmente distinta, con una "atención" menos ideológica, más pragmática. Y eso a su vez cambia con la llegada del chavismo al poder en Venezuela en 1999 y las grandes movilizaciones pidiendo la devolución del balserito Elián González a principios del año siguiente. Y cada uno de esos grandes cambios se reflejan en reajustes en las relaciones del Poder con los escritores. Creo que todo eso aparece directa o indirectamente en el libro. El libro final anda por las 480 páginas.

¿Hay autores de las dos "orillas"?

Hay autores de todo tipo de orillas. Y de monte adentro también. La única condición que puse es que fueran cubanos y estuvieran vivos. Con los muertos se podría hacer otra antología fenomenal, pero ya eso sería otra historia en la que habría que lidiar con herederos, albaceas, abogados, etc.

En la antología hay miembros de las generaciones y grupos más importantes de los últimos 40 años: de la generación de Mariel, del grupo El Establo, de Diápora(s), de los Seis del Ochenta, de los que alguna vez llamaron Novísimos, de la Generación Cero. Son 56 autores en total.

Allí están Antonio José Ponte, Manuel Díaz Martínez, Rolando Sánchez Mejías, Karla Suárez, Ronaldo Menéndez, Legna Rodríguez Iglesias, Carlos Alberto Aguilera, Damaris Calderón, Atilio Caballero, Jorge Enrique Lage, Idalia Morejón Arnaiz, Norge Espinosa, Mabel Cuesta, Odette Alonso, Abel Fernández Larrea, Joel Cano, Ernesto Santana, Manuel Sosa, Amir Valle, Yoss, Orlando Luis Pardo Lazo, María Elena Hernández, Jorge Ángel Pérez, Néstor Díaz de Villegas, Ahmel Echevarría, Gleyvis Coro Montanet, Rafael Almanza, Jorge Ferrer, Raúl Flores Iriarte, Roberto Uría y María Elena Cruz Varela, hasta llegar a 56.

Entre ellos hay unos cuantos premios David, de la Crítica, Cirilo Villaverde de Novela y de todo tipo de galardones internacionales.

Viviendo entre potenciales agentes encubiertos, muchas veces las apariencias engañan, la realidad parece ficción, y viceversa. ¿Te propusiste reunir solo literatura, no memorias? ¿Acaso los lectores tendrán pistas de cuándo son hechos reales y cuándo ficticios, o de los vasos comunicantes que los unen?

Una de las principales virtudes de la antología es, además de la calidad intrínseca de sus textos, la variedad. Hay de todo: cuentos, poesía, teatro, memorias, crónicas, ensayos, incursiones en la literatura fantástica, el humor, en la ciencia ficción.

Un Estado policial como el cubano es, por naturaleza, bastante paranoico y tiende a crear entre los perseguidores y los perseguidos una seria confusión en los límites entre lo real y lo ficticio. De ahí que tuviera el cuidado adicional de ignorar las convenciones tradicionales entre la ficción y la no ficción.

A casi todos los relatos, ficticios o no, los trato simplemente como "textos". Si se me permite la frivolidad debo recordar que un Estado totalitario tiene como una de sus principales tareas imponer ciertas ficciones. Y la fundamental de estas es la ficción de que el Poder cuenta con el apoyo del 100% de la población. A excepción, si acaso, de un grupúsculo de mercenarios al servicio del enemigo. Pero para hacer creíble esa ficción se necesita crear una realidad, la de la vigilancia a escala masiva. Y esa vigilancia masiva crea a su vez otra ficción, la de la paranoia. No solo el reflejo paranoico de que todos estamos bajo vigilancia todo el tiempo y cualquiera puede ser informante, sino hasta de que todo lo que ocurre —incluso acontecimientos que obviamente contradicen ese Poder— es porque el Poder lo ha decidido así.

Sería entonces muy pretencioso de mi parte pretender establecer límites entre la ficción y la no ficción en un libro así. De manera que prefiero dejar al buen entender del lector cómo leer cada texto, qué relación establecer con estos.

¿Qué le puede revelar la antología El compañero que me atiende a un público internacional, y también al cubano?

Te confieso que al crear esta antología no andaba pensando mucho en un público internacional. Entender cualquier fenómeno siempre requiere grandes dosis de voluntad. El acercamiento de Obama generó mucha atención sobre Cuba pero muy poca comprensión. Ahora Cuba vuelve a ser ese lugar ignoto, pintoresco y distante que a casi nadie le interesa. Pero ¡qué comprensión uno puede esperar de los extranjeros si nosotros mismos no acabamos de entender lo que nos ha pasado!

Casi siempre que tropiezo con un cubano joven, recién salido de la Isla, independientemente de su talento, su educación, o sus buenos deseos por informarse, lo que me encuentro es una memoria histórica repleta de vacíos o de lugares comunes y muy poca información concreta. Con frecuencia saben más de lo que está pasando en EEUU que en Cuba. Da igual que se trate del siglo XIX como de 20 años atrás o hace diez días. Lo que intenta un libro como este es rellenar esos vacíos. No ya sobre lo que ocurrió hace un siglo sino hace 20 años. O ayer mismo.

Cuba ya no es un país de poca memoria, como decía Aldo Baroni. Es un país con un alzhéimer galopante. Lo que este libro ofrece, a propios y extraños cómo han funcionado ciertos mecanismos de control e intimidación durante décadas, sin descanso. Mecanismos que explican cómo funciona la realidad que existe por debajo de las apariencias, de los desfiles de un millón de personas, de esos escritores que van repitiendo como papagayos los "logros de la Revolución".

El compañero que me atiende puede interesarle a un extranjero en la medida en que su realidad se empiece a torcer en alguna dirección totalitaria, y servirle de advertencia de cómo se llega a ese punto de no retorno. Porque lo cierto es que ninguna sociedad moderna está libre de la pulsión totalitaria. Pero mientras no llegue ese momento le parecerá literatura fantástica que es otra manera, mucho más distanciada, de leer este libro. Pero el que quiera escuchar, cubano o no, encontrará material de sobra para hacerse una idea de cómo se domestica a un pueblo.

Sin duda los "compañeros" han incentivando una tradición de fingimiento, neurosis y delirio de persecución que aumenta el nivel de subjetividad, barroquismo y "metatranca" de la literatura cubana. ¿Crees que quedarán contentos con esta especie de reconocimiento a su "aporte"? Por otro lado, la investigación te habrá permitido llegar a algunas conclusiones generales y hacer quizás algunos descubrimientos, ¿es así?

No sé cómo reaccionarán los "compañeros" cuando se lean en esas páginas. Es el público en el que menos he pensado.

Encontrarán, me temo, mucho desprecio, mucho rencor, mucha guapería retroactiva por parte de escritores que pretendieron tener bajo control. Y también en algunos casos hasta compasión, intentos de verlos, pese a todo, como seres humanos. Seres a los que se les amputó lo mejor de sí para que pudieran llevar a cabo la función penosa que cumplieron. Pero el mayor descubrimiento al que me ha llevado esta antología no se relaciona con los segurosos, sino con mis colegas.

La respuesta masiva de parte de los escritores al proyecto fue el gran hallazgo. Me mandaban sus manuscritos sin preguntar por los honorarios. Esa entrega, esa confianza, ese desinterés después de tantos años viviendo en la desconfianza y el recelo, ha sido el hallazgo más valioso. El más estimulante. Y la capacidad de cada uno de esos escritores de ser honesto con la propia realidad en que le tocó vivir y, encima, hacer literatura con ello.


Una versión más extensa de esta entrevista apareció en la revista digital Árbol invertido.

La antología El compañero que me atiende puede adquirirse en Amazon. El primero de una serie de lanzamientos en distintas ciudades está previsto para el próximo 2 de noviembre, a las 7:30 pm, en la librería Altamira (219 Miracle Mile, Coral Gables). Han confirmado su presencia los autores Jose Fernández Pequeño, Legna Rodríguez Iglesias, Luis Felipe Rojas, Roberto Uría y Enrique Del Risco.

 

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