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Censura

Cómo aplastan la música en Alamar

Allí donde germinan los gestos contraculturales, son arrasados por una política oficial.

La Habana

Con un simposio celebrado el pasado agosto, esta vez fusionado con la Jornada de Hip Hop, la Agencia Cubana de Rap sostiene que el género no ha muerto en Cuba.

La edición fue dedicada al artista norteamericano Harry Belafonte, quien saludó a los cubanos desde un video concebido para la ocasión. El famoso cantante y actor ya había mostrado su simpatía a la causa a finales de los años 90, cuando el Festival de Rap Cubano abarrotaba el Anfiteatro de Alamar, y esta localidad olvidada se creaba su propia identidad. Abortado su cuestionable proyecto urbanístico y en medio de la desidia nacional pasó a ser llamada "la Ciudad del Rap".

Para honrar el mítico pasado, el certamen incluyó un homenaje a los coordinadores del evento desaparecido: Rodolfo Rensoli y Balesy Rivero. El gesto debe bastar para cicatrizar remanentes de heridas e iniciar una conciliación. Para tender un puente más entre la maltrecha alternatividad artística y el emporio institucional.

Quién duda que es posible tener un encuentro anual y un programa de raperos del patio con un discurso de crítica moderada e invitados extranjeros que sucumben al espejismo de una solidaria comunidad hip hop y un Estado que la ampara.

Qué importa si el simposio se realiza año tras año en entidades del Vedado, donde ya hay tantas opciones de recreación. La periferia no merece el esplendor de una cultura, ni siquiera la propia.

Qué importa si Alamar perdió aquel festival y todos sus derivados:

  • la Capital de la Moña (iniciativa de rescate en el viejo anfiteatro, que despertó grandes esperanzas).
  • la Peña de Rap "Los chícharos no se ablandan", que empezó en la Casa de la Cultura y resistió desesperadamente a la censura realizándose en una casa particular.
  • los conciertos de rap en Garaje 19, que desbordaban el local de Fito y Mirita en la zona 19 y también fueron prohibidos.
  • la revista Misceláneo Hip Hop, proyecto que esta misma pareja emprendió con gran entusiasmo y naufragó entre negativas, exclusiones, paranoia, exilio.

Qué importa si "Alamar es el sitio", como dijo Ángel Escobar, donde germina la contracultura como un mal congénito. Lo que nace silvestre se desmocha o se arranca de raíz.

Como extensión de la vieja política de ignorar y/o editar la historia, el reconocimiento a Rensoli y Balesy omitió que la propia Agencia y el simposio recientemente celebrado se alzaron sobre las cenizas del festival nombrado.

Que institución y evento representan el canje implícito en 2001, cuando el funcionario Alpidio Alonso "tomó" el festival bajo el auspicio de la Asociación Hermanos Saíz, supuestamente para continuarlo, no para extirparlo.

Fue la prótesis que reemplazaba y frenaba los riesgos del movimiento natural. Tal como Verano en Jibacoa ha intentado suplir al festival de música alternativa Rotilla, después de prohibirlo y secuestrarlo en 2010.

La estrategia es vieja, casi burda: divide y vencerás. Promete e incumple. Entierra y olvida. Se alimenta del ingénito egoísmo humano. El disenso, la dignidad y hasta la nostalgia se barren con el empuje de los acontecimientos permitidos. El presente tiene un gran poder de sugestión. Después de todo, ¿quién duda que el pasado es relativo?

Los funcionarios del hip hop ahora, no son los de entonces, pero con todas sus buenas intenciones, responden a la misma política. Mientras más entusiastas, más frágiles. No conocen los filos de las libertades que tramitan.

También a los raperos críticos con el Festival de Rap se le otorgaron viajes al extranjero, se le dieron cargos en una institución que supuestamente respondía a los intereses del movimiento y no del Gobierno cubano.

También los proyectos culturales que emergieron con gran fuerza a mediados de los 80 (Paideia, Castillo de la Fuerza, Arte Calle), aspiraban ingenuamente a negociar la autonomía del arte con el Estado revolucionario.

La forma en que ha sido tratado el hip hop demuestra que no hay intención oficial de desarrollarlo sino de controlarlo, no importa si en el proceso de ortopedia, se estrangula.

Los escépticos que acopien estadísticas:

En Alamar nunca más ha fructificado una fiesta hip hop, tenga el nombre que tenga. Su anfiteatro en la costa, cuna de vibrantes conciertos de rock y de rap, fue al fin reparado primorosamente y se estrenó como sede de un festival de boleros.

El festival Puños Arriba, producido por Matraka Producciones, que premiaba la discografía independiente de hip hop y había colmado el cine teatro América con un espectáculo de alto calibre, tuvo que luchar la siguiente edición en 2013 con una protesta organizada de productores y raperos frente al Instituto Cubano de la Música. La última edición se hizo en 2014 en una casa particular para evitar la intervención oficial.

Los raperos de verbo más acerbo son privados de su membresía en la Agencia con pretextos burocráticos. Sus conciertos son estorbados con aplazamientos, traslados de sedes o prohibiciones explícitas.

El rapero Raudel Collazo (Escuadrón Patriota), fue detenido cuando intentaba dar un concierto independiente en agosto, en Camagüey. El evento, que debía incluir a otros artistas underground como Malcoms Rebeld de Ondalivre, Omar Mena "El Analista", David D'OMNI, DJ Reymel, Keren Kmanwey, y el proyecto Com+unity, fue cancelado.

Es preciso aprender del pasado antes de invocarlo para un homenaje. No el hip hop, sino toda expresión contracultural de turno es enfocada en Cuba por la torva mirada del PCC que se camufla en grises (tristes) ministerios, como fenómenos potencialmente subversivos.

Pero cada generación sucumbe a la ilusión de que su papel es el más auténtico, el decisivo, el que sí producirá el cambio sostenido. Los de antes no lo hicieron porque no supieron, no quisieron. O el muro con que chocaron, si llegó a existir, ya no existe.

No saben que es el mismo muro de la "parametración" de los 70, omnipenetrante y omniabarcante. Reemplaza la realidad por versiones que se mezclan y deforman en las arenas del tiempo.

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