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Obituario

Un poeta feroz

Juan Carlos Flores dio su voz a los más desvalidos y no aceptó casi nada de nadie.

Madrid

Uno de los más valiosos y radicales poetas contemporáneos ha concluido su obra. Ha colgado la pluma colgando su cuerpo por el balcón de su casi vacío apartamento en Alamar, ese barrio construido para "el hombre nuevo" al este de La Habana. Ese lugar donde lo que más crece es la desesperanza, solo atenuada por la lucha por la supervivencia.

En Juanca, la primera se transformó en ira y la segunda en un combate sin tregua, a muerte. No por la supervivencia, sino frente a todo lo que atenta contra la dignidad humana, a la mezquindad que asfixia la libertad, a la estupidez que aplasta a la inteligencia. 

En 2006 realizó una de sus obras más experimentales y audaces: Vegas Town. Siendo consejero cultural y de cooperación de la embajada de España en Cuba, tuve el privilegio de colaborar con él en este proyecto de poesía antropológica.

Juanca decidió desplazarse desde la marginalidad urbana a una de tantas localidades del sur de provincia Habana, donde malviven los olvidados del campo. Pasó varias temporadas conviviendo con ellos, hasta convertirse en la voz de esos sin voz. Me contaba cómo hizo allí amigos, sobre todo entre los más jóvenes, con quienes siempre disfrutó practicando algún deporte; cómo se convirtió en uno más de la comunidad. Y escuchándoles desde su hipersensibilidad, la indignación y el dolor se destilaron en poesía.

El resultado fue la publicación de un CD extraordinario, donde su voz aparece enredada en los sonidos y ruidos de Vegas, y que merece estar, completo, en toda antología de poesía cubana contemporánea.

En junio de 2015 vi a Juanca por última vez, en su piso de Alamar. Fueron unas horas impresionantes. Desplegó para mí su poesía, en forma de conversación, de actitud ante el mundo.

Citó a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, por sus versos insuperables. En estos últimos años se había alejado de muchos amigos, sobre todo de los que se encontraban próximos a él. Su orgullo, intacto; su seguridad, total; su independencia, a cualquier precio; su libertad, incorruptible. 

Desde la fachada de un bloque idéntico a decenas de otros, Juanca expuso su última obra. Su obra permanece, y seguirá siendo necesaria. Pero quienes lo admiramos lo hacemos también por su valentía y por una rara generosidad: dio su voz a los más desvalidos y no aceptó casi nada de nadie.


 Alberto Virella es embajador de España en Senegal.

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