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Historia

La quinta casa de Dulce María Loynaz

El autor responde a un artículo de Alejandro González Acosta sobre detalles biográficos de la Premio Cervantes de Literatura.

La Habana

En días pasados este diario publicó un excelente artículo del académico Alejandro González Acosta —"Cuatro casas de Dulce María Loynaz"—, donde muy amablemente hizo algunas rectificaciones a un trabajo de mi autoría publicado en este mismo portal: "El jardín perdido de Dulce María". Gesto que agradezco con humildad, pues ambos admiramos a la Premio Cervantes.

Rectificar es de sabios y, más aún si Dulce María Loynaz forma parte de la polémica. González Acosta, con mucha más experiencia que yo en los avatares periodísticos, conoce el stress a que estamos sometidos para investigar  y comunicar lo ignoto. Hacer periodismo no es reproducir lo que todos conocen, a los lectores tenemos alimentarlos con revelaciones.

Sin embargo, también quiero informarle a González Acosta, reciprocando su amabilidad y buenas intenciones, que Dulce María Loynaz fue propietaria de una casa,  la quinta de la serie, no mencionada en su encomiable trabajo, en la calle 14, número 6, entre Calzada y Línea, en El Vedado.

Dicho inmueble fue construido para que Dulce María lo ocupara con su primer esposo Enrique de Quesada y Loynaz, pero nunca la habitó, porque fue vendida a Guillermo del Monte y Varona, hijo de Domingo del Monte.  Posteriormente, la casa fue  adquirida por su yerno, el doctor Ramón de la Cruz, esposo de Margot del Monte.

En el texto de la página 2, escritura 11 del año 1937, ante el doctor Juan Antonio Hernández Corujo, se alega que la señorita María de las Mercedes Loynaz Muñoz (Dulce María) adquirió una parcela de 452 metros cuadrados para edificar la citada casa.

Aclaración, no réplica

Con la venía de González Acosta quisiera retornar a las imprecisiones señaladas en "Cuatro casa de Dulce María Loynaz".

Escogí el número 1105 de la calle Calzada para comenzar la historia porque este pórtico conduce directamente a la Casa de los Cristales, la génesis del conjunto inmobiliario de la mansión de los Loynaz.

Después la familia adquirió los predios de la Casa del Alemán, un hotel nombrado así, por la nacionalidad del dueño, que según consta también en el documento hipotecario fechado en 1937 en el bufete del doctor José Antonio Hernández Corujo, era el número 140 de la avenida Wilson, entre las calles 14 y 16, de la barriada del Carmelo, en El Vedado. Hoy tiene el número 1104 de la calle Línea o Novena.

La nave con techumbre de dos aguas nunca fue habitada por los Loynaz —según testimonios de la servidumbre—. En una narración del doctor Eusebio Leal aparecida en la revista Opus Habana, la abuela materna de los Loynaz compró los terrenos a sobreprecio cuando Dulce María rompió a llorar desconsoladamente para que no talaran un árbol.  Sin embargo, otras versiones indican, que fue por una perreta de Carlos Manuel porque "en el árbol vivía una lagartija que él quería mucho". 

El framboyán, que ya murió, fue suplantado por otro, que pervive adosado al muro perimetral por la calle 14, según testimonios de Genaro, el fallecido mayordomo de la familia.

Es cierto que los Loynaz Muñoz vivieron en San Rafael y Amistad antes de trasladarse al Vedado. Pero el hecho de que la abuela desembolsara una fuerte suma para satisfacer los caprichos de sus nietos hace suponer que pasaban largas temporadas en los predios de la familia Sañuda. La convivencia de los Loynaz Muñoz con su padre representa un nicho oscuro en la historia.

María de las Mercedes y Carlos Manuel, madre y hermano de Dulce María, residieron hasta sus muertes en el número 1108 de la calle Línea. Hoy es una vivienda que en su nivel superior  alberga una casa culto de los Testigos de Jehová. Este inmueble es el más moderno del conjunto.

Sobre Helga, una amiga en común

En su casa del reparto Altahabana almorzábamos Helga, su esposo Mayito y yo, cuando abordamos el tema de la compraventa de la finca Santa Bárbara, que por cierto surgió espontáneamente a causa de una lámpara que Helga atesoraba con mucho interés, por ser un regalo de Dulce María.

Según Helga,  en su presencia Dulce Maria "planchó" a Chomy (Miyar Barruecos), secretario de Fidel Castro, cuando este le llamó por teléfono y ella respondió "que no podía atenderle porque tenía visita".  

Acorde al testimonio de Helga, Dulce María intentaba impedir que la finca Santa Bárbara pasara a ser una propiedad del Estado cubano tras la muerte de su hermana Flor, proponiéndole la compra del inmueble a la ejecutiva de Bayer en Cuba. 

Sin embargo, según afirma González Acosta, la escritora había establecido negociaciones con Gabriel García Márquez y Miyar Barruecos para una compraventa que satisfizo las partes involucradas.

El episodio genera las siguientes inquietudes: ¿por qué Helga no estuvo al corriente de esta negociación?  ¿Acaso García Márquez fue el testaferro de Fidel Castro, puesto que su secretario particular (Chomy) participó en el convenio? ¿Cuál fue la cifra de la compraventa que deslumbró tanto a Dulce María, para declinar su empeño de no conceder la propiedad al Estado?

Helga aseveró antes de morir que ella fue amenazada con la expulsión del país si continuaba ayudando económicamente a Dulce María y, a causa de la advertencia, dejó de visitarla. Por tanto, debemos estar conscientes que ante las ambigüedades de los conceptos, surgen las ambigüedades de las informaciones.

Carlos Manuel y Flor Loynaz

González Acosta afirma conocer a Carlos Manuel, por Carlos a secas. Pero la resolución 1585-03, expediente 1878-03 de la Dirección Municipal de la Vivienda, Plaza de la Revolución, firmada en septiembre del 2003 por su director el Lic. Adolfo Valdivia Onega, cita: "Que las referidas numeraciones se encuentran recogidas en la Escritura 115 de Compraventa del 13 de diciembre de 1937 otorgada ante el Dr. Gustavo Ángulo Mendiola, a nombre de María de las Mercedes Concepción Juana Nuñez Sañuda la que falleció el 29 de mayo de 1968 quedando residiendo en la vivienda su hijo Carlos Manuel Loynas [sic] Muñoz que fallece el 18 de agosto de 1977 la que se encuentra en su mayor parte inhabitable-reparable, siendo declarada Monumento Nacional con grado de Protección 1".

La nota confirma que el verdadero nombre es Carlos Manuel, a pesar que el documento muestra las recurrentes faltas ortográficas de la burocracia.

Del mismo modo, Carlos Manuel Loynaz era conocido por "Manolo el loco". Alcohólico y asmático crónico —valga la cacofonía—, pasaba horas y horas sentado en un muro que bordea la calle Línea entre 12 y 14. Tuvo una amante que residía en el edificio multifamiliar identificado con el número 1067 de la misma avenida.

Cuando Flor Loynaz visitaba a su hermano Carlos Manuel las discusiones eran ruidosas. Unido esto a los tabacos, cañangazos de ron y el desmesurado afecto que ella mostraba por todo el reino animal, hizo que la vecindad le endilgara la imagen de chiflada. Con mucha razón, González Acosta discrepa de ese calificativo, porque la conoció personalmente.

En cuanto a Eusebio Leal

No descarto que, tal como afirma en su artículo González Acosta, Eusebio Leal haya protagonizado un acto heroico, al impedir que las turbas de repudio  agredieran a Dulce María Loynaz, durante el éxodo del Mariel en 1980. Pero también debemos reconocer que Leal es un personero del régimen, que tuvo la sapiencia de valorar las consecuencias mediáticas de un posible ataque a Dulce María, ya reconocida a nivel internacional como una personalidad de las letras.

Coincido con el calificativo de "insulto a la memoria histórica" con que González Acosta califica el abandono de la casa señorial de los Loynaz. Pero voy más allá, inculpo al en ello a Eusebio Leal. 

La Oficina del Historiador de la Ciudad dirigida por él ha sido un antro de corrupción donde se malversa impunemente, con la complicidad de fiscales, jueces, militares e instituciones del Estado, encabezada por la Contraloría General de la República. Si es posible levantar una cervecería sobre las aguas de la bahía de La Habana, también los problemas constructivos y habitacionales de la casa de los Loynaz, declarada Monumento Nacional, pudieron tener solución. Resulta inexplicable que a la glamurosa aristócrata Lady Di se le dedicara un jardín en el Centro Histórico y a Dulce María ni siquiera un parterre, evidenciándose el interés por borrar su memoria.

Por su linaje burgués, Dulce María Loynaz sufrió los embates del régimen, pero lo resistió con estoicismo, sin abandonar su patria, ni venderse por distinciones y reconocimientos. Dulce María Loynaz es un símbolo, y Alejandro González Acosta ha cargado con la comprometida responsabilidad de narrarnos su vida. Le deseo éxitos y procuraré leer su libro. Estoy ansioso por hacerlo.

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