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Sociedad civil

'Artivismo' y disidencia, la performance infinita

Tania Bruguera en Estado de Sats. Una reseña.

La Habana

Estado de Sats, decidido a recuperar sus habituales espacios culturales, abrió nuevamente El CaféSatso, donde al abrigo del aromático brebaje —sin sucedáneos—, se presentan poetas y escritores que dialogan con el público, además de exponer sus obras más recientes.

Ahora, tras los poetas Rafael Alcides y Juan Carlos Flores, por primera vez fueron invitadas las artes visuales: Tania Bruguera, la controvertida creadora del Susurro de Tatlin y de la ¿frustrada? performance en la Plaza de la Revolución el 30 de diciembre de 2014, acudía a la cita para explicar/mostrar el poder del artista al cambiar el sentido de las cosas que creemos "naturales": cómo el instrumento de esa operación decisiva, lo continuo de su gesto performático, depende de la percepción.

Asumir "a cielo abierto" la idea de su estética y de sus variadas técnicas ante un público de profesionales, sí, pero también de amas de casa, Damas de Blanco, plomeros activistas, fotógrafos y periodistas comprometidos, donde la ausencia de los artistas plásticos —muchos de sus antiguos compañeros del Instituto Superior de Arte— se hacía evidente, aparentaba constituir todo un desafío para la artivista del movimiento Ocuppy Wall Street, la creadora de Arte (de) Conducta, la inspiradora de tantas intervenciones públicas. Aparentemente.

Pertenencias e im-pertenencias

Lo primero, ¿qué es una performance? ¿Qué es el artivismo? ¿Cómo responde el artista a su entorno social?

Lo simbólico, lo alegórico, lo metafórico, el uso, la mención y los niveles de sentido fueron abordados por Bruguera en un toma y daca de inédito ejercicio artístico donde la razón, cuya función es separar, distinguir, oponer, se plegaba ante la genuina participación de todos, entendiéndose en un mismo lenguaje: refundar Cuba.

Así, estuvimos ante dos lenguajes activos —el de Bruguera, la artista, y el del otro cultural—, casados en un mismo enunciado, en una misma imagen. Con un toque liberador ligero e inteligente se acudía a una categoría crítica muy fuerte: el extrañamiento. Es decir, la unión de dos lenguajes, dos referentes culturales que normalmente están separados. La Bruguera no cesa de quitarle a los signos culturales convencionales su arraigo, ¿su patria? Nos los devuelve a la vez reconocibles y extraños. No destruye la cultura (¿quién puede?), sino la subvierte.

Cambiar el nivel de percepción es revelar como se deshacen y rehacen identidades. Así, a la delicadeza e inteligencia de Tania Bruguera se sumaba Amaury Pacheco, de Omni Zona Franca, con la presencia poética y performática. Los OMNI, que surgieron de la acción más que del concepto, se unieron a la cátedra de Arte-Conducta en su momento y ambos movimientos estrecharon lazos de aprendizaje mutuo. Esta vez, Pacheco trajo sus videos de performances callejeros y se presentaron a la par de los de Bruguera. Y ya fue cosa de conmover ese duelo noble de formas, maneras y polisemia de energías.

Mirada interior

¿Cuáles son los temas a los que vuelve con frecuencia Tania Bruguera? A las plazas públicas, a las multitudes, a los detalles de la fragilidad del uso y del consumo. "En La torre Eiffel, Roland Barthes dice que para denunciar los estragos de la burocracia en el nuevo Estado soviético, Eisenstein muestra una mesa cubierta de papeles y una mano que firma, rubrica, acuña sin descanso. El cuño es el símbolo absoluto de la burocracia (…) Acuñar una firma es, en cierto modo, echar el cerrojo al individuo".

En su estado de excepción, la artista es una contemporánea absoluta de lo humano, lo urbano, alguien para quien el mundo siempre está presente. Y la crítica que hace de este mundo se basa en un alerta incesante, en una complicidad vigilante. Su obra, por clara, es muy cercana. Siempre un paso adelante, ni completa ni termina, siempre es un texto al que acudir, de lectura en lectura en performance aplazado, infinito. La verdad de su obra, lo continuo de su gesto no está en lo que representa, sino en la manera que esta representación se conduce y afirma. Artificio didáctico, estudio que permite aumentar con excesos detalles sin el temblor ordinario del esbozo.

Tania Bruguera defiende el derecho del artista a disentir, a ser protegido precisamente en su disentir. Desmenuza ante el público, un tanto receloso, mecanismos legales de defensa que pronunció nada menos que en la sede de la ONU. Una cubana vestida de manifiestos, venida de la Ciudad del Vaticano, de Nueva York, donde en alguna galería, al mismo tiempo de esta sesión del CaféSatso en La Habana, se recreaba una vez más El Susurro de Tatlin #6, obra que recientemente ha comprado el Museo de arte moderno Guggenheim.

Hay que rescatar el espacio público, nos dice, romper con la institucionalidad, ir desnudos con nada más que la verdad, tanto a favor como en contra, nos dice ahora una Bruguera casi prestidigitadora, y el aire cambia, opta por una dirección transformadora.

El problema de la identidad es quizás el centro de la obra performática de Bruguera, quien afronta los espectros de la subjetividad moderna —cansancio ideológico, mala conciencia social (analfabetismo ciudadano), el atractivo y repugnancia del arte fácil, ornamental, mercantil— con plena responsabilidad cívica.

Saludemos, salvemos, la firmeza, la insistencia de su mirada.

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