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Artes plásticas

Flavio Garciandía… (si tuviera dinero, le compraba un cuadro)

Una mirada a la exposición 'Quisiera ser Wifredo Lam... (pero no se va a poder)'.

La Habana

Llevaba tres días lloviendo, pero escampó al abrir la exposición. Así es la meteorología. Después volvió a llover. Flavio Garciandía, uno de nuestros mejores pintores vivos, propone desde el 21 de noviembre en La Habana la exposición antológica Quisiera ser Wifredo Lam... (pero no se va a poder).

Las piezas son más de 50, casi todas provenientes del autor y del Museo Nacional de Bellas Artes (que, para sorpresa nuestra, sí posee una amplia colección de su obra, aunque no la enseñe). Con ellas, la muestra ha conseguido una representación de cada etapa de la diversa trayectoria de este pintor, esfuerzo que en la artes plásticas —donde hay que lidiar con cada propietario— no es deleznable.

Se presenta desde el conocido fotorrealismo, con "Todo lo que usted necesita es amor",  "Retrato de Zaida" y dos piezas más, hasta su obra reciente. El período kitsch, cuando jugaba con "la chealdad", antes de 1986, está bien defendido con piezas de la serie Refranes y dos entrañables de El síndrome de Marco Polo, aquel Elpidio Valdés vuelto loco por un viaje al extranjero que se expuso en la II Bienal de La Habana.

Uno no sabe qué preferir de este artista que se desenvuelve con igual talento en el lienzo figurativo, el abstracto, o la instalación —hay cuatro originales, por ejemplo, de un expresionismo poco divulgado, fechado en los márgenes de Volumen I, que podría ser la culminación de cualquier carrera.

Por supuesto, para nuestro solaz, también hay un reencuentro con algo de Tropicalia, la famosa serie presentada en el Proyecto Castillo de la Fuerza (1989), cuya interpretación inquietó tanto a los censores con sus hoces y martillos desolados, casi siempre deformes y que son como una imposición en la jungla; los machetes y púas apuntando al ser humano —cuando este aparece—; falos mezclados con los símbolos del comunismo, que a veces son estructuras de metal ajenas y otras tienen un protagonismo que atenuaría sus "problemas ideológicos"; dejándose leer como una puesta en escena a secas de esa iconografía política, y no como una crítica.

Más que erotismo, veo una violencia agreste en esa serie. Pero la ambigüedad es permitida. Más aún en el arte. Más si se trata de una clásica del despertar de los 80,  cuando los artistas (y los críticos) retaron a los censores que hasta el momento habían sometido la Isla a un esquema.

Uno siente nostalgia también de aquellos juegos de ambivalencia ideológica. Ya no son lo mismo. Tengo la impresión de que incluso los censores los agradecen hoy en día.

Del abstraccionismo, en Quisiera ser Wifredo Lam... hay una revisita a los frijoles negros, blancos y colorados, que ilustra bien los divertidos contrastes de Garciandía entre lo cotidiano y el código de lo sublime (y viceversa). Hay una serie de piezas —El cuarto mundo... (el que está entre el tercero y el quinto)— hechas para esta exposición, acompañadas por los ingeniosos títulos que distinguen a Garciandía:  "Breton cruza la aduana en La Habana (sudaba a mares)",  "Asaltan a Breton en La Habana (le robaron tres sueños) II", "La extraña vida sexual de JLB".

Se ha dicho que Flavio Garciandía influyó a una generación a través de su magisterio. Algunos lo llaman, de hecho, "el ideólogo de los 80". Quizás hubo también algo más intangible, y es la sensación de libertad, o de felicidad, que contienen la mayoría de sus obras, que logró compartir, además, con sus alrededores.

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