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Cine

La banda sonora de la revolución

Épica para bien y para mal. El documental 'Hay un grupo que dice', de Lourdes Prieto, cuenta la historia del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

La Habana

Como muchos cubanos de mi generación, crecí escuchando canciones de la Nueva Trova, fundamentalmente de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Sara González. Mi madre prefería la música romántica, y "esa gente solo canta canción protesta", decía. Supongo que tenía razón, pero yo adoraba aquellas canciones; me encantan aún.

Muchos de los temas de esa época fueron compuestos antes de que yo naciera y son creaciones del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GESI), del que formaban parte los cantautores mencionados y artistas como Leo Brouwer, Sergio Vitier, Noel Nicola y otros. La historia de este grupo de creación tan importante dentro de la música de nuestro país es lo que nos cuenta, en 80 minutos, el documental Hay un grupo que dice, de la realizadora Lourdes Prieto.

Para mí ver el film no era solo la oportunidad de conocer sobre el GESI y escuchar algunos de sus temas antológicos, sino además, otro intento de comprender esa época que muchos describen como épica y cuyas imágenes me han despertado siempre una inexplicable nostalgia. Quienes vivieron sus años de juventud en los 60 y los 70 cuentan que en el país había una explosión de creatividad, que todos estaban interesados en la cultura y el arte, que la gente hablaba de poesía. Los escucho con la sensación de haber nacido tarde, de haberme perdido el momento más hermoso de lo que aún, por costumbre o a falta de otro término, llamamos "revolución".

Pienso ahora que esa nostalgia por lo no vivido me la produce la fe de aquellos jóvenes en el porvenir. El filme de Lourdes Prieto arranca con imágenes de aquella efervescencia: adolescentes que trabajan en la agricultura con un entusiasmo que nunca sentí, mientras una voz en off afirma que las escuelas en el campo benefician a los jóvenes desde todos los puntos de vista. Resulta difícil contener una sonrisa irónica al recordar que esas escuelas debieron ser cerradas muy recientemente porque traían más perdidas que ganancias al país. Las imágenes demuestran mi lejanía respecto a esos jóvenes y a la belleza del momento que les tocó vivir. Mientras los trabajos voluntarios en el café, durante el Cordón de La Habana, eran una fiesta para los de entonces, yo solo veo el fracaso de la siembra del café Caturra, la inutilidad de todo aquel sacrificio.

Pero es en ese contexto de utopía —"la utopía nos ayuda a caminar", dice uno de los protagonistas del filme— que nace la Nueva Trova, poco después de que, también en ese contexto, Silvio Rodríguez perdiera su trabajo en el ICRT. Por mucho tiempo, para mí fue una especie de mito que Silvio y Pablo hubiesen estado prohibidos en la radio y hasta que fueran enviados a las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Esta última parte no parece ser cierta, pero el filme no escamotea la mediocridad de que fueron víctimas ellos y muchos otros creadores.

"Hay un grupo que dice…", canta un Silvio muy joven, muy delgado. Su canción habla de un grupo que se dedica a difamar y a perjudicar a cualquiera cuya actitud se salga de los límites marcados por la revolución.

Gracias a Haydee Santamaría muchos artistas encontraron refugio en la Casa de las Américas, y luego en el ICAIC, donde se creó el GESI. Sara González cuenta que muchos de los integrantes de entonces no conocían solfeo, armonía, composición. Leo Brouwer, el gran guitarrista y compositor, dedicó una parte importante de su vida al GESI como profesor y como creador.

Mientras había un grupo que decía, parametraba y expulsaba de universidades y centros de trabajo, este otro, el de experimentación sonora, creaba en condiciones muy difíciles, careciendo de equipos modernos de grabación, de algunos instrumentos, e incluso de referentes. "A los Beatles había que escucharlos a escondidas", afirma Sara González.

Es en estas condiciones que nos legaron temas como esa hermosa canción interpretada por Soledad Bravo: "Eso no está muerto, no me lo han matado, ni con la distancia ni con el vil soldado", creada tras el golpe de estado a Salvador Allende en Chile.

Muchas de estas canciones son políticas y compuestas por encargo, como la de de los Comités de Defensa de la Revolución. Cada tarea asignada al pueblo por los líderes, o más bien por el líder, de la revolución, cada momento histórico, cada revés que se intentó convertir en victoria, parece estar acompañado de un tema musical creado por el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Quizás sea contradictorio encontrar hermosas canciones dedicadas a glorificar la beligerancia y el fracaso. Pero son sobre todo canciones compuestas por músicos talentosos, que creían en la revolución. Era la época del estudio, el trabajo y el fusil, como nos muestran las imágenes de Hay un grupo que dice.

Sergio Vitier lo define de la única forma posible: "El Grupo de Experimentación Sonora fue la banda sonora de la revolución". Sus propias palabras entierran en el pasado, involuntariamente supongo, a la revolución, y me hacen preguntarme si queda algo de lo soñado por quienes vivieron su etapa más hermosa, y si fue realmente tan hermosa como creí por mucho tiempo.

Adónde nos llevó esa utopía que, según las palabras de ese entrevistado en el filme, ayuda a caminar. Adónde vamos ahora que la vida se encarece y la equidad es menos que una quimera. Qué puede significar para los jóvenes de veinticinco años o menos, mucho más alejados en el tiempo del triunfo de 1959 y de aquellas primeras décadas, un documental como Hay un grupo que dice. Qué les dice a ellos. Resulta difícil imaginarlos repitiendo las palabras de Silvio Rodríguez, cuando narra la injusticia de que fue víctima en aquel contexto utópico, en la etapa épica de la revolución: "yo sabía que la revolución era más importante que yo mismo". No sé si incluso los jóvenes de aquellas décadas podrían afirmar ahora algo así. En medio de la incertidumbre sobre el futuro, quizás nuestra única certeza sea que este no volverá a ser aquel país, cuya banda sonora fue el GESI.

Para muchos puede hasta resultar alentador que ya se pueda hablar de las barbaridades de aquellos años épicos, aunque sea de forma tal que el Gobierno aparezca totalmente libre de culpa, como si hubiese gobernado desde una urna de cristal.

A pesar de la hipotética inocencia del Gobierno, se deja claro que había mucha represión, pero era "una represión intelectual, aquí nunca hubo ni ha habido represión física". Son las palabras, pronunciadas con absoluta convicción, de un entrevistado. Un entrevistado que no supo, o no quiso saber, de ninguna represión física ni ejecución en aquel entonces; supongo que no ha visto el documental Conducta impropia, de Orlando Jiménez Leal, y no lo culpo, porque es uno de esos materiales que deben circular en forma clandestina. Pero el filme Che, el argentino, se proyectó en nuestras salas cinematográficas durante el Festival de Cine de 2008, y después. Hay una escena en blanco y negro, donde aparece Ernesto Guevara declarando ante periodistas "hemos fusilado y seguiremos fusilando".

Y si estas cosas parecen parte de un pasado erróneo y lejano, hoy hay cubanos y cubanas que sufren represión física, como las Damas de Blanco, opositores y periodistas independientes. Quizás debamos esperar muchos años antes de ver esa otra verdad en pantalla grande.

Al salir del cine, monté en uno de nuestros taxis colectivos, que llevaba mi rumbo. El chofer encendió su reproductor y ahí empezó a sonar lo que parece ser la banda sonora de nuestro momento actual, uno de los tantos omnipresentes temas de reguetón: "Te prendes, me prendo, te vienes, me vengo".

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