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Teatro

¿Recuerda usted a Lily Rentería?

Un día alguien te dice 'fulanito se fue'. En Cuba una se acostumbra a que los rostros de actores y actrices desaparezcan de pantallas y escenarios.

La Habana

 ¿Recuerda usted a Lily Rentería? Es curioso, cuando mi amiga mencionó su nombre días atrás, descubrí dos cosas: primero, que nunca supe su apellido; para mí solo era Lily, una actriz cuya belleza te dejaba sin aire y amenazaba incluso con opacar su talento. Recuerdo sobre todo sus ojos de un color azul casi inverosímil. Estoy casi segura de haberla visto en la portada de una revista que contenía un reportaje sobre ella, titulado Los ojos de Lily.

Segundo, que no había pensado en ella durante… ¿cuánto tiempo? Una se acostumbra a que los rostros de actores y actrices desaparezcan de las pantallas. Un día alguien te cuenta: "fulanito se fue", o "se quedó". Sabes de ellos si de casualidad aparecen en alguno de esos programas que la gente alquila en discos, o por la antena parabólica, si no te la han confiscado, con la correspondiente multa. Internet es la vía más directa para conocer sobre la trayectoria de quienes se van, si una cuenta con acceso a internet. Lo cierto es que no consideré esta posibilidad porque nunca más pensé en Lily. Su rostro pertenece a mis años de infancia y adolescencia. 

Mi amiga mencionó su nombre por Ana en el trópico, de la compañía teatral El Público, dirigida por Carlos Díaz, que estaría en el teatro Trianón durante el 15 Festival de Teatro de La Habana. Quiso la casualidad que yo tuviera una entrada para la obra; o lo quiso más bien mi curiosidad. Justo al comienzo del festival, escuché a muchas personas interesadas en saber dónde y qué días se pondría esa obra. El interés no se debía al hecho de que le valió a su autor, Nilo Cruz, un Premio Pulitzer en 2003, sino a la presencia de actrices que viven fuera de Cuba. Antes de saber que eran Lily Rentería y Mabel Roch, a quien luego recordé en Un hombre de éxito (también estaba Carlos Miguel Caballero, pero a él lo había visto más recientemente en Verde, Verde) decidí sacar entrada para el miércoles 30 de octubre, última noche de Ana… en nuestra capital.

Como en las dos noches previas, afuera del teatro había un montón de gente que intentaba conseguir entrada; había cola para comprar los asientos de quienes a última hora se hubiesen arrepentido de ver la obra. Algunos estaban tan decididos a no perdérsela que la vieron sentados en el suelo. La señora junto a mí estaba contenta de haber conseguido asiento. "Mis hijas no quisieron venir —me contó—, eran muy chiquitas cuando Lily se fue y no la recuerdan".

Mientras esperaba el comienzo de la obra, llegué a preguntarme si no era patético que mi motivación, y quizás la de muchos espectadores para ver la obra, fuera el hecho de ver a Lily Rentería tras veinte años, y no la calidad demostrada de una compañía como El Público. Qué tal si la puesta era una soberana porquería y estaba dejando de ver algo mejor durante el festival. Qué tal si Lily no pasaba de ser una hermosa actriz, y al cabo de los años, ni eso.

Ana en el trópico es la historia de una familia cubana radicada en Tampa, donde son dueños de una tabaquería, para la que contratan a un lector. La obra elegida por él para leer a los tabaqueros es Ana Karenina. Los personajes sobre el escenario padecen la nostalgia del emigrante, común a todos los que han dejado este país y los que aún lo dejan. La obra se desarrolla a finales del siglo XIX o principios del XX, pero bien podría ocurrir en el presente, del que aún forman parte las tabaquerías y los lectores. La trama avanza entre diálogos que sutilmente destilan frustraciones y odios contenidos; lentamente lo que ocurre en escena empieza a parecerse a la novela de la lejana Rusia, elegida por el lector. Lentamente también, los espectadores olvidamos la nostalgia por esas actrices que no hemos visto en veinte años, para dejarnos atrapar por la trama. Las acciones que suceden simultáneamente en escena le confieren dinamismo a la puesta, aunque no evitan que por momentos resulte demasiado larga.

Las actuaciones de Alexis Díaz de Villegas y Eduardo Doimeadiós serían noticia si se hubiesen salido de lo normal: absolutamente convincentes y naturales, como si la actuación fuese el oficio más sencillo del mundo.

Fernando Echevarría y Carlos Miguel Caballero ofrecieron actuaciones dignas y eficaces. Quizás quien más me sorprendió fue Clara González por ser un rostro joven que logró sobresalir.

En cuanto a Lily Rentería y Mabel Roch, si no hubiese sabido quiénes eran, si no hubiese ido al Trianón motivada por la nostalgia y la curiosidad, habría preguntado de dónde salieron esas dos excelentes actrices.

A la salida, quise ver de cerca a Lily Rentería y lo logré tras casi una hora de espera. Es aún una mujer hermosa, lo que no significa inmune al paso del tiempo. No es ya la muchacha esbelta con aspecto de ninfa de Los sobrevivientes, de Gutiérrez Alea; su belleza ya no amenaza con opacar su talento, como demostró con su interpretación en Ana en el trópico. Pero eso había tenido tiempo de probarlo antes de irse de Cuba. Para quienes tuvieron la oportunidad de ver sus desempeños en el teatro antes de emigrar, su desempeño en Ana en el trópico no constituyó una sorpresa.

No sé si, como a Reynaldo Miravalles, la habrán entrevistado para la televisión o algún medio de prensa oficial, pero valdría la pena para conocer sobre su trayectoria a lo largo de estos veinte años, aunque no le pregunten sobre sus motivos para emigrar y las circunstancias en que lo hizo. Alguien me dijo que había manifestado inconformidades con el régimen y luego había existido una campaña en su contra. Cuando una figura conocida desaparece de la vista y solo quedan rumores para explicar su ausencia, surgen las especulaciones y las leyendas, como aquella del deportista que "escapó" disfrazado de mujer. Nunca he sabido si es cierto.

Tampoco sabré por qué se fue Lily. Quizás, solo quiso extender las alas, probar suerte en otros escenarios; o, como muchos compatriotas, como muchos habitantes del "tercer mundo", se marchó en busca de una vida próspera. No me atreví a preguntarle, ni había tiempo. Solo pude saber que este es su primer viaje a Cuba en veinte años; la motivó la posibilidad de trabajar con Carlos Díaz, director de El Público. Cuando ya entraba nuevamente al teatro logré preguntarle si pensaba regresar. Contestó que eso esperaba, sobre la marcha.

También lo espero, y que algún día regresen Maggie Carlés, Albita Rodríguez, Annia Linares y otros, para verlos en nuestro país que es también el suyo, y no a través de una antena ilegal o un programa alquilado en un disco. Pero sobre todo, para que no los olvidemos.

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