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Sociedad

¿Qué tan lectores somos los cubanos?

Los jóvenes leen cada vez menos. Los lectores no encuentran lo que buscan en las librerías. La censura política y la desconexión con el mercado no permiten el aumento de la lectura.

La Habana

Desde hace varios años las autoridades culturales de la Isla organizan lo que han dado en llamar "La Noche de los Libros" o "Lecturas de Verano", una pequeña feria donde se ponen a la venta las más recientes novedades editoriales, se realizan encuentros con escritores e intelectuales y se ofrecen conciertos musicales con artistas del patio, entre otras actividades.

Esta iniciativa tiene como objetivo estimular el hábito de la lectura y ofrecer una modesta opción de esparcimiento. Aunque los organizadores nunca se refieren a ello, uno puede percibir que dicha feria cultural tiene además otra intención no declarada: darle salida a muchas de las obras que cada año se publican en la Isla y que no encuentran compradores.

Pero el fiasco ha sido total en esta última edición porque el Paseo del Prado habanero exhibía escasos puntos de venta y muy poco público. Y, si en fechas anteriores la prensa le dedicaba gran espacio a la celebración de esas jornadas, esta vez el diario Granma se vio obligado a elaborar una escueta reseña en su página cultural y tuvo que poner una redacción muy similar a la del anuncio de la feria.

La celebración de ese evento invita a reflexionar sobre los hábitos de lectura en la población, de lo cual se habla muy poco en los medios de prensa oficiales.

Lo primero a señalar es que en nuestro país no se publican índices de lectura. Al menos hasta el año pasado el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe no poseía datos sobre Cuba. Sin embargo, su director el colombiano Fernando Zapata declaraba que "en Cuba hay una enorme cantidad de lectores, pero no está medido".

Considero que la primera aseveración de ese funcionario es errónea. A a pesar de que Cuba posee un bajo índice de analfabetismo, los hábitos de lectura dejan mucho que desear, ya que la Isla no escapa a un fenómeno de escala planetaria:  el de los decrecientes hábitos de lectura, sobre todo entre los más jóvenes. Estos dedican la mayoría de su tiempo de ocio a ver televisión o jugar videojuegos, o simplemente a jugar en la calle con sus amigos. Y no se trata de prohibir esas necesarias actividades de esparcimiento, sino de tratar de estimular la lectura en niños y adolescentes, y que no lo vean como una pérdida de tiempo.

Las consecuencias del déficit de ese paciente trabajo educativo saltan a la vista. Algunos trabajos en la prensa oficial hablan de la casi nula afición a la lectura por placer que tienen los estudiantes universitarios, quienes solo leen los que su profesor les orienta o del poco interés de los adolescentes en leer, un tema que preocupa a más de un intelectual en la Isla.

Como ejemplo se pueden citar los estudios que anualmente realizan las dependencias municipales de Cultura de la capital sobre las preferencias culturales de la población. Cabe destacar el de un municipio tan poblado como el de Centro Habana, donde la mayoría de los habitantes consumen su tiempo libre en el campismo, bailes, la escucha de música y frente al televisor. Dicho estudio señala que la mayoría no poseen hábitos de lectura, exceptuando el grupo comprendido entre los 45-60 años (Diagnóstico de la Dirección Municipal de Cultura de Centro Habana, 2007-2010, p.70).

Otros estudios de carácter local, como los emprendidos en San Miguel de Padrón, muestran resultados elocuentes: cuando se pregunta a las personas qué hacen en su tiempo libre, la opción de leer ocupa un séptimo lugar de preferencia y solo sube de posición en las personas de más de 50 o 60 años (Diagnóstico de la Dirección Municipal de Cultura de San Miguel de Padrón, 2012, p.36).

Evidentemente, en las nuevas generaciones no hay hábitos desarrollados de lectura sistemática, y estas encuestas son una pequeña muestra de ello.     

Muchos son los factores que conspiran en contra de la promoción de la lectura. Uno de ellos, principal, atañe a las temáticas tan poco atractivas de muchas obras publicadas, algunas de ellas de aceptable calidad literaria pero que no suscitan el interés del gran público, que gusta de consumir thrillers o novelas rosa, y no encuentra esos títulos en librerías. 

A esto habría que añadir que las editoriales estatales (únicas permitidas) no hacen estudios de mercadeo para registrar cuáles son los títulos de mayor demanda, sino que publican de acuerdo a un plan previamente concebido de espaldas al gusto de los lectores.

Otra de las posibles causas de la poca afición a la lectura reside en la grave crisis que afecta al sistema educacional, plagado de maestros mal preparados e improvisados, de escasa cultura libresca y, por lo tanto, incapaces de transmitir amor por la lectura a sus estudiantes.

Se suma a estos inconvenientes el cerrojo que pone el régimen a los más grandes y prestigiosos grupos editoriales del mundo hispano, casas editoras como Planeta, Alfaguara o Anagrama, que ofertan una amplia gama de títulos muy buscados por los lectores bien atentos a los autores más leídos en otras latitudes. La inmensa variedad de los catálogos de esas y otras prestigiosas editoriales hispanas sería un acicate para captar más lectores en una población que tiene una alta tasa de alfabetización pero permanece ajena a la producción de grandes escritores o ensayistas de la contemporaneidad.

Y como si todo esto no bastara, el poderoso filtro ideológico impide que cualquier editorial del exilio pueda vender sus obras en la Isla, y por ahí se pierde una excelente oportunidad de incentivar la lectura.

Se añade a estas limitaciones la problemática de los derechos de autor de la que se queja el Instituto Cubano del Libro como el principal impedimento para que se puedan ofertar libros tan demandados como los de la saga de Harry Potter, El Señor de los Anillos o la saga de Crepúsculo, por solo mencionar tres obras que han elevado los índices de lectura en niños y adolescentes de muchos países.

El discurso oficial habla de que el libro en Cuba (como el acceso a internet y todo lo que desean mantener bajo su control) es un bien social y no puede ser regulado por el mercado, pero mucha de la literatura más demandada solo se puede adquirir en divisas a precios prohibitivos para cualquier cubano, impidiendo de hecho el acceso masivo a esos libros de sus potenciales lectores.

Solo la dilatación de la esfera pública cubana y el acoplamiento de la Isla al mercado editorial del mundo hispano posibilitará la celebración de ferias y exposiciones culturales plenamente plurales. Solo ellas harán realidad el derecho de todos a disfrutar de las obras proscritas de Reinaldo Arenas, Carlos Victoria o Raúl Rivero junto a las de los mundialmente laureados Roberto Bolaño, Henning Mankell o Haruki Murakami.

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