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Música

Sara, la cubana

Arrasó con sus películas y discos, y consiguió que orquestas y cantantes cubanos versionaran su repertorio. Mereció concursos para encontrar una cubana como ella y, desde la playa de Marianao hasta El Mejunje, ha sido una favorita del travestismo.

Madrid

En 1955 Sarita Montiel era una linda guajira cubana enamorada de un rico y bastante buen mozo administrador de una finca. En la Guía Cinematográfica de Cuba de ese año, tras una breve reseña de su loco argumento —Alberto González Rubio, el galán; Alejandro Lugo, el villano—, Frente al pecado de ayer recibe este juicio moral: "Recta intención en el protagonista. Vestidos y escenas indecorosos". Advertencia parecida merece de la misma guía Yo no creo en los hombres, dirigida, como la película anterior, por Juan José Ortega: "Un intento de suicidio y el uso reiterado de vestidos inconvenientes, ponen una nota de objeción".

Un par de años antes Sarita había encabezado el reparto de Piel canela, en el cual figuraban, entre otros cubanos, Rosita Fornés, Celia Cruz, la Sonora Matancera, Olga Chaviano y Julio Gutiérrez con su orquesta. En esta cinta, la primera en la que trabajó bajo las órdenes de Ortega, Sarita interpreta, entre otras canciones, "Perfidia", bolero famoso de Bobby Capó, y en lengua bozalona, "Agua tá caé", afro de Alejandro Mustelier.

Más tarde, y a lo largo de su carrera, cantó y grabó numerosas composiciones musicales de autores cubanos, desde "Quiéreme mucho", de Roig, "Lágrimas negras", de Matamoros, "Nosotros", de Pedro Junco, "Toda una vida"—título de una de sus películas—, "Quizás, quizás", "Tres palabras" y "Acércate más", de Oswaldo Farrés, esta última incluida en un disco que hizo al final de su periplo hollywoodense.

En esa década protagonizó una docena de filmes en México —tres de ellos con Pedro Infante, alguno con Agustín Lara— que de inmediato se estrenaron en La Habana donde nunca, a diferencia de otras artistas españolas que hicieron época en Cuba, se le llamó La Montiel, como se nombraban usualmente a La Mayendía, La Piquer..., sino, simplemente Sarita. Por los mismos años filmó en Estados Unidos con Aldrich, Sam Fuller y Anthony Mann, y en la casa habanera de María Luisa Gómez Mena conoció a Hemingway, quien la indujo a fumar puros.

Su aparición en La Habana en 1958 fue triunfal. El último cuplé, a pesar de muchos y negros pronósticos, había constituido un enorme, expansivo acontecimiento de público. La anodina trama servía para presentar una colección de piezas popularizadas por cupletistas finiseculares que regresaban ahora en una expresión cuasi parlando, de un registro grave, con una emisión medio cavernosa, inusual para letras y melodías que medio siglo atrás habían interpretado tiples. Cuentan que Ordóñez, el director, pensó en doblar su voz por la de una "cantante verdadera" pero la providencia intervino de manera oportuna a favor de Sara y de la película.

Con la proyección de El último cuplé llegó a Cuba también el disco London full-dynamic-range con su banda sonora. En la portada está ella, mirando a quién sabe qué, con los labios entreabiertos y un liberalísimo escote. El long playing existe en muchas casas cubanas todavía, aunque han sobrevivido muy pocos aparatos para tocarlo.

Cuplé a ritmo de guaguancó y chachachá

Al calor del éxito de El último cuplé, la orquesta Aragón llevó al chachachá "Ven, ven y ven" y "Clavelitos"; Celeste Mendoza, en clave rumbera con la orquesta de Bebo Valdés, lamentó la muerte del torero que le decía "Nena", loco de pasión, y otras charangas y criollas jazz bands interpretaron "El relicario", "Sus pícaros ojos" y "Balance, balance". Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar —Pototo y Filomeno—chotearon "Fumando espero" con la orquesta Melodías del 40 y en la misma clave de choteo el compositor Eduardo Davidson compuso "El último bembé", que llevaba al disco Panart Roberto Faz y su conjunto.

Al año siguiente ocurrió otro tanto con las canciones de La violetera, que reactivó la furia por el cuplé en la radio, teatro, televisión y cabaret, con sus consiguientes traslaciones a ritmos y expresiones criollas: la mismísima Paulina Álvarez "La Emperatriz del Danzonete" grabó su versión del cuplé de Padilla en tiempo de guaguancó, y en la cara opuesta del disco, cantó "Mimosa", de Martínez Abades, con cadencia de chachachá.

Viejas canciones conocidas en Cuba, como "Agua que no has de beber" y "Mala entraña" volvieron a ser parodiadas por artistas cómicos, tal como lo habían sido en los tiempos del teatro Alhambra por gallegos, mulatas y negritos, ahora por Alicia Rico y el viejito Bringuier en el Martí. En los archivos de la revista Bohemia han de conservarse espectaculares sesiones de fotos que Constantino Arias y Roberto Salas le hicieran a Sarita durante sus estancias en La Habana en los años 50, cuando se celebraban concursos de sus imitadoras criollas y se eligió más de una vez la "Sarita Montiel Cubana".

"El día que nací yo", incluida en Carmen la de Ronda (1959) tocaban y cantaban en La Habana, entre otros, Merceditas Valdés con Papín y sus rumberos. Años más tarde, en Nueva York, "El día..." conoció una restallante versión de La Lupe, en sus tiempos con Fania. Desde México, Mercerón dedicó todo un disco (Mariano Mercerón de Madrid a México via Cuba)al repertorio que cantó Sarita en sus películas "cupleteras". Y la lista puede continuar.

Mientras existieron, los transformistas de los cabarets de la playa de Marianao tuvieron a Sarita Montiel en los primeros lugares de su idolatría. En los setenta se distribuyó en Cuba la edición soviética de un larga duración suyo, con humilde portada de papel a dos colores, que destacaba en los casi vacíos estantes de las tiendas de discos entre ignotos cantantes del Este socialista. En la radio nacional asomaba —y asoma— de vez en cuando en los llamados programas "del recuerdo" su voz, que adquirió una expresión cada vez más gutural que con el paso del tiempo.

Su visita a La Habana a inicios de este siglo, en pintoresco trance matrimonial, sirvió para que se encontrara con colegas y amigos de los que había estado más o menos desconectada tras cuatro décadas de ausencia, y para que la noticia ocupara planas y espacios televisivos en España y Cuba, donde le rindieron breves homenajes y joviales pleitesías: "qué bien estás, estás increíble", mientras ella sorbía el humo de su puro en el Hotel Nacional y fijaba su mirada más bien en nadie.

Sarita, la de El Mejunje

De los travestis que en Cuba hacen o hacían a Sarita Montiel, el mejor entre los más recientes, era o es un hombre feísimo, joven aún en los años noventa, que vivía en un pueblo cercano a Santa Clara. Con cierta frecuencia, de manera mágica, se transformaba en la Sara de "Ya sé que vas pregonando que por tus quereres estoy medio loca" en las abarrotadas noches de festivales y concursos de travestidos que presentaba El Mejunje, con profusión de Yuris, Dulces, Luceros y tres o cuatro Danielas Romo con "Que vengan los bomberos que me estoy quemando..."

Entre baladas ochenteras, cumbias modernizadas y otros géneros francamente inclasificables, la vieja copla, resignada-rencorosa "Tú no eres eso" del soundtrack de El último cuplé hacía callar momentáneamente al revoltoso auditorio del que formábamos parte mientras que Sarita, entornados los ojos, labios acuosos de rosados bulbos, con unas enormes uñas rozando-acariciando la pared desnuda de ennegrecidos ladrillos declaraba: "Lo que sí te pido es que digas que estoy muy contenta de no hablar contigo... Pero eso lo callas, ¡no eres hombre siquiera para eso!..."

Entonces, desde el fondo del atestado Mejunje, una voz —estentórea por supuesto— resumía en una frase no solo la admiración pasajera o circunstancial hacia el transformista en escena, sino un entendimiento estético que ha atravesado generaciones y que capea todavía invicto todo tipo de temporal, como una divisa o un credo, sobre cambios de moda, ausencias y demonizaciones: "¡Sara, perrísima!".

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