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Opinión

Cuba: nuevos medios y crítica de la razón académica

Un evento universitario que juntó en Nueva York a Yoani Sánchez, Orlando Luis Pardo Lazo y varios estudiosos, despierta interrogantes acerca de cuánto tendría que cambiar el acercamiento académico hacia Cuba.

Princeton

Si aceptamos la premisa de que Cuba es un "problema real" y que por lo tanto merece ser pensando, entonces podemos comenzar a discutir los múltiples efectos que pudiéramos derivar de la reciente conferencia "The Revolution Recodified", organizada por Coco Fusco y Chris Stover en la New School of Social Research y la Universidad de New York.

A corto plazo es difícil asegurar el impacto de los lenguajes y discursos que fueron allí empleados, las muchas ideas que allí se lanzaron. Sin embargo, a largo plazo me parece que este tipo de discusión pudiera tener efectos positivos dentro y fuera de la academia norteamericana, tema que pasaré a comentar a partir de las intervenciones a las cuales asistí. Además de ofrecer un balance analítico de estas intervenciones, aprovecharé la coyuntura para elaborar una serie de hipótesis y preguntas que tal vez puedan elucidar una discusión más amplia sobre formas potenciales de pensar Cuba en relación con cierto discurso intelectual dentro de la academia norteamericana. Pero de esto me ocuparé en la última parte de esta reflexión.

Comenzaré apuntando los títulos de algunos de los paneles para dar la idea del alcance del programa: "The internet and social media in Cuba", "Cuba in a global context: social media and political change", "The development of autonomous cultural and public sphere in Cuba today". Integrados por participantes tan disímiles, tanto en términos ideológicos como desde sus prácticas intelectuales, la audiencia de la conferencia que duró tres días tuvo la oportunidad de escuchar y debatir con los académicos Ariana Hernández Reguant y Ted Henken, la artista-académica Coco Fusco y el músico Pablo Menéndez, los críticos Ana María Dopico y John Kelly, los blogueros Orlando Luis Pardo Lazo y Yoani Sánchez.

Con tan solo citar los nombres de los académicos, creo que inmediatamente se hace visible la heterogeneidad que componía el conjunto de panelistas. Mientras que Yoani y Orlando Luis llevaban el compás de lo anecdótico y lo vivencial, Ted Henken, profesor en CUNY, Coco Fusco de New School, y Hernández Reguant de UC-San Diego, intervenían desde las distintas zonas del discurso académico. Ted Henken ofreció una interesante cartografía de la blogósfera cubana y sus discursos políticos y Coco Fusco develó los lugares comunes de la "American Left" (sic) sobre Cuba, pero fue Hernández Reguant quien quizás, con mayor rigor, avanzó un pensamiento analítico sobre la relación entre sociedad civil y Estado, nuevos medios y capacidad de movilización social.

A contrapelo de las teorías contemporáneas de los nuevos medios, Hernández-Reguant dejó como línea de fuga para el debate con el público la pregunta sobre la naturaleza de lo "nuevo" en los nuevos medios en comparación con los "viejos medios" (lo analógico). Donde todos ven hoy ruptura, Hernández-Reguant propuso un modelo de continuidad entre los "nuevos medios" y cuestionó los modos en que pensamos los aparatos de visibilidad, legibilidad, y opacidad en sus usos políticos y sociales. En parte, mi pregunta durante este primer debate fue dirigida a Hernández-Reguant, ya que me parecía que en su intervención la discusión sobre el cruce entre temporalidad y explicitación de la representación se esquivaba esta importante transformación.

Aunque es cierto que los "nuevos medios", al igual que los "viejos", no garantizan cambios políticos concretos e inmediatos, estos si contribuyen a explicitar la presencia de lo ya sabido en el orden simbólico para quien sabe pero no quiere saber (ejemplo: contra un video de la represión de las turbas habaneras organizadas por el Estado y los Comité de Defensa de la Revolución, es ya imposible negar el hecho concreto que esas movilizaciones tienen muy poco de espontaneidad y mucho de subversión estatal). Como ha visto Antonio José Ponte en su libro Villa Marista en plata (Colibrí, Madrid, 2010) o Slavoj Zizek en relación con Wikileaks, lo importante de los nuevos medios no es su transformación en tiempo real, sino más bien la potencia de hacer visible un imaginario que hasta ese momento resistía el consenso concreto de todos los espectadores.

En otro panel, la figura del músico norteamericano Pablo Menéndez, residente en Cuba hasta hoy, fue más difícil de clasificar, salvo si se le piensa como una voz que, entre Yoani y Orlando, entre Fusco y Dopico, estaba allí para generar cierto "balance" en el estado de opinión sobre el pasado y el presente de Cuba.

Y tiene sentido que sea de este modo, ya que en la política académica cierta lógica compensatoria entendida como "balance de partes iguales" articula la normativa, e incluso una estética, del encuadre de todo diálogo. Esta lógica de supuesta inclusión de dos partes que encarnan un diferendo histórico —que se pudo ver tanto en la presentación de Henken sobre la cartografía de la blogósfera cubana, así como en la articulación entre medios y Estado de Hernández-Reguant, o incluso la afirmación de Pardo Lazo sobre la pluralidad de los "bloggers opositores"— es una precondición para todo debate académico. Cuba, en este sentido, no es una excepción, sino la norma.

¿Cuba a partes iguales?

Lo que fue excepcional en este intercambio puede leerse quizás en dos distintos niveles. Primero, en términos del desfasaje entre el higiénico relativismo dialógico de las partes iguales y el discurso intelectual (en un momento del cierre de la conferencia incluso, una moderadora pidió no aplaudir a Yoani para no polarizar o mostrar "demasiado" apoyo a la figura de Yoani). Es desde aquí donde uno podría generar una crítica a las contradicciones entre discurso académico y discurso sobre Cuba.

El discurso académico, entendido como discurso intelectual enunciado "desde" o "con" simpatías con la izquierda, es hoy crítico en términos generales de la razón dialógica, ya que esta se entiende dentro de una lógica habermasiana del consenso y abiertamente despolitizante de la esfera pública burguesa. Jamás las condiciones de diálogo en torno a la guerra de Irak, por ejemplo, se establecerían a partir de un "balance" racionalizado en partes iguales (aquellos que defendería la invasión y la otra parte que se opone). Como lo ha demostrado el pensador francés Jacques Ranciere en sus últimos libros —traducidos al inglés y muy bien recibidos dentro de la órbita liberal norteamericana, por cierto— la "inclusión" de la otra parte siempre supone la exclusión de la "no parte". El discurso político en torno a Cuba, entonces, se presenta como una excepción a este paradigma que buscar suspender el habla de lo político. En cierto sentido, al decir esto, estamos abriendo, desde ya, la pregunta sobre qué o quién vendría a ser la no-parte de esta discusión en torno a Cuba.

La distribución de un intercambio en partes iguales termina, en última instancia, borrando el núcleo de lo político que habita en el centro del debate sobre el pasado de la Revolución Cubana de 1959, así como de los futuros de la isla caribeña. No vendría al caso señalar esta contradicción interna si el lugar de discusión no fuese la academia que, como hizo notar Ted Henken al definir ideológicamente su posición, nos remite al campo ideológico académico: "Yo me considero de izquierda, incluso más a la izquierda que muchos cubanos que tienen otra opinión sobre Obama…".

El trueque ideológico aparece como momento de contradicción interna entre esa posición ideológica asumida de un sujeto en su totalidad concreta (la academia) y su posición "relativista" frente al conflicto sobre Cuba. En Cuba, la izquierda prefiere una universalidad elusiva ("el pueblo cubano", "la diáspora"), en lugar de un compromiso por una de las partes como modo de interpelación política. ¿Habita Cuba fuera del discurso de la teoría crítica contemporánea? O preguntado de otra forma: ¿por qué esa incapacidad de teorizar el problema político cubano?

Esta matriz académica da lugar a un segundo plano que pudiéramos decir que se encuentra vinculado a la articulación de un discurso compensatorio signado por una racionalidad que termina relativizando y borrando diferencias entre dictadura y represión, víctimas y victimarios, historia y subjetividad. En pro de un humanismo en abstracto que asume una supuesta condición de distribución identitaria de representaciones sociales, esta operación termina por excluir la visibilidad concreta de los reprimidos y de las víctimas que desde el mismo año 1959 hasta el último encarcelado por crimen común o por disidencia política o difamación "contrarrevolucionario" se oponen abiertamente a la dominación del Estado.

Por eso quizás uno de los momentos memorables del primer panel aconteció cuando el poeta y escritor cubano Alexis Romay intervino desde la audiencia para recordar que no vendría nada mal tener claro que la discusión sobre Cuba no es una mera especulación en el plano hipotético de la historia o de la política en abstracto, sino que de lo que hablamos se trata concretamente de vidas humanas. Una discusión que tiene como núcleo de elaboración el tejido afectivo y real una subjetividad que continuamente es reprimida y silenciada. El discurso académico pareciera, en este sentido, lo opuesto de la observación de Romay: la búsqueda de una "distancia" en el conflicto borra la dimensión del "sujeto", como ya veía el propio filósofo León Rozitchner en las discusiones ortodoxas del determinismo histórico del marxismo clásico.

No digo con esto que el habla del sujeto —el "aliento de su materialidad" diría León— estuviese ausente en las discusiones de esta conferencia, al contrario. Una de las efectos retóricos mas interesantes de las presentaciones de Orlando Luis Pardo Lazo, Yoani Sánchez, y Pablo Menéndez, fue la manera en que cada uno tejió su discurso con las filigranas de la experiencia vivida y sentida desde las políticas del cuidado del yo. Al respecto Pardo Lazo dijo algo notable: "we have selected to live a human life, and if that costs us our life, that's ok". Una expresión no solo cargada de valentía como enunciación del "coraje de encarar la verdad", sino una manifestación que lleva hasta las últimas consecuencias la relación entre voz y cuerpo frente a la dominación y la subordinación de un poder que se ejercita de manera sistemática contra cualquier pulsión crítica desde la sociedad civil cubana.

Sujeto común y 'solidaridad'

En otro momento, tanto Orlando como Yoani, subrayaron que ellos hablaban desde su posición de sujetos comunes y corrientes, apenas "ciudadanos" en una precaria "sociedad civil cubana". No estaban allí para figurar como "representantes" de un "otro" ni de un "Pueblo"[1]. Una de las novedades de este discurso del sujeto político cubano, a diferencia de la oposición histórica dentro y fuera de la Isla (si se piensa en el Escambray o en los grupos paramilitares anticastristas movilizados en los Estados Unidos), radica, no en el pasaje de la vía armada a la vía pacifica, sino en la propuesta más interesante aún de carecer de una política de afiliación o de mera representación libidinal por un "pueblo cubano" que no es más que una categoría en abstracto sin verificación concreta. Como demuestran la escritura de Orlando Luis o Yoani, y como se comprobaron en las ponencias de "The Revolution Recodified", esta oposición política tiene como centro de articulación el sujeto como núcleo de la experiencia compartida, personal y a su vez colectivo, entre sus voces (interesantemente título de la revista que dirige en La Habana Pardo Lazo) y la sociedad cubana en su totalidad.

Es por esto que no sorprende que desde la audiencia viejas voces saltaron, aún apegadas a operaciones intelectuales de "solidaridad" o "afiliación política" (que en realidad no son más que inversiones libidinales como parte de una fantasía construida a partir de una estructura del deseo [2], y en tono inflado e inquisitorio le rindieron cuenta a Pardo Lazo sobre una supuesta "subalternidad" cubana que él, desde la posición de letrado, no encarna. Letrado sí, no hay dudas, pero lo que pierde de vista esta crítica es justamente la dimensión de un sujeto que habla más allá de la representación, sin la necesidad de una filiación solidaria que, como se ha mostrado en estas últimas décadas en Cuba o América Latina, han resultado nociva en la mayoría de los procesos revolucionarios o populares latinoamericanos.

Las operaciones estériles de filiación, de hablar en nombre del otro lejano e indefenso, deben entenderse como el reverso de la fidelidad al evento revolucionario e incluso de la utopía. En la medida que esto es cierto, podríamos decir que el discurso de Pardo Lazo llega a ser radicalmente más revolucionario que todas las variaciones de una solidaridad articulada desde los púlpitos de una cátedra del Norte. Todo deseo de filiación post-política llega incluso a repetir la "ficción del Estado", como la entiende el escritor argentino Ricardo Piglia, en lugar de sentir al menos simpatía con las escrituras débiles y marginales, escritas desde un ordenador para un blog o una revista autogestionada.

Y aquí encontramos otra vuelta de tuerca muy lúcida por parte de Pardo Lazo, ya que, como comentó el escritor en un momento de su ponencia, esta pulsión que repite la suntuosidad de la ficción del Estado, puede ocurrir tanto en la academia como en el discurso de aquellos que ciegamente buscan solidarizarse con cierto activismo maniqueo. Para ilustrar este argumento, Pardo Lazo comentó cómo un periodista de Miami, supuestamente "simpatizante con la causa cubana", le formuló una pregunta de la misma manera que lo habrían hecho miembros de la Seguridad del Estado. En otras palabras, en la discusión política sobre Cuba, los deseos de filiación desde ambas partes, por momento se cruzan y se encuentran.

Cuba desde la academia norteamericana

Al llegar a este punto, tal vez deberíamos volver a la pregunta que inicialmente habíamos elaborado: ¿es posible formular otro tipo de relación crítica y política desde la academia norteamericana hacia el pasado y presente de Cuba? Si acaso es una empresa posible, ¿bajo qué condiciones pudiéramos articular una propuesta, y en qué consistiría su operación crítica? En el orden de lo pragmático: ¿De qué manera pudiéramos pensar la construcción de dicha crítica a la luz de las escrituras de Orlando Luis Pardo Lazo, Yoani Sánchez, o Claudia Cadelo que, como bien argumentó la profesora Ana María Dopico en su intervención, pudieran situarse en la larga tradición de la crónica latinoamericana?

En cierta medida estas son preguntas tramposas para hacer en este espacio. En parte, porque responderlas no solo llevaría mucho tiempo, sino también porque necesitaríamos la amplificación de voces y debates, propuestas y proyectos intelectuales, la transformación política y social de la Isla como tal. De igual modo, creo que una conferencia como esta se justifica con haber logrado, en cierta medida, potenciar la posibilidad de hacer las preguntas mismas.

Como académico que escribe y piensa desde un aparato institucional, pero que también interviene con cierta frecuencia en el espacio público, tengo para mí que la tarea más inmediata desde mi posición es llevar a cabo una crítica de la razón académica en cuanto a Cuba, elaborada en el interior de los marcos discursivos y epistemológicos de las distintas disciplinas académicas.

Esta operación tendría varias ramificaciones, pero primero tendríamos que formular una descripción preliminar de sus cualidades. En primer lugar, una crítica de la racionalidad académica en torno a Cuba comenzaría por preguntarse sobre la historia misma del campo del saber latinoamericano —entendido como suma de discursos sobre América Latina producidos en todo saber académico[3]— y desde allí estudiar los momentos de inflexión de los saberes operacionales a partir del devenir de la Revolución Cubana de 1959.

Segundo, se tendría que estudiar el porqué de la ausencia de una total autocrítica por parte de académicos y profesores escribiendo desde la academia norteamericana sobre Cuba. Podríamos adelantarnos a una crítica a esta pregunta[4]. En particular, aquella que vendría a enfatizar que Cuba carece de centralidad en la formación del espacio epistemológico del latinoamericanismo escrito desde Estados Unidos. Sin embargo, contra esta aserción, pudiéramos argumentar que la propia formación del saber académico sobre América Latina converge en su origen, como enseñan en muchos sentidos Jean Franco en Decline and Fall of the Lettered City (2002) o algunos ensayos de John Beverley, tras el triunfo de la Revolución Cubana, el auge cultural de Casa de las Américas, o la Campaña de Alfabetización. Desencantados con la transformación política de la Isla hacia el modelo soviético a partir del Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 y la censura de Heberto Padilla en el mismo año, muchos académicos dieron vuelta a la página a la Revolución Cubana sin realmente asumir responsabilidad por aquel nuevo orden que ellos mismos habían celebrado e inscrito en el centro en sus respectivos proyectos intelectuales.

Pero no es mi propósito en este espacio escribir una historia del imaginario de la Revolución Cubana en las prácticas de la crítica latinoamericana. Solo quiero decir que articular una crítica a la razón académica tendría que volver sobre ese momento en que el desencanto aparece como suspensión y silenciamiento tras el fracaso de un proyecto político, y que luego aparece sublimado, en el sentido freudiano, en la transferencia hacia otros momentos de solidaridad tercermundista, ya sea la Revolución Sandinista o la lucha armada en Centroamérica, el chavismo en Venezuela o las nuevas gobernabilidades nucleadas en proyectos geopolíticas de Mercosur y ALBA.

La Revolución Cubana para esta instrumentación académica no solo es el punto de origen de un discurso de filiación política, sino también el punto ciego o espacio donde el discurso se evapora. Metodológicamente, el pasaje intelectual tendría que encarar una metacrítica de la actividad interna del saber académico de la misma forma que a lo largo de estos años se formularon, desde distintos métodos y aproximaciones, la crítica a los nacionalismos latinoamericanos, así como al orden operacional y hegemónico de las oligarquías regionales en los debates que atravesaron la discusión sobre el desarrollismo y la teoría de la dependencia en las últimas décadas del pasado siglo.

La elaboración de estas hipótesis a partir del boom de los blogs independientes dentro y fuera de Cuba no solo dan cuenta de una nueva potencialidad de una esfera pública cubana, sino que también pudiera funcionar como punto de partida para repensar y deconstruir la razón académica en cuanto al pasado y el futuro de Cuba. Los "nuevos medios" en realidad, podrían tener en sí mismos implicaciones conceptuales e intelectuales, además de prácticas concretas en la transformación real y política del interior de la isla.

Como espacios de reflexión, escritura, y discusión, los nuevos medios alcanzan un punto que, a diferencia de las expectativas del pasado siglo, ya no anhelan descubrir la utopía, sino más bien acceder al espacio de lo común más allá de los maniqueísmos y las políticas infamantes que se generan principalmente en los discursos oficiales del Estado cubano. Más importante aún, en conjunto con las voces heterogéneas y plurales que emanan de la blogósfera cubana, una nueva crítica académica en torno a Cuba —que ha venido perfilándose en la obra de importantes académicos como los ensayistas Duanel Díaz Infante y Rafael Rojas, críticos literarios como Rachel Price y Walfrido Dorta, los historiadores Lillian Guerra y Alejandro de la Fuente— pudiera ofrecer tan solo una puerta de entrada a una discusión sobre el lugar de la memoria, entendida como repetición y duelo, de los últimas cinco décadas de la dictadura cubana.

Así, un nuevo pensamiento sobre Cuba en Estados Unidos daría visibilidad a los diferentes actores sociales y populares marginados de las historiografías oficinales, cuestionando las estructuras y dispositivos del saber académico. Una metacrítica del campo del saber académico comenzaría por dar cuenta las diversas formas en que, desde este lado de la producción del discurso, se silenciaron las voces populares con el propósito de una fidelidad forzada al Estado cubano entendido bajo la abstracción de la Revolución. Esto tendría irremediablemente como corolario el pasaje del discurso crítico de la cultura hacia la articulación política, carente de toda filiación libidinal y con la finalidad de producir nuevos esquemas de hacer legible la verdad.

En el segundo día de la conferencia pude charlar extensamente con Vicente Echerri, ese lúcido escritor cubano que también estuvo entre el público. En algún momento Echerri me recordó una frase del escritor Jesús Díaz que quisiera recordar para terminar esta reflexión: "Hicimos una Revolución que no necesitábamos". Frase que abre polémica y que se sitúa en esa rara posición cubana sobre el perdón y la memoria. Jesús Díaz, sin duda fue una excepción notable, pero por esta misma razón fue una figura, intelectual y académica, a la cual deberíamos no solo releer, sino también aprender de sus libros, de sus gestos públicos, para de esta forma generar otros "pensamientos críticos" y otros "encuentros" que den lugar a una amplia y fecunda discusión para comenzar a pensar esa Cuba que divisamos en el nuevo siglo.

 

[1] Para una crítica contemporánea de la categoría política del "Pueblo", ver Medios sin fin: notas sobre política (Pre-textos, Valencia, 1996) de Giorgio Agamben.

[2] Aunque no es propiamente parte de su argumento, un buen punto de partida para discutir este derroche libidinal académico y su relación con la fantasía lo podemos encontrar en el excelente ensayo Fantasía roja (Debate, Barcelona,2007) de Iván de la Nuez. Habría que pensar las sugerencias de ese libro sobre intelectuales y las intervenciones sobre Cuba desde la academia norteamericana.

[3] Ver la introducción del libro The exhaustion of difference: politics of Latin American Cultural Studies(Duke University Press, 2001) de Alberto Moreiras.

[4] En una excepción notable es el caso del ensayista puertorriqueño Arcadio Díaz Quiñones con su ensayo "Cuba 1994 : salida...y voz?" publicado en El arte de bregar: ensayos (Ediciones Callejón, San Juan, 2003), donde el intelectual puertorriqueño hilvana una lúcida crítica de los noventa a partir de las teorías sociales y políticas de Albert O. Hirschmann. Del mismo año, podríamos también incluir el libro Cuba on My Mind: Journeys to a Severed Nation (Verso, 2003) del cubano Román de la Campa.

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