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Cine: Hollywoodenses

'La inocencia de los musulmanes': tres encuadres

'¿Arte o basura? Sin dudas, basura. Pero del tipo de basura que no es totalmente ajena a lo divino.'

Hollywood

1. 'Hardcore' islámico

La historia del videoarte musulmán arranca en el momento en que el primer islamista usa la Minicam para filmar una decapitación: la misma cámara que documenta al videoartista recoge el éxtasis del decapitado. La imagen del embajador Chris Stevens muerto, en brazos de un joven libio que lleva en la boca un teléfono móvil (con el que parece haber acabado de tomar una foto) es tan sacrílega como el cuarto de hora de La inocencia de los musulmanes.

Los jóvenes yihadistas, constreñidos por la estricta moralidad coránica, muy probablemente pasan horas frente a la pantalla, surfeando portales prohibidos. ¿Es necesario señalar la influencia de la pornografía en la manera en que el islam hace su propaganda? Nada escapa a la autoridad de los medios, que imponen siempre y en cualquier circunstancia su propia ética. En el hardcore islámico está ya el germen de la decadencia y la perversión: lo que capta la cámara es la parte de Dios, su presencia virtual en un drama que terminará en la explosión, el martirio y un harén con once mil vírgenes.

2. Neorrealismo salvaje

El realismo ingenuo del Nuevo Cine iraní era engañoso. Doraba la píldora de la dictadura, encubriéndola con cuestiones existenciales. La cinematografía persa ofreció al mundo todo el humanismo que el mundo esperaba de ella, y sirvió de alcahueta a las buenas conciencias que promovían un cine islámico solo apto para festivales internacionales. En cambio, el brutalismo de las imágenes que nos llegan de Kabul, Bengasi y El Cairo, es heredero del cine de Sylvester Stallone, Chuck Norris y Charles Bronson.

América es la primera consumidora de arte degenerado islámico, y no precisamente del tipo que presenta La inocencia de los musulmanes. Si Aisha conoció al Profeta a los seis o a los nueve años; o si el primer mahometano fue el burro Yafoor; o si Omar era sodomita y el Profeta pedófilo, son cuestiones que llevan siglos discutiéndose, y que se debaten a diario en los sitios de internet. Pero nada de eso interesa realmente al espectador profano.

Lo importante es que el islam ha sucumbido al papel que se le asignó dentro del microcosmos de subculturas virtuales, y que escenifica obedientemente su rol en el llamado "mundo árabe", según lo conciben los orientalistas de los Estudios Universal.

3. Mahoma en Van Nuys

 La inocencia de los musulmanes, del cineasta (estafador, disidente) copto Sam Bacile, está disponible en un fragmento de catorce minutos, en YouTube. Millones de fanáticos, cinéfilos y videotas ya han visto esa versión censurada.

Es inútil discutir el valor artístico de un video viral. En estos casos, la calidad no es el factor determinante, aunque la controversia en los medios sociales sobre si se trata o no de una obra de arte parece no tener fin. De hecho, cualquiera de las dos opiniones nos lleva de vuelta a la otra: el arte es hoy un fenómeno recursivo que incorpora la posibilidad de su negación como un principio básico.

¿Arte o basura? Sin dudas, basura. Pero del tipo de basura que no es totalmente ajena a lo divino. Desde La virgen morena y Los diez mandamientos hasta las ilustraciones cromadas de la Atalaya y el Bhagavad-Gita, lo "camp" tuvo algo importante que decir sobre lo sagrado. 

La clave del éxito de La inocencia de los musulmanes radica en la relación disfuncional entre el mensaje sacrílego, el subtexto político y los medios profanos con que estos se difunden. La falta de imaginación es un acierto, y hasta la misma indigencia de la producción representa, para el público de YouTube, un valor estético.

Milagrosamente, la fotografía en HD logra captar algo parecido al primitivismo paleocristiano, mientras que el decorado y la tramoya, con profusión de baratijas orientales, nos hablan —y esto no es lo menos inquietante— de un Hollywood igualmente primitivo: la cara oculta de la meca del cine que el gran público apenas conoce.

El islam, con sus interdicciones y sus edictos, obligó a Sam Bacile a adoptar estrategias de producción clandestinas: luminotécnicos desempleados, modelos sicalípticas, actrices con nombres como Cindy Lee Garcia. Los beduinos con barbas de estropajo y ojos azules, recortados sobre un fondo de dunas pixeladas, son el equivalente de las figuras toscas de la pintura de catacumbas. No sería justo pedirle a Bacile que sea un Kiarostami: a aquellos que intentan producir películas de revisión coránica solo les queda alquilar un antro en el distrito porno de Van Nuys.

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