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Historia

Latell y los sicarios de Fidel

Acerca del libro 'Castro’s Secrets: The CIA and Cuba’s Intelligence Machina', que se presentará el lunes en la Universidad de Miami.

Miami

Ya empezaron en Miami los preparativos para colgar de una guásima farandulera la historia del asesinato de Kennedy.

Entre tantos libros que no alcanza el justo tiempo humano para leerlos, algunos ni merecen comprarse nada más enterarnos por dónde vienen. No vale la pena hojear el libro de Brian Latell sobre los "secretos de Castro" después de haber adelantado el propio autor que Rolando Cubela era doble agente a favor de Castro, más allá de la experiencia vital de casi trece años en la cárcel, de la que Cubela salió a cambio de echarle con el rayo a la CIA en el tribunal de agitación y propaganda montado por el propio Castro al compás del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (1978).

Para llevarse la rosca del secreto, un testigo excepcional de Latell en eso de trabar a Castro con el asesinato del presidente Kennedy es Florentino Aspillaga Lombard, desertor de la Dirección General de Inteligencia (DGI), quien viene ahora a contar episodios que dice haber revelado a la CIA hacia 1987 y curiosamente se guardó en el momento que habrían causado mayor impacto: las sesiones (1992-98) de la Junta de Revisión de Archivos del Asesinato, formada como consecuencia del alboroto que armó Oliver Stone con su película JFK (1991).

Para cuadrar el círculo su libro Castro’s Secrets: The CIA and Cuba’s Intelligence Machina (Palgrave Macmillan, 2012, 288 páginas), que Latell presentará el lunes 27 de abril en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos (ICCAS) de la Universidad de Miami, el autor largó ya este sábado, por los Heralds anglo e hispano de Miami, la primera entrega de una serie trina sobre "los sicarios de Fidel". Así busca, por el atajo de la falsa inducción, desembocar en la demostración de que Castro al menos sabía que Lee Harvey Oswald iba a matar a Kennedy.

El silogismo es pueril: Castro mandaba a matar a tal y más cual, ergo: ¿por qué no dejar que Oswald liquidara a JFK? Al urdir esta falacia de inducción, Latell principia con acaso el ejemplo más desafortunado: "la planeada venganza por la muerte del Che Guevara". En libro anterior con igual prurito: "la historia secreta del régimen de Castro y su sucesión", alias After Fidel (Palgrave Macmillan, 2005. 273 páginas), Latell aseveró que "los celos de Fidel" no permitían ninguna competencia y por eso mandó temprano al Che Guevara en misión diplomática, para dejarlo más tarde abandonado a su suerte en Bolivia. Hubiera sido más coherente seguir la rima y soltar que los sicarios de Fidel fueron a encubrir la causa eficiente de la muerte de Guevara bajo el aura del vengador.

Aunque el cuento anda por ahí hasta en unas cartas atribuidas al ex general castrista en desgracia Patricio de la Guardia Font, Latell recurre a "informadas fuentes del exilio" [nada más parecido a una contadictio in adjecto] y a "un desertor de alto rango de la DGI que ahora vive en Estados Unidos bajo una identidad falsa" para deslizar que Castro planeó —hacia 1973— hacer con Fulgencio Batista en Madeira lo mismo que el Mossad y Shin Bet israelíes (Operación Finale) contra Adolf Eichmann (1906-62) en Argentina. Así, la inducción de Latell —que jamás llevará a enredar a Castro con el asesinato de Kennedy— se torna menos aburrida por alternancia de casos verosímiles y fantasmagóricos.

La cadena de inducción forjada por Latell incita a partirla incluso antes de que muestre todos sus eslabones. Al menos desde Hume la tarea intelectual es sencilla: basta un solo ejemplo en contrario. Aquí tenemos disponible a Luis Posada Carriles. Los agentes del FBI que viajaron en junio de 1988 a La Habana —para investigar los bombazos de 1997— vieron un video de vigilancia de la Seguridad del Estado castrista en El Salvador y se cayó de la mata que, antes de liquidar a Posada Carriles, Castro prefería filmarlo. Latell no acaba de comprender al Castro a la vista y así pretende aun descifrar sus secretos.

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