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Museo Napoleónico

…y el castrismo se vistió de gala

La Princesa Napoleón asiste a la reapertura, y Raúl Castro regala al Museo un reloj de oro perteneciente al emperador francés. La antigua colección del barón y empresario Julio Lobo, confiscada tras la revolución, vuelve a abrirse al público.

Madrid

Las autoridades de La Habana ya no tienen límites. Lo mismo reciben con honores al venezolano Hugo Chávez que a la nobleza europea. Incluso le han dedicado un jardín a la infaustamente desaparecida Lady Diana Spencer, que nunca visitó Cuba: estrategia de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, para atraer a empresarios británicos.

En el Museo de la Ciudad, Leal hizo un trono para el rey de España, que allí permanece solitario, y él afirma que está desde los tiempos de la colonia. Lo cierto es que el Rey Juan Carlos se negó a sentarse en dicho trono durante su visita a Cuba. Y la Reina Sofía, más práctica, prefirió ir a cenar al famoso paladar donde se filmó la película Fresa y Chocolate.

Esta vez la visitante ha sido Alix de Foresta, Princesa Napoleón, viuda de Luis Marie Bonaparte, Príncipe Napoleón, descendiente del rey Jérôme, hermano menor de Napoleón Bonaparte. ¿El motivo? La reinauguración del Museo Napoleónico de La Habana, uno de los cinco más importantes en su especialidad en el mundo. El diario Granma dio la noticia el pasado 29 de marzo. La princesa fue recibida por autoridades del Gobierno al más alto nivel.

Raúl Castro regala un reloj de Napoleón

La colección napoleónica presente hoy en La Habana fue un capricho convertido en vocación del multimillonario de la sacarocracia cubana Julio Lobo. Al final de su vida, su hija, también amante de la historia, visitó numerosas veces La Habana, siendo recibida por Eusebio Leal. Aficionada y autodidacta, Leal le designó un séquito de guías y ayudantes que la orientaron en sus investigaciones, entre los que yo estaba. Fue atendida personalmente por Celia Sánchez Manduley, secretaria de Fidel Castro, y hasta el mismo Castro tuvo a bien recibirle.

La restauración del edificio y la concepción museística innovada del recinto actual ha estado a cargo de la Oficina del Museo del Historiador de La Habana, es decir, del omnipresente y ubicuo Eusebio Leal, que lo mismo es Caballero de la muy católica y religiosa Orden de Malta, que funge como miembro del ateo Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

Hay un dato curioso. El actual presidente de Cuba, Raúl Castro, ha donado un reloj de bolsillo de oro de Napoleón Bonaparte, que era de su propiedad y que ha cedido "voluntariamente" al Museo para esta ocasión. Pero, ¿cuándo y dónde Raúl Castro obtuvo una pieza de valor semejante? ¿Acaso de la herencia que le dejara su padre, el gallego Ángel Castro, entre los bienes de la finca de Birán, en Holguín? Es más que dudosa la pesquisa que puede hacerse de cómo llegó reloj napoleónico a su bolsillo.

Sabido es que los altos dirigentes cubanos ocuparon mansiones que dejaron la aristocracia y la burguesía al salir del país, huyendo del comunismo. Y que muchos de esos bienes (palacios, cuadros, joyas) se hallan en posesión de estos nuevos ricos, casi todos de la actual casta militar.

El legado de Julio Lobo

El barón Julio Lobo, quien abandonó la Isla en 1959, tras el triunfo de la revolución, había comprado su título nobiliario. Era un hombre rico y culto, amante de todo lo que se relacionara con la revolución francesa y con Napoleón Bonaparte. En sus inicios, compraba compulsivamente, por intuición. Luego fue asesorado por especialistas para escoger, autenticados previamente, esculturas, grabados, pinturas y libros en subastas en Londres, Nueva York, San Petersburgo y París.

Lobo, llamado "El Rey del Azúcar", fue un extraordinario bibliófilo. Algunas de las personas que tuvieron contacto con él dan testimonio de ello, entre las que pueden citarse a Audrey Mancebo, Zoila Lapique, Olga Vega y Victoria Ryan Lobo, una de sus nietas. La madre de Julio Lobo, Virginia, perteneció a una familia venezolana, católica y rica: los Olavarría. Su padre, Heriberto Lobo, descendiente de judíos asentados en Curazao, fue un notable empresario también venezolano, destinado en Cuba como administrador de la North American Trust Company.

Julio Lobo nació en Caracas el 30 de octubre de 1898. Se graduó de ingeniero agrónomo en la Universidad de Columbia y estudió también en la de Louisiana. Su origen judío lo corrobora Alejo Carpentier en su novela La consagración de la primavera, cuando se refiere a las fastuosas fiestas que daba, a la que él asistía en compañía de su esposa, también muy rica —Lilia Esteban—, y donde se reunían empresarios de la Isla, comerciantes de varias partes del mundo, escritores, artistas, científicos y estrellas de Hollywood.

Lobo se interesaba por todos aquellos que tuvieran como él gustos exóticos o fueran personajes nada comunes, como El Caballero de París, al que le regalaba indumentarias de época. Y se contaban de él excentricidades, como la de haber cruzado a nado el río Mississippi, pues era excelente deportista.

Llegó a ser el más importante hacendado cubano, con grandes posesiones de tierras distribuidas en todo el país: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas y Oriente. Fue propietario único del mayor número de centrales e ingenios. Pero su fortuna provenía también de algunas de las muchas sociedades de su padre, como la Galbán, Lobo y Cía., establecida con dos hermanos canarios que eran naturales de Guía de Gran Canaria: Luis y Eugenio Suárez Galbán. En 1901, Luis Suárez Galbán organizó el Banco Nacional de Cuba.

Por su actividad frenética e incesante, Julio Lobo fue uno, por no decir el más importante de los principales vendedores de azúcar en el mercado mundial. Además de comerciante, fue banquero en la década del 50, e inversionista de éxito en la Bolsa de Nueva York. No sólo fue el más notable empresario de Cuba sino el coleccionista más sofisticado del país, al decir del historiador Manuel Moreno Fraginals.

Inicialmente compraba piezas, objetos y libros por su cuenta. Esto fue creando un volumen que ya no cupo en su casa de Miramar y trasladó su colección a la mansión que poseía en 11 y 4, en el Vedado. Deseó ponerla al servicio del pueblo cubano, y por ello necesitó clasificarla.

La biblioteca napoleónica de Julio Lobo

La biblioteca napoleónica de Julio Lobo como tal comenzó a organizarse en el año 1954. Contó, entre otras personas eruditas, con la asesoría de María Teresa Freyre de Andrade, amiga personal suya y luego directora de la Biblioteca Nacional José Martí entre 1959 y 1967.

Freyre de Andrade se había formado como bibliotecaria en La Sorbonne. Había clasificado la biblioteca del Lyceum Lawn Tennis Club. Lobo le confió la suya, y para ello tuvo como colaboradoras a Audrey Mancebo, Miriam Tous, Ana María Bru, Cecilia Goitizolo, Kety Quijano, Martha Souza, Matilde Aisenstein y Graciela Cancio.

En 1957 María Teresa se marchó exiliada a París, debido a su vínculo con los asaltantes al Palacio Presidencial, y Audrey Mancebo ocupó su lugar hasta 1959, en que la colección, por orden gubernamental, fue dispersada. (Lo mismo sucedió con la biblioteca de la familia Ichaso, la de Márquez Sterling, Emilio Roig de Leuchsenring, Oscar B. Cintas, Evelio Govantes, Lydia Cabrera, María Luisa Gómez Mena y tantas más a lo largo y ancho de la Isla. Una verdadera satrapía.)

La biblioteca de Julio Lobo estaba compuesta por biografías, manuscritos, láminas, hemeroteca de periódicos y revistas, correspondencia, atlas, monografías, diccionarios, partituras, diarios de campañas, fotos y documentos oficiales. Josy Muller, conservador de los Museos de Arte e Historia de Bélgica y especialista en los temas napoleónicos, fue invitado por Lobo a Cuba. Con su ayuda se hizo un catálogo que fue enviado a la Imprenta Úcar y García, con prólogo de Julio Lobo y prefacio de Josy Muller. Contaba con 2.321 registros de 1.356 autores. Estaba previsto que fuera una impresión de lujo.

Al salir Lobo al exilio en 1959, el libro quedó sin editarse. Todos sus bienes fueron confiscados. Un año antes, las piezas que tenía en almacenes de Nueva York, fueron traídas desacertadamente por él a La Habana, sin sospechar lo que el destino le deparaba. Hasta ese momento, la biblioteca era para uso exclusivo de su dueño. Si algún especialista deseaba consultarla, como lo hizo muchas veces Benigno Souza o Fernando Ortiz, le llevaban los documentos y eran recogidos por custodios. Sólo Audrey Mancebo estaba autorizada a entrar al recinto.

Los exlibris de la biblioteca eran un sello de la Fundación Lobo-Olavarría y otro de la Biblioteca Julio Lobo. Muchas de las piezas eran identificables por la N napoleónica. Unos pocos documentos fueron sacados a través de la Embajada de Francia en 1959, cantidad insignificante comparada con el inmenso volumen decomisado.

En 1976, María Luisa Lobo, hija del magnate, con la colaboración de Celia Sánchez Manduley, donó al Estado cubano una parte ínfima de su legado personal, lo que constituyó un escándalo familiar. Por entonces ella estaba enfrascada en hacer un libro: La Habana, historia y arquitectura de una ciudad romántica. En los años ochenta hizo incontables viajes a Cuba, donde era tratada como una celebridad. De hecho, el libro, prologado por Hugh Thomas, contó con una decena de especialistas, entre los que sobresalen Zoila Lapique y Alicia García Santana.

Otros documentos sacados del país se encuentran en posesión de familiares de los Lobo, en Miami. María Luisa falleció en esa ciudad a los 63 años, en 1998. Puesto que a la hija del magnate sólo le interesaba la parte "romántica" de La Habana, y no las ruinas que la devastan, no tuvo contrariedades con las autoridades en la Isla. Su padre falleció en Madrid en 1983, a los 84 años, y está enterrado en una cripta de la Catedral de Nuestra Señora de La Almudena, en agradecimiento de las autoridades eclesiásticas de España por las importantes donaciones monetarias para la edificación de ese templo.

Lobo había sido fundador en Madrid del Centro Cubano y, durante la Guerra Civil, donó a Franco un millón de dólares.

Se afirma que la mayor parte de la colección de Julio Lobo (unas 7.000 piezas según unos y según otros unas 8.000) se encuentra desde el año 1961 en el Museo Napoleónico de La Habana, situado en San Miguel y Ronda, antigua residencia del político de origen italiano Orestes Ferrara. Ferrara, nacido en Nápoles y quien llegó a ser Coronel en la guerra contra España, ocupó puestos relevantes en la República, al igual que Lobo, fue erudito y autor de más de cuarenta títulos. La mansión de Ferrara, construida por los arquitectos Govantes y Cabarrocas e inspirada en palacios florentinos, contenía un recinto forrado en maderas preciosas de cien metros cuadrados para una biblioteca de 5.000 volúmenes.

Otro grueso de la colección de la biblioteca de Julio Lobo fue dispersada en los fondos de la Biblioteca Nacional y sólo dos estudiosas se han ocupado del tema en un trabajo de grado universitario: Sulema Rodríguez y Zoia Rivera.

En La Habana se sabe que la entonces Directora del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural y acérrima enemiga de Eusebio Leal, Marta Arjona, con la componenda del diplomático francés Antoine Anvil, esquilmó la biblioteca de Julio Lobo, permitiendo que instituciones francesas adquirieran documentos y objetos de la misma. Esto se intensificó en los años 90.

En 2005 fue mundial el escándalo de la denuncia interpuesta por la familia Fanjul a Sotheby's de New York por la subasta del cuadro de su propiedad Puerto de Málaga de Sorolla. Castro ha regalado bienes del Patrimonio Cubano cada vez que se le antoja. ¿Dos ejemplos? Una histórica vajilla de Sévres a Madame Danielle Mitterrand y una colección de relojes de la familia Gómez-Mena al deportista argentino Maradona.

Otra famosa casa de subastas —Christie's— ha vendido piezas provenientes de Cuba. El gobierno cubano se vale de ello a través de terceras personas o entidades extranjeras. La Fundación Cubano Americana, en un estudio de finales de los años noventa, detectó 900 piezas vendidas por ambas casas, provenientes del Patrimonio cubano y con el consentimiento de las autoridades, entre orfebrerías, pinturas, manuscritos y piezas de arte, incluyendo muebles.

'Granma' agradece a la Princesa Napoleón

"Agradezco a todos los que lucharon por mantener vivo este museo", dijo la Princesa Napoleón, que no escatimó palabras de elogio para la labor del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, lo mismo que para el equipo de restauradores.

Alix de Foresta trajo de París un presente especial como donativo para acontecimiento tan relevante: muestras de la vajilla de porcelana que el emperador Napoleón regaló a su hermano Jérôme el día de su boda.

Las piezas más atractivas del Museo Napoleónico son, desde luego, el reloj de oro que marcó las últimas horas de Napoleón y que trajo consigo en su viaje a Cuba el médico Francesco Antommarchi (hasta ahora en propiedad de Raúl Castro) y la mascarilla mortuoria de Napoleón.

Se exhibirá por primera vez una cubertería de plata que fue encontrada en una pared falsa, oculta allí por sus dueños antes de huir de Cuba, y hallada en el tercer piso mientras se restauraba el inmueble. El conjunto está integrado además por pinturas, grabados y esculturas de Napoleón hechas por personalidades como Robert Lefebre, Fracoise Flameng y Jean Baptiste Regnault. Entre las otras atracciones destacables están un catalejo de bronce, cristal y madera; una casaca de los tiempos en que Napoleón fue Primer Cónsul y un bicornio.

A la colección atesorada por Lobo, se han sumado obras "donadas, compradas o recuperadas" por el Estado cubano desde un organismo tan ambiguo como el desaparecido Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, que fungió como inquisidor de todas las familias pudientes o no que abandonaron la isla durante décadas, ante el que estuvo el ya desaparecido Faustino Pérez.

El diario oficial Granma, elogiando esta vez la generosidad de la más rancia y conservadora realeza europea, informó la distinción que fue para Cuba tener en la Isla, en la reapertura del museo, a una figura como Alix de Foresta.

Ni de Lobo ni de Ferrara se habló como ellos merecen durante la ceremonia de inauguración.

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