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Sociedad

Entrenando para otro 'Periodo Especial'

'Los cubanos ya se acostumbraron a la falta de comida. Ahora están para la conexión a internet; si falla, entonces sí que podría explotar una revuelta'.

La Habana

"Compré dos cajitas de ron y unos chicharrones y amanecí en el parque. Ahora si quiere ya puede venir", dice Rubén Fonseca, de 50 años, refiriéndose a otro posible "Periodo Especial".

Fonseca, residente en Jaimanitas, recuerda la dura crisis de los 90 como una "película surrealista" en la que su familia casi colapsó.

"No había jama en ninguna parte. No existía el mercado campesino. Si algún vecino mataba un puerco para vender, la cola se hacía desde la noche anterior y las mejores partes del animal las cogían los primeros. El dólar estaba penalizado, llegó a valer 150 pesos. Cualquiera tenía 1.000 pesos, pero los precios eran de espanto y el dinero se iba como agua".

"Conozco gente que comió perro. Coky, el de Tercera, que luego se piró en una balsa, fue un verdadero azote de los perros en Jaimanitas. Los cocinaba en una olla de presión que llamaba 'el tacho'. Estaba alimentado, tal vez por eso pudo remar hasta Miami".

Para Rubén, el bistec de frazada de piso, la pizza de preservativo y el picadillo de cáscara de plátano no son lo más increíble en la lista nacional de absurdos —parte mitos parte realidad— que creó el Periodo Especial.

"El viejo Ata tenía un caballo y se lo estaba comiendo vivo", asegura. "El pobre animal tiraba el carretón en la semana y el domingo, que era su día de descanso, Ata le sacaba unos filetes del anca para el almuerzo de la familia. Luego lo curaban".

"En Bayamo, mi abuela lavaba la ropa con hojas de guanábana. El difunto Crispín crió una langosta en una pecera hasta que fue adulta, y se la comió el día de su cumpleaños", relata. "Hay muchas historias y no se sabe cuál gana el premio de la más fantástica. Lo cierto es que el cubano a pesar de todo siguió adelante".

Para Juan Rigavilledo, del barrio marginal Romerillo, el acontecimiento que más lo marcó en aquella etapa fue la "Crisis de los Balseros" del año 94.

"Yo estuve preso dos veces por construir balsas. Luego, ver como las armaban en medio de la calle y la multitud las acompañaba hasta el mar, me dio la medida de lo irracional que se volvió Cuba en esos días".

Sara Muñiz, de Santa Fe, se jubiló hace poco. Trabajaba en una dulcería. Su familia le ha asignado la tarea de recorrer los mercados en busca de pollo, aceite, huevo y picadillo, los productos que más escasean. Recuerda que en el Periodo Especial de eso se encargaba su abuela.

"Que en paz descanse. Ahora me toca a mí y es triste, porque a veces son colas inútiles, de muchas horas, donde solo llegan a comprar los primeros", lamenta.

"Se han puesto de moda otra vez las listas y los tickets, igualito que en el Periodo Especial. Pobre abuela mía, con su diabetes, su artritis y su presión por las nubes, en aquellas madrugadas de colas interminables para comprar algo de comida".

La autorización de los agromercados, cafeterías y restaurantes, más el entramado de otros negocios y serviciosparticulares, marca una diferencia con aquellos años 90, cuando la economía cubana tocó fondo, las ciudades se apagaron y se perdieron los valores. Tras 26 años de supervivencia, el fantasma de la crisis vuelve.

"Por si las moscas, ya me estoy preparando", repite Rubén, devora el último chicharrón y se da un trago. "Ya lo dijo el comandante Guillermito: comeremos lo que venga, como si es una bota hervida, igual que Chaplin en La quimera del oro. Total, si parece que la gente ya se acostumbró a la falta de comida, como si su ausencia fuera parte de nuestra idiosincrasia. Ahora están para el telefonito y la conexión a internet; si falla, entonces sí que podría explotar una revuelta".

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