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Opinión

Todos contra todos

Dinamitar los puentes para el entendimiento entre cubanos de adentro y de afuera es quizá la menos estudiada de las muchas estrategias fidelistas.

Miami

Dinamitar los puentes para el entendimiento y la avenencia entre quienes permanecen en la Isla y los que decidimos vivir en el exterior. He aquí la más perversa y quizá la menos estudiada entre las muchas estrategias fidelistas para dominar a los cubanos. 

Gracias en gran medida a la demagogia patriotera que aún nos lastra, vivamos donde vivamos, nos amparamos en el tópico de que los cubanos de allá y de acá no necesitamos reconciliarnos porque jamás estuvimos distanciados más que por la lejanía física que nos impuso la política. Sin embargo, cada vez resulta más obvio (y más palpable a diario, mediante las redes sociales), que son demasiadas las diferencias que nos separan. Y que éstas no se limitan al chato tema de la política, sino que han trascendido a nuestro modo de pensar como pueblo, abarcando casi todos los planos de la epistemología. 

Lo peor ni siquiera radica en la acumulación de esas diferencias que nos disgregan, sino en que no son pocas las que se están proyectando como irreconciliables, de momento al menos. 

Los que piensan desde Cuba que a quienes residimos en el exterior no nos interesa en forma transparente el fin de la dictadura y que no estamos dispuestos a sacrificarnos por este objetivo, parten de prejuicios absurdos. Pero no menos absurdos son los criterios de quienes desde afuera generalizan al asumir a los que viven en la Isla como una manada de mansos corderos que se merecen la miseria y los atropellos que les impone el régimen. 

Desde allá, muchos nos consideran pancistas que huimos en desbandada con el rabo entre las piernas, para —una vez lejos y a buen resguardo— dedicarnos a exigirles que hagan lo que no hicimos nosotros. Desde acá, muchos juzgan a los que se quedaron tildándoles de cobardes y parásitos de nuestro esfuerzo. Desde allá, suelen decir que si no hubiésemos sido tantos los que escapamos y durante tanto tiempo, habría resultado más fácil enfrentar entre todos a la dictadura. Desde acá, son muchos los que parecen estar convencidos de que allá se ha quedado lo peor de Cuba, mientras que lo mejor está en el exterior…

Podríamos seguir durante un largo espacio cotejando enjuiciamientos tremendistas que nos sitúan claramente unos contra los otros, por más que nos guste decir que somos un solo pueblo y productos todos de la misma cultura. Pero los hechos hablan, y por delante de los hechos van las expresiones que pululan a diario en redes sociales y medios.

El colmo es que el tiroteo de estos intercambios desacreditadores no solo se aprecia entre los cubanos de afuera y de adentro. También hacia el interior de los propios senos de ambos lados abundan los recelos, las descalificaciones a priori y las actitudes intolerantes.

Vamos todos contra todos mientras los caciques de la Isla se reorganizan para consumar nuestro hundimiento. Tal desatino sobrepasó desde hace tiempo nuestra innata tendencia a no ponernos de acuerdo solo por entretenernos discutiendo. Ahora se trata de un grave problema de esencias. Tan grave que podría impedirnos salir del atolladero y el atraso y el oprobio cuando al fin llegue la hora.

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