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Política

Un tal Miguel Díaz-Corleone

La Habana reedita la célebre novela de Mario Puzo y el filme homónimo con increíble fidelidad.

Miami

"Recuerda, quien se acerque y te proponga un trato con los americanos, es un traidor", parece decirle el padrino-general a Miguelito, no a Michael, entre bastidores del teatro Karl Marx antes de anunciarse su nombramiento como nuevo líder de la Familia. Después, el padrino-general recordará otra cosa. Y el villareño Díaz-Canel, no el ítalonorteamericano Corleone, dirá que sí, que ya lo sabe, que no se preocupe: ha estado suficiente tiempo a su lado como para saber de dónde viene el peligro, quiénes son los amigos y quiénes los potenciales enemigos.

En esta ocasión de la vida real, el ungido ha sido largamente preparado sin que apenas se notara. El Corleone cubiche, como el neoyorkino, es un héroe de las misiones internacionalistas en Nicaragua. Bajo su mandato estuvieron las juventudes comunistas en tierras de Sandino, justamente en los peligrosos finales de la guerra en el país de los lagos y los volcanes. Al regreso, como tantos protagonistas de su generación, fue colocado en posiciones intermedias, no sin riesgos y de mucho compromiso.

Como siguiendo letra a letra a Mario Puzo, la Habana reedita la célebre novela y el filme homónimo con increíble fidelidad. A fin de cuentas, la historia que escribiera el novelista para saldar sus deudas es un reflejo de la sociedad en la cual vivía. Solo que, como suele pasar, la realidad supera la más calenturienta de las ficciones.

La única diferencia ha sido la sustitución del Padrino I por el II. La estructura vertical de mando se ha hecho más disciplinada, más centralizada. Los caporegimen históricos, aquellos que surgieron al fragor de la lucha en la Sierra Maestra, no en los suburbios de Nueva York, no fueron removidos tras la salida del Padrino I. En cambio, casi todos los capodecimes —lideran pequeños grupos de diez hombres— del Padrino I, han sido sustituidos o tuvieron una muerte social indecente.

La razón siempre habrá que buscarla, como en la novela, en el dinero. En este caso, el poder político. Desde antes del "Periodo Especial", un Virgil "el turco" Sollozzo eslavo de apellido Gorbachov, intentó convencer a la Familia de participar en el peligroso negocio de la economía de mercado y la pluralidad política. Sabiendo por intuición conspirativa que ese podía ser el camino del desmembramiento familiar, el Padrino I negó a toda su tropa cualquier negociación de ese tipo.

A pesar de las advertencias, en todos estos duros años los nuevos líderes de "barrio" se han creído con derecho natural al padrinazgo y pactos individuales. Dado que la estructura de poder de la Familia pareció ejercerse con cierta flexibilidad tras el traspaso del Padrino I al II, capodecimes y soldados se equivocaron; el Padrino II ha sido implacable con los conspiradores, como no podía dejar de ser si quería mantener el linaje con vida. No ha quedado ningún sedicioso para contarlo.

Solo Miguel "Corleone", el villareño, permaneció fiel, taciturno, casi olvidado en un rincón de la Isla, no en la de Manhattan. De toda la nueva promoción, era el capodecime menos llamativo. Pero no por eso el menos fiel. Así estuvo en "barrios" de cierta complejidad como Santa Clara y Holguín, donde lo recuerdan como al personaje que interpreta Andy García en la versión tercera: un tipo afable, sencillo a punto de la grisura, y al mismo tiempo, tan leal como ecuánime; una combinación que a los ojos de los capos más antiguos llamó de inmediato la atención.

¿Qué pasara en las próximas páginas de esta novela de la vida real? Es posible que se desate la guerra. Pero nada sucederá en vida del Padrino II. Y esa lucha por el poder, o el pacto con los enemigos, inevitable por demás, vendrá de un Sal Tessio, el más "inteligente" de los históricos para entonces. Los Tattaglia y Barzini están calculando esas debilidades a futuro.  

Quizás por esa misma razón hay que apurar las cosas. Diaz-Canel, el nuevo Corleone tropical, tendrá que ajustarse a los nuevos tiempos si la Familia quiere sobrevivir. Ya están llegando a La Habana, no a Long Island, los capos de otras regiones a besar el anillo del poder. No solo es un acto de protocolaria sumisión de los condados de Venezuela y de Bolivia.

Es también un conciliábulo para trazar una estrategia común: negociar el cambio para no tener que cambiar. Por eso y en vida, el general se ha convertido de Padrino en consiglieri. Sabe bien que la única forma de evitar la guerra interior y el desmembramiento de la Familia y de las otras, es supervisando directamente los cambios imprescindibles, algo que en su posición de líder era peligroso hacer. Para eso se necesita sangre joven, no "comprometida" con los viejos capos ni con sus rígidos esquemas.  

Sentado en la poltrona del Palacio de la Revolución, Miguel Diaz interpretando al duro Michael Corleone, le dice a los nuevos caporegimen que el negocio hay que moverlo, sea como sea, al Norte, a Miami, no a Nevada. Y eso sabiendo de antemano que por allá hay potenciales traidores cubanoamericanos discípulos aventajados de Hyman Roth. Pero detrás del sillón hay fotos de Padrino I y Padrino II a modo de emblema, de protección secular.

Algún funcionario atraviesa el pasillo. Es alguien que lo acompañó desde sus días universitarios, y a quien ha prometido, minutos antes, seguir siendo el mismo Migue de siempre, nunca el Mike vengativo y cruel. El funcionario observa cómo cierran la puerta del despacho lentamente. Mientras tanto, adentro, al nuevo Padrino le besan el anillo y le juran fidelidad.      

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