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Opinión

Está bien CubaDecide, aun cuando nada puede decidir

'Lo que he podido conocer hasta ahora sobre Rosa María Payá no me anima a sumarme a los reparos y acusaciones que suelo leer en las redes sociales.'

Miami

Rosa María Payá declaró hace poco al periódico El Mundo que los días del régimen cubano están contados. No lo creo, en lo más mínimo, pero no me disgusta su optimismo.

Tampoco me parece que ella sea una de esas personas cuya propensión romántica le conduzca a ver molinos de viento donde hay monstruos reales. No me aventuro a juzgar tan apuradamente a alguien que, pudiendo quedarse a vivir a buen resguardo en el exilio, regresa a La Habana por su cuenta con el objetivo (anunciado públicamente) de poner en la picota el amañado proceso de elecciones para esa farsa a la que llaman Poder Popular.

No creo que se haya inventado todavía una fórmula democrática (con apego a la verdadera justicia y no a las leyes vigentes en la Isla) capaz de lograr a corto plazo, como mínimo, el fin del régimen, y menos aún el del fidelismo, sombra nefasta que lo precede y le sobrevivirá. Pero esto no me impide reconocer las buenas intenciones (mientras las demuestren) de quienes sueñan con plebiscitos u otros métodos civilizados que se evaporarían al primer contacto con el totalitarismo cubano, como agua en el infierno.

El régimen puede convocar a un plebiscito hoy mismo, utilizando incluso las preguntas que tan bien intencionadamente ha estado proponiendo CubaDecide con la posible orientación de asesores del exterior. Creo que Raúl Castro no lo permitiría. Por soberbia. Pero no porque tema que los resultados no favorezcan al castrismo. Ni aun en el caso de que fuese seguido por observadores internacionales, los que, claro está, serían escogidos por el régimen y las no pocas organizaciones internacionales que le hacen la pala.

Es una certidumbre amarga, repleta de resabios agoreros si se quiere, pero que para bien o mal, afinca sus bases en la experiencia de muy largos años vividos a la sombra del castrismo.  

Por lo demás, lo que he podido conocer hasta ahora sobre Rosa María Payá no me anima a sumarme a los reparos, perspicacias y acusaciones quizás un tanto radicales, reticentes o roñosas que suelo leer algunas veces en las redes sociales. De la misma forma que para simpatizar a priori con sus quehaceres políticos no me basta con saber que es hija de esa persona decente que fue Oswaldo Payá, tampoco para descalificarla me resulta suficiente su idealismo digamos conservador. Y muchísimo menos su apariencia de mujer grácil y elegante, con mirada candorosa, tacones de aguja, jeans y cabellera cuidadosamente cepillada. No me importa quiénes son sus amigos, fiadores, asesores o bienhechores, siempre que no conlleven a componendas con el castrismo o no denoten sospechosas coincidencias con sus agentes y adláteres dentro y fuera de Cuba.

Negar gratuitamente las razones del otro es una manera de poner en duda gratuitamente las propias.

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