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Sociedad

Cambiar lo que debe ser cambiado

'Una semana después, la bulla reguetonera o romántica sigue indicando que estamos de fiesta. Aunque no haya nada que festejar.'

La Habana

Al menos en La Habana, el 2017 se fue a golpe de reguetón y cuanta música banal o sensiblera llenara los acústicos archivos de los festejantes. Como si compitieran entre sí por dominar el espacio, derivando en un caos aturdidor.

2018 fue recibido con el mismo ruido. Una semana después, la bulla reguetonera o romántica sigue indicando que estamos de fiesta. Aunque no haya nada que festejar.

Si la ciudad es un asco, qué importa. A ahogar las penas antes de que nos ahogue la basura. Si en cada esquina hay un anciano desvalido, un animal famélico o maltratado… a empinar el vaso, a estremecer el cuerpo a todo ritmo, que eso no es mi maletín.

Mi maletín es mi casa y mi familia. Si la casa se me está cayendo encima y la relación con mi familia es un infierno, a poner música con más razón, "que las penas se van cantando".

Y cuando la realidad obliga a confrontarla, (que el salario está igual, que penurias y angustias son temas de mal gusto en público y no existen en los medios oficiales), a poner música de nuevo, a alegrarse de estar vivo.

Las felicitaciones matizan los saludos y las despedidas. "¡Sí, que este año sea mejor, que por fin algo cambie!" Porque vivimos una maldición geográfica, económica y política. Cualquier cambio, necesario o imprescindible, tiene que venir por arte de magia.

Somos un pueblo sitiado desde adentro. Cada hombre o mujer, niño o niña, tiene programados por nacimiento los límites de su jurisdicción. El país en que vivimos no es nuestro. Solo somos huéspedes muy mal atendidos.

Que los dueños decidan lo mejor (o lo peor). Solo tenemos el aire que respiramos, el horizonte, y la capacidad de soñar. Lástima que al sueño más recurrido le hayan puesto una derogación: Pies secos, pies mojados.

¿Tuvimos alguna vez un sueño propio? ¿Tuvimos un país? Una vez lo creímos. O quizá es un sueño generacional rotativo con el mismo final: asentimientos falsos, aplausos huecos. Mimetismo o mutismo. Exilio o insilio.

Turno por turno, vamos descubriendo que no tenemos capacidad de resolución. Ni de opinión. Los problemas, por más que nos golpeen, se plantean en oídos ajenos y se engavetan. Las soluciones prácticas usan atajos siniestros: el soborno, el desvío y más razones aún para no ser ventiladas en público.

Las divisiones (ideológicas, conceptuales, personales, inventadas…) fomentadas para confundirnos y confrontarnos mutuamente, todavía se demuestran eficaces.

Los que han roto a conciencia el círculo de hipnosis son muy pocos. Gritan por todos, sufren por todos, a veces mueren por todos, mientras la parte inmensa, la que podría hacer una diferencia, un CAMBIO, un verdadero acto de magia, si no emigra se aturde con atronadores decibeles.

Tal vez esta debilidad nacional es bien sabida y explotada en función de la obediencia. O el embotamiento inducido. Tal vez por eso eran tan peligrosos los apagones del Periodo Especial. Y los son los efectos de los huracanes. El silencio deja oír la voz de la conciencia. Y aunque el estallido sea para un reclamo banal, es un peligroso indicio de autonomía.

Así que, música para este pueblo que lleva el baile en las venas. Y a reír y gozar "que la vida es un carnaval"… Y como nos han enseñado que los hechos no son lo que son y menos las palabras, que el nuevo año "cambie lo que debe ser cambiado", aunque deje intacto precisamente todo lo disfuncional y mantenga a Cuba como un barco en estado de naufragio.

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